El viaje empieza en el interior. A veces, incluso, en un punto concreto de tu cuerpo. Con 13 años, al serle diagnosticada una poliposis familiar múltiple, comenzó el viaje de Juan Dual. La misma enfermedad que mató a su tío y a su abuela y casi acabó con su padre iba a arrebatarle el colón, el recto, el estómago y la vesícula biliar. Pero Juan no se amilanó y, con 30 años y casi sin aparato digestivo, empezó a pedalear por América. “Quería motivarme y motivar a los demás”, cuenta ahora desde Salta, Argentina, “y crucé Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú y Perú. Seguiré hasta llegar a Ushuaia. Si alguien como yo es capaz de hacerlo, cualquiera puede conseguir lo que quiera”.
El septiembre del año pasado la colombiana Andrea María Navarrete estuvo en un avistamiento de ballenas. La idea del tránsito, el ver cómo esos magníficos animales viajaban desde el Polo Sur hasta el Pacífico colombiano, la inspiró. Volvió a su casa, vendió todo lo que tenía y se subió su bici. Muchos meses después, no ha bajado. Ha conseguido que Mujeres Bici-bles, el colectivo que empodera a las mujeres a través del ciclismo, se expanda por México, Ecuador, Perú, Bolivia o Argentina. Ha enseñado a pedalear a centenares de chicas. Ha compartido su experiencia. “En casa”, dice, “había entrado en una crisis provocada por vivir demasiado bien. Buscaba lo que me hacía mal para solucionarlo, pero el trabajo y lo cotidiano me distraían. Al viajar puedo trabajarlo mejor. El viaje es físico pero, sobre todo, es interno: un viaje que lo mueve todo y me permite sanar”.
La burbuja
Un viaje que quita miedos y prejuicios y da paciencia, libertad y conocimiento. Un viaje, cuenta Salva Rodríguez, que enseña a “confiar en la gente, tener seguridad en ti mismo y ver que eres más que un trabajo, una casa o un seguro”. Salva, nueve años dando la vuelta al mundo, autor de varios libros y de la web Un viaje de cuento, descubrió que en Europa “vivimos en una burbuja. Tenemos miedo del otro, cuando la hospitalidad y la generosidad son lo mejor del planeta”. Tras dejar su trabajo como profesor en Granada aprendió, al pedalear, “a vivir el presente de una manera enfermiza y contemplar la vida con más ligereza”.
“Todo el mundo intenta ser feliz, pero elegimos caminos muy raros”. Lo dice Álvaro Neil, Biciclown, todo un experto en felicidad: lleva más de 157.000 kilómetros generándola. “Nos olvidamos de que lo más valioso, lo que no puede comprarse ni recuperarse, es el tiempo. Recorrer el mundo en bici te muestra que cualquier problema se puede resolver, pero casi nunca como tú pensabas. Que los planes no están para cumplirse sino para divertirse. Y que no saber dónde vas a dormir hoy te libera, te hace sentir dueño de tu destino”.
Beatriz Silva, nacida hace 43 años en Santiago de Chile, vio que su destino pasaba por dejar su casa, su trabajo y sus hijas, pero esperó a que crecieran y se independizaran para empezar a pedalear. “Fue una experiencia inolvidable, imprescindible para ver que la realidad es distinta a lo que nos cuentan. Los miedos son fantasmas culturales impuestos, creados para quitarnos energía, paralizarnos y no dejarnos avanzar. Perderte pedaleando te hace más consciente de tu lugar en el universo: abre tu mundo, visualizas de manera más íntegra tu existencia. Dejas tu casa porque estás mal, pero al pedalear te das cuenta de que lo que está mal es el mundo artificial que hemos construido”.
El equipaje
Lo que antes sonaba a locura se ha convertido en normal: miles de personas, de todo el mundo, se han lanzado a dejarlo todo y pedalear. “Sí, cada vez es más frecuente”, explica Itziar Marcotegui, de la web Un gran viaje. “Cuesta decidirse y hay que combatir miedos y prejuicios, pero anima mucho conocer las experiencias de otros. La percepción ajena de estos viajes también ha cambiado: antes, contar que habías recorrido el mundo se consideraba algo de vagos. Ahora implica que has aprendido muchas cosas, que tienes experiencia, que sabes negociar y solucionar problemas”. El Biciclown confirma que, en efecto, cada vez se cruza con más ciclistas perpetuos, algo que no siempre es bueno. “Con la crisis económica mucha gente se ha quedado sin trabajo, cobrado indemnizaciones y, ante las pocas perspectivas laborales, se han animando a viajar. Es bueno pero, a veces, también es triste que algunos estén más dispuestos a contarlo en Internet que a compartirlo con compañeros de ruta. Hay ciclistas que ni se paran cuando les saludas. Corremos el peligro de terminar como los automovilistas”.
Neill acaba de pesar su bicicleta: 75 kilos. “Viajo con varias personas”, bromea, “el ciclista, el payaso, el escritor, el documentalista… Cada uno va con su propio equipaje”. A Dual le acompaña un ordenador, una tienda de campaña, el impermeable y tres mudas, además de un libro electrónico, algunas cartas y fotos y un monedero en el que guarda piedrecitas recogidas de lugares especiales. Con poco más viajaba Rodríguez, cuyo máximo capricho era un termo para transportar café y que a veces, se entretenía tocando el clarinete. Navarrete acaba de perder un disco duro, y ahora pide a sus amigos que la envíen, sobre todo, música, para que Pedro Guerra, Kevin Johansen o Radiohead sigan acompañando su viaje.
Cosas, más o menos, materiales. ¿Pero qué se echa de menos, de verdad, en la ruta? “Lo peor es la soledad”, cuenta Dual. “Despertarte en una gasolinera rodeado de familias y darte cuenta de lo lejos que estás de tu casa. Mucha gente me acompaña en las alforjas, pero me acuesto y me levanto solo”. Rodríguez explica cómo, a veces, “quieres contarle íntimo a un buen amigo, y el correo electrónico no es suficiente. Las amistades del viaje son pasajeras, duran horas, y más que lo físico acaba pesando lo emocional. Después de cruzar el Tíbet o los Andes necesitaba parar, descansar, pero quería continuar: en cambio en Europa entré en crisis. La provocó la frialdad de la gente”. Neill va a cumplir 12 años en la ruta y dice no extrañar nada, pero coincide en lo duro que es viajar en zonas con más calidad de vida. “Europa no es otro continente sino otro planeta, en el que pedir ayuda aquí es considerado un síntoma de debilidad o de ser tonto. Pero no lo es: pedir ayuda es hermoso, te pone en contacto con la gente, y en África o los países árabes la gente corre para ayudarte“.
El principio y el final
Equipamiento, actitud… ¿Qué consejos pueden dársele al que está por iniciar su viaje? “Que no se marque un destino inicial muy lejano”, dice Neil, “porque viajar en bicicleta no es un sprint, sino una maratón”. “No pensárselo demasiado”, añade Silva, “ni perder el tiempo entrenándote. Para viajar en bicicleta no hay que ser deportista, porque el viaje está en la mente: la energía te la dan el ser receptivo y tolerante con lo que venga”. Dual coincide (“disfruta, no te detengas, las partes más complicadas son las que hacen que todo haya valido la pena”), pero debido a sus particulares necesidades alimenticias se ve obligado a planificar. “Bebe antes de tener sed, toma sal en los climas más calientes para prevenir la pérdida de electrólitos y adáptate a la dieta local”. Además, claro, anima a abrirse a los otros: “Permítete llorar, sentir y tener rabia. Crece, enfádate, verás como en los sitios más terribles también puedes disfrutar. Y no te encierres, habla, porque nunca sabes quién podrá sorprenderte”.
En lo que coinciden todos es en su felicidad. “Conocer el mundo me ha hecho un optimista radical”, asegura Rodríguez, “porque aunque nos transmitan otra cosa cada vez hay menos guerras e injusticias, más mujeres viven mejor, vivimos cada vez más años y vamos hacia un mundo mejor”. Neill pide, precisamente, compartir más alegría: “Hay mucha gente de la que no se habla haciendo cosas maravillosas. Si sólo nos cuentan atentados y bombas la gente se deprime, se asusta, odia, pero si compartimos los actos positivos recuperaremos la confianza”. La confianza en vivir, pedalear, conocer. Recorrer el mundo, certifica Marcotegui, implica mejorar: “Casi todos los que vuelven de un viaje así regresan con más creatividad, con mejores ideas. Con ganas de hacer muchas cosas”.
La luz
Y junto a ellos, antes, durante y después, la bici. Más o menos herrumbrosa o cuidada, rota infinidad de veces pero, milagrosamente, siempre lista para volver a rodar. “Es mi madre y mi mujer, mi hermana, mi amante y mi hija”, dice Dual. “A veces hasta hablo con ella… La bicicleta es necesaria para la humanidad: los vídeos de motivación y las charlas de los triunfadores no enseñan nada comparado con dejarlo todo, echarte a pedalear y descubrir, compartir, la luz que tenemos dentro y la capacidad que tenemos de lograr cosas maravillosas”. “La bici es mi instrumento político, una extensión de mi cuerpo, mi máquina de liberación”, dice Navarrete. Para Neil, “mi bici es un pasaporte para conocer el mundo. Cuando pienso en todo lo que he recorrido no me siento orgulloso de mí, sino de ella. Te quita soberbias y envidias, te acerca a los pájaros y a los perros, te enseña que lo que hiciste ayer no sirve ni podrás controlar el mañana”. “La miro, la amo y la odio”, reconoce Rodríguez. “Al no tener ventanas ni puertas y me ha hecho viajar expuesto a la lluvia y al viento, al calor y a la naturaleza, a la gente”. Es, concluye Beatriz, “el vehículo para cumplir sueños y llegar a tus propios límites. Al verte en bicicleta la gente se asombra y te tiende la mano. Los que tienen más te desprecian. Los que tienen menos te acogen, te hacen uno de los suyos y te dan comida, amor y hospitalidad”.