¿Cuando, y por qué, empezaste tu viaje?
En septiembre de 2015 estuve en un avistamiento de ballenas, y su tránsito, su viaje del Polo Sur hasta las playas colombianas del Pacífico, me inspiraron. Así que volví a mi casa en Bucaramanga, puse en venta mis cosas, terminé una serie de cosas y partí el 30 de enero.
Vender tus cosas, dejar tu casa… ¿Qué te llevo a todo eso?
Había entrado en una rutina en la que no estaba bien. Vivía una crisis, precisamente, por vivir demasiado bien, por la rutina. Además, tenía una serie de conflictos emocionales: trataba de descubrir qué me pasaba, pero el trabajo, las comodidades, el día a día me distraían. Durante estos meses he podido trabajar en todo eso: creo que un viaje así, además de ser muy físico, supone un viaje interno que te mueve todo y, en mi caso, me ha permitido trabajar en mi sanación.
“Los viajes te quitan prejuicios sobre el mundo y las personas. En siete meses no he vivido nada relacionado con la maldad humana”
¿Qué se aprende en un viaje así?
A quitarte prejuicios sobre el mundo y las personas. A olvidar todo eso que te cuentan: que viajar sola es peligroso, que cada persona sólo de preocupa de lo suyo… Y no es así. Sé que hay peligros pero en mi caso, durante más de siete meses, no he vivido ninguna experiencia desagradable y directamente relacionada con esa supuesta maldad humana. Al contrario: no llevaba dinero, pero pude desabrir que el mundo, el universo, son muy grandes, y que siempre puedes encontrare gente que te ofrece su mano.
¿Qué fue lo peor y lo mejor de estos meses?
Lo peor… Algunas enfermedades, casi siempre estomacales y provocadas por la bebida o la comida. Pero eso no es grave, son cosas que se resuelven en unos cuantos días. En realidad, no sé si hay algo que pueda llamar “peor”, porque hasta las crisis son bienvenidas: suponen un movimiento interno que te hace aprender. Y en cuanto a lo mejor… El despertar, cada día, sin saber qué ocurrirá, a quién conocerás, dónde dormirás y qué te traerá el camino. El descubrir paisajes y personas es maravilloso. Y también lo es el constante ejercicio de libertarte a través de cada pedalada, y con ellas reconstruirte de nuevo. También, claro, ha sido magnífico ampliar la red de Mujeres Bici-bles, enseñar a muchas mujeres a montar su bici, a reparar un pinchazo, y saber que ahora ellas multiplicarán la experiencia de nuestro proyecto.
Hablas de crisis. ¿En qué consisten, que las provocan?
Son crisis muy personales, y no sé si le pasa algo parecido a otras personas… En mi caso, implican trabajar a diario en un proceso de sanación individual para solucionar determinadas herencias culturales, asuntos emocionales que no he sabido gestionar o malas relaciones afectivas. ¿Qué las provoca? No lo sé… A veces siento que es algo muy cíclico, y que al principio del viaje era muy duro. Lloraba con frecuencia por nostalgia, por algo parecido a la depresión, pero con el paso del tiempo empecé a llorar más de alegría y emociones positivas. Ir identificando mis problemas hace que controles mejor la situación, que la aceptes. He escrito mucho: lo que siento, lo que sueño… Ha sido muy bonito porque, sobre todo, me he ubicado en el centro de mi propia vida sin ser egoísta ni endurecerme con los demás.
¿Qué Andrea ha vuelto a Colombia?
Creo que soy otra mujer. Otra mujer que renunció a una vida que parecía buena, pero que también me enfermaba. Una mujer a la que no le interesa el protagonismo ni el ego, pero sí a la que le gusta ser reconocida por cómo es, por lo que dice y hace. Y alguien que quiere seguir conociendo a gente que pedalea o que quiere pedalear, y que en el camino me abrió las puertas de su casa.
“Soy otra mujer. Una mujer que renunció a una buena vida que, a la vez, me enfermaba”
Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, la propia Colombia… ¿Qué te ha sorprendido más de Suramérica?
Sobre todo, temas políticos. Ver lo mal que nos representan los políticos. También, en cuanto a ciclismo, conocer que los problemas de nuestras ciudades son casi siempre los mismos: la escasa voluntad de los políticos de motivar a la gente a ir en bici, la lucha de egos entre las asociaciones y colectivos de ciclistas, la mala infraestructura en casi todos los lados… Pero, también, corroborar que cada vez más gente se sube a la bici. Que en lugares como La Paz, cuya orografía es tan especial, crece el ciclismo. Y, por desgracia, cruzarme con tantos ríos secos, con las sequías, con la explotación brutal y dolorosa de la Tierra.
Si tuvieses que elegir un paisaje…
Cada país tiene paisajes bellísimos, pero es verdad que hay algunos sorprendentes… El Pailón del Diablo o la laguna Quilotoa en Ecuador, la sierra peruana y, por supuesto, Machu Picchu. El salar de Uyuni en Bolivia, ciudades como Quito, Cuenca, Cuzco, Salta, Arequipa o Santa Cruz… Y, por supuesto y por encima de todo, la bondad de la gente. Especialmente en pueblecitos y ciudades pequeñas, la bondad de la gente es enorme.
¿Qué relación tienes con la bicicleta?
La bicicleta ha sido, desde hace 14 años, una parte fundamental de mi vida. Es mi instrumento político, mi máquina de liberación, una extensión de mi cuerpo. Un objeto presente, siempre, en mi vida. Viajar en autobús me produce claustrofobia, pero ir en bicicleta me permite observar, ir despacio, conocer.
“Viajar en bicicleta es una de las experiencias más bellas de la vida”
¿Qué consejos le darías a otros ciclistas que quieren emprender un viaje similar?
Lo primero, que escojan muy bien su equipo, que vigilen las carencias pero también los excesos. Que lean buenos blogs de viajeros para saber cómo organizar su equipaje. Creo que, aunque luego cambie constantemente, está bien tener una idea de por dónde discurrirá la ruta. Y que, aunque al principio tengan nervios y miedos, deben saber que el mundo les dará todo y les recompensará si saben conectarse con él. Viajar en bicicleta es una de las experiencias más bellas que puede tener la vida.
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- Andrea es la protagonista de la portada de nuestro número de otoño de 2016: aquí lo tienes completo y gratis.