Hay días en los que parece que nos quisieran cercar. No sólo los cacharros humeantes que nos exigen modificar nuestra ruta, ni la gente que protesta porque, en el carril bici, les pedimos que se aparten. No: son los gobiernos que siguen dando ayudas a industrias contaminantes o los políticos que jamás se montaron en bici pero que deciden legislarnos. Hay días, en resumen, en los que parece imposible pedalear en paz.
No es un tema que afecte sólo al ciclista: parece que una conspiración universal está en marcha para quitarnos el aire. Nos imponen obligaciones crecientes, exigiendo que olvidemos nuestros derechos. Al hacerlo, nos frustran y nos amargan. Al lograrlo, quizá consiguen su objetivo final: enfrentarnos, separarnos, diluirnos… Odiarnos entre nosotros en vez de odiarlos a ellos.
¿La receta? No conspirar, sino actuar. Manifestarnos por el colectivo. No bajar los brazos sino alzarlos, ni perder el tiempo con quejas sino ganarlo con actos. ¿Cuáles? En primer lugar, no sumarnos a su causa metálica e inhumana y ser cada vez más circulando en bici. Después, no mostrarnos impotentes, sacar lo mejor de nosotros mismos. Ser creativos. Generosos. El cambio empieza en nosotros mismos: pidamos responsabilidades, pero seamos responsables nosotros y no envenenemos al resto.