
Asenovgrad, una pequeña ciudad a orillas del río Asenitsa, a pocos kilómetros de la más famosa Plovdiv. Una niña en bicicleta nos mira de reojo antes de adentrarse en el bosque pintado en el muro: a su lado, la silueta del legendario Monasterio de Asen, colgado sobre un risco desde el siglo XII, recuerda que el lugar siempre fue frontera y cruce de caminos entre Oriente y Occidente, entre lo sagrado y lo profano, entre la tradición y la modernidad.
Que una niña ciclista sea la protagonista de este lienzo es una declaración de intenciones
Conocida como “la ciudad de las iglesias” y con más de una docena de templos ortodoxos poblando sus calles, Asenovgrad es también la puerta de entrada a los montes Ródope. Un territorio de mitos tracios, bosques infinitos y aldeas donde el tiempo se detiene. Que una niña ciclista sea la protagonista de este lienzo es una declaración de intenciones: el futuro, ligero, curioso y libre, debe abrirse paso mientras el pasado vigila desde piedras milenarias.
La niña del mural no necesita mucho más que a sí misma. Es valiente. Tranquila. Fuerte. Y su bicicleta, apuntando al horizonte, nos basta para hacernos ver que la mejor manera de honrar el pasado es recorrerlo pedaleando, descubriendo así, de otro modo, todo lo que nos sucederá.
