Tras recibir el libro, y degustar cada una de sus páginas, era obvio que teníamos que hablar con Powerpaola. No era del todo fácil disponer de su tiempo, pero no nos bastaba con enviarle un cuestionario y limitar el diálogo a una sucesión de preguntas esperando respuesta. Porque su novela impacta. Duele. Y, sobre todo, deja con ganas de saber más de ella. Necesitábamos completarla a través de su voz. Cerrar así el círculo de su intimidad. Y, por supuesto, saberlo todo sobre su relación con la bici.
Como esperábamos, la charla fue placentera. Y muy aclaratoria: "Para mí, ir en bici siempre ha sido como llevar al lado a una buena compañera". Colombiana, nacida en Ecuador, ahora en Berlín, pero residente en Buenos Aires, lo tiene claro: "En bici encuentro la felicidad, la independencia, la fuerza que hay en mí. Siempre estuvo en mi mente, pero fue después de leer Todas las carteras que he tenido, un cuento de Cecilia Pavón, cuando supe que sería a través de ellas cómo volvería a repasar mi vida".
"Las mujeres empezamos a usar pantalones gracias a la bici. Con ella fuimos más libres. ¡Es una máquina que nos empodera!" (Powerpaola)
Lo logró, cuenta, después de "varios talleres de escritura y muchos desafíos". Y es que Powerpaola (llamadla así, no Paola Gaviria, su nombre de nacimiento), afrontó este proyecto con ganas de sacudir sus comodidades estilísticas, profesionales y existenciales. "Para empezar", reconoce, "dibujar bicicletas es muy difícil. Pero es que, además, quería huir de hábitos y formas de trabajar cómodas y que me sabía de memoria".
"De mí siempre se espera otro Virus tropical", reconoce la autora de esa obra revolucionaria del cómic latinoamericano, "pero esta vez necesitaba jugar más con la ficción y el surrealismo. Usar nuevos materiales, nuevas voces y, sobre todo, que la propia historia me dijera cómo y por dónde seguir".
Paseos entre cocodrilos
En efecto, y a lo largo de diversos accidentes, rituales iniciáticos y primeros amores, Todas las bicicletas que tuve (Editorial Sexto Piso) esconde oscuras fantasías, cuentas rotas y hasta cocodrilos escondidos en alcantarillas que representan atajos hacia la negrura interior. "El libro es un collage de hechos que realmente me sucedieron", explica Powerpaola, "a los que sumé sueños y cosas que le pasaron a otros. Mezclar realidad, fantasía y recuerdos es un juego, una diversión, pero es cierto que mientras hacía esta novela me pasaron muchas cosas que están en ella… ¡Si hasta la terminé justo el día anterior a que nos confinaran por la pandemia!".
¿Y las bicis?
Las bicis que Powerpaola tuvo, y que desfilan por las páginas del libro, son entre otras una Chopper heredada de su hermana, una BMX regalada por Hilda, su madre, la Diamond con la que surcaba Medellín o la Giant amarilla que, en estos momentos, la espera con impaciencia en Buenos Aires.
Y es que Powerpaola se ha movido en bicicleta haya donde estuviese: Quito, Cali, Barcelona o Berlín. "Sí, desde los 13 años mi medio de transporte es la bici. Ya entonces, cuando la gente la veía sólo como una forma de hacer deporte, a mí me encantaba ir a todas partes con ella. Por suerte, esa mirada ha cambiado: además de que, por desgracia, el transporte público sigue siendo muy malo en muchas partes, la gente se ha dado cuenta de que es mucho más saludable y alegre moverse pedaleando. El tiempo cunde más. Tienes más independencia".
Y, como dice en su libro, en bici eres la dueña del mundo. "Es verdad", concluye: "Las mujeres empezamos a usar pantalones gracias la bici. Con ella fuimos más libres. ¡Es una máquina que nos empodera!".
Hacia la luz
"Me cuesta ser optimista", reconoce sonriendo Powerpaola, "pero lo intento. El cambio empieza por enfocarse en hacer las cosas lo mejor posible desde lo pequeño, lo íntimo, lo propio. Veo tristeza, depresión, a mucha gente abatida, y lo entiendo, pero creo que debemos trabajar para darle la vuelta a esa realidad. El mundo, siempre, ha tenido una parte oscura, pero es gracias a esas personas que traen luz como se puede hacer el cambio. Eso es lo valioso del arte: no reflejar simplemente las cosas terribles y oscuras, sino devolverlas filtradas, reinterpretadas y desde un lugar más asertivo. A mí, personalmente, me gusta burlarme un poco más y darle la vuelta con un poco más de luz".
Vivir del arte
"Sí, es posible vivir del arte", reconoce orgullosa. "Yo vivo sólo de ilustrar y pintar desde 2007, aunque nunca pensé que sería posible. Pero es que, además, el dibujo es un oficio: te puede servir para muchas cosas y abrirte muchas puertas. Una de las claves es no frustrarte, disfrutar por el mero hecho de dibujar, sin perder el tiempo y la energía pensando si te salió bonito o feo".
Huyendo del aburrimiento
"Siempre estoy trabajando, pero no de la misma forma porque me aburro muy pronto", dice. "Tengo muchos proyectos que avanzan poco a poco. Los abandono y, cuando me surge, los retomo". Además, asegura ser más productiva cuando trabaja en lugares con mucha gente: "¡He hecho dibujos en salas de espera, en el médico o en un aeropuerto! Pero, sobre todo, me gusta hacerlo rodeada de amigas, cada una con sus cosas. Conversamos, trabajamos y así me siento acompañada". En cambio, no le gustan las reuniones ni el mundo online: "Internet se ha vuelto una distracción, algo que me roba el alma. Antes de tener un teléfono inteligente dibujaba, escribía y leía mucho más. ¡Me absorbe!".
En femenino
"Aunque nací en Quito", recuerda, "mi familia es colombiana y crecí en Cali. Estudié Bellas Artes en Medellín, me fui a Francia y allí, leyendo cómics para aprender francés, descubrí a muchas historietistas. Otros dibujos, otras voces... Me hice adicta a sus obras". Tras emigrar a Sidney, Australia, a una vida más acomodada y monótona, Powerpaola decidió circular por carriles más artísticos: "Volví a dibujar para salir de la depresión y contar la historia de lo que estaba viviendo. Y, cuando me mudé a Argentina hace once años, encontré mi tribu: es una ciudad muy movida, joven y refrescante. El mundo de la historieta es menos esnob que el del arte: tiene una cara solidaria, y se ha transformado con una escena muy variopinta. Cuando empecé éramos pocas mujeres dibujando, y ahora hay muchas chicas y chiques haciéndolo".
Tomen nota
Cuando Virus Tropical cumplió diez años, en 2021, muchos ilustradores e historietistas de Latinoamérica la homenajearon, considerándola un punto y aparte en la escena local. También ella sigue con admiración el trabajo de otras: preguntada por qué artistas le gustan en la actualidad, no lo duda: "Hay dos argentinas que me encantan y son tan jóvenes como talentosas: China Ocho y Femimutancia. La portuguesa Júlia Barata, Gato Fernández, Delius, La Watson, Jazmin Varela… La mexicana Inechi (Inés Estrada) es buenísima. Y, en España, me gusta Conchita Herrera: sus dibujos e historietas son poesía".