Si la pequeña ciudad de Repentigny, a las afueras de Montreal, suele ser ya un remanso de paz con sus ajardinadas viviendas unifamiliares asomándose al río San Lorenzo, el ambiente un sábado por la mañana solo puede definirse como bucólico. Sin embargo, en una de esas bonitas casas reina hoy cierto ajetreo: la artista Marie-France Boisvert va y viene por la cocina, preparando alguna especialidad local para los invitados que hoy vienen a comer a su casa. Algo que no la impide sentarse, durante una hora, a responder las preguntas de un periodista español, intrigado sobre por qué, en sus cuadros, aparecen con tanta frecuencia ciclistas.
Después de conocerla, no es de extrañar. Para empezar, Boisvert monta mucho en bicicleta, más en concreto sobre una llamativa Devinci con la que acostumbra a recorrer las carreteras de la zona. También, como explica sonriendo, porque retratar ciclistas supone mostrar personajes “que interactúan constantemente con el entorno, y que transmiten valores como la superación de los propios límites, el desafío de enfrentarse a las dificultades o la fuerza que implica ser parte del mismo grupo”. Una fuerza que, asegura, también ella desprende cada vez que se pone a pedalear: “Me entrego al máximo, con la bici o con cualquier cosa que haga. Todo me lo tomo en serio y con pasión. Creo que, incluso… ¡soy demasiada excesiva!”.
“Me entrego al máximo, con la bici o con cualquier cosa que haga”
Es curioso que alguien tan cálido pinta unas obras que, de pura elegancia, casi podrían verse como frías. Según ella misma recuerda, desde casi antes de poder hablar ya sabía sostener un lápiz, y siempre tuvo claro que sería artista. Una profesión a la que se entrega cada día, “enfrentándome a un lienzo blanco y dejando que las imágenes se eleven ante mí. Trazo el primer personaje y empiezo a a imaginar su viaje, la actitud y presencia de los que le rodean, y trato de captar un instante de su vida. También, y es probable que por eso abunden las bicicletas, adoro representar el movimiento. También la delicadeza de las líneas verticales, con las que aspiro a dar la impresión de que mis personajes están enraizados, pueden tocar el cielo y aspiran a ser mejores”.
Personajes a los que, eso sí, casi nunca podemos ver la cara. Ciclistas escondidos tras gafas de sol o, directamente, retratados de espaldas sobre un suelo espejado. “En mis obras no suelen aparecer rostros porque me gusta pensar que ya los proyectará el que mira el cuadro. Y sí, puede que sean algo melancólicos, pero no es así como me siento al pintar. Todo lo contrario: nunca pinto cuando me siento triste. Sola sí, pero es una soledad agradable, llena de serenidad. Me gusta el arte de apariencia sencilla, porque creo que es el que más te hace pensar, lo prefiero a las obras demasiado coloridas y llamativas”.
“Somos individuos solitarios que, para evolucionar, necesitamos formar parte de un grupo”
Escuchando la música de la californiana Beth Hart y dándole vueltas a su próxima exposición, en Ottawa, es hora de dejar a Boisvert. Antes, una última reflexión sobre las bicicletas: “En mi noción filosófica de qué es la sociedad siempre pienso en que somos individuos solitarios que, para evolucionar, necesitamos formar parte de un grupo. El grupo está allí para ayudar y apoyar. Creo que algo parecido ocurre cuando salimos a pedalear, y es algo que también pretendo retratar en mis obras”.