Se puede pedalear de muchos modos. Entre ellos, dibujando. Buen ejemplo fue Frank Patterson (1871-1952), quien entre 1890 y 1950 retrató la llamada ‘Edad de Oro’ del ciclismo a través de unas 26.000 ilustraciones en blanco y negro, publicadas en revistas como Cycling o The CTC Gacette, su libro The Patterson Book (1948) o las varias publicaciones póstumas que después han recopilado su obra.
Su relación con la bicicleta fue una de un amor y agradecimientos eternos e inquebrantables. Cuando el joven Patterson emigró a Londres desde su Portsmouth natal, en 1890, ya sabía pedalear. Se dice que había aprendido con el biciclo de un amigo, y que su hermano mayor tenía otro, uno de esos deliciosos penny farthing Ordinary. Pero fue en la capital donde tuvo su primera montura y, de inmediato, empezó a salir con ella para recorrer la campiña, inmortalizando deliciosas escenas donde nunca olvidó retratar a su compañera, a la gran responsable de haberle llevado hasta allí. Su inseparable bici.
A los 38 años, una grave lesión de rodilla le impidió volver a pedalear. Pero eso no detuvo su idilio con la bicicleta y el campo
Pronto, en 1893, ya estaba publicando su obra en Cycling Weekly, la revista con la que colaboraría hasta su muerte, al igual que con The CTC Gazette, la revista para los miembros del Cyclists’ Touring Club. A los 38 años, una grave lesión de rodilla le impidió volver a pedalear, pero eso no detuvo su idilio con la bicicleta y el campo y, desde entonces, siguió dibujándolos a partir de fotografías y postales muchas veces enviadas por amigos o aficionados.
El espíritu del ciclismo
En 1944 recibió el Bidlake Memorial Prize, galardón que reconocía a quienes, a través de la bicicleta, intentaban mejorar el mundo: en su caso fue por esas evocadoras escenas que llegaban en revistas al frente británico en la Segunda Guerra Mundial, manteniendo la moral de unos soldados que fantaseaban con volver sanos y salvos a casa para pedalear por esos deliciosos parajes. Toda Inglaterra fue dibujada en sus cuadernos, además de buena parte de Irlanda, Escocia, Gales o rincones de Francia. Horizontes eternos. Carreteras estrechas. Bosques, ríos, indómitos ciclistas resistiendo a la lluvia y el viento o relajados cicloviajeros tomando té y pastas frente a una idílica casa. Mirando desafiantes al frente. O girando el cuello para, orgullosos, contemplar las millas recorridas, los paisajes conquistados.
El 14 de septiembre de 1974 el Cyclists’ Touring Club descubrió una placa en su sede en Guilford, una encantadora ciudad al suroeste de Londres. "Dedicada a la memoria de Frank Patterson (1871-1952) de Pear Tree Farm, Billingshurst”, recuerda. “Quien, durante más de cincuenta años, retrató el espíritu del ciclismo de una manera inigualable por ningún otro artista".