¿Cómo sería una ciudad perfecta? Buenos servicios, seguridad, zonas verdes, transporte público de calidad, empleo, salarios altos, variada oferta cultural, facilidades para las familias… Esos son sólo algunos de los factores que suelen ponerse sobre la mesa a la hora de realizar los múltiples estudios que analizan cuáles son las mejores urbes del planeta para vivir.
Listados en los que, desde luego, siempre está presente Copenhague. Pero hay algo más, que rara vez mencionan esos análisis: el número de bicicletas que recorren sus calles. Un claro indicador de calidad de vida en el que, con permiso de Amsterdam y otras pocas urbes en el mundo, Copenhague no tiene rival.
Con una población de algo más de un millón de habitantes, a los que sumar casi otro millón de su área metropolitana, en Copenhague hay más bicicletas que personas. Quizá por eso hasta hay un índice con su nombre, Copenhaguenize, que elabora desde 2011 un ranking mundial con las mejores ciudades del mundo para pedalear. No hace falta decir cuál de ellas está siempre en primer o segundo lugar.
Trabajo en común
Michael Colville-Andersen es, probablemente, el gran gurú del ciclismo urbano. Responsable de Copenhagenize Index, así como del libro ‘Copenhagenize-the definitive guide to bicycle urbanism’, es experto en diseño urbano y está al frente de ‘The Life-Sized City’, una serie de documentales sobre cómo las ciudades cambian su fisonomía para convertirse en lugares más amables. Y, cómo no, Colville-Andersen es un enamorado de su ciudad. “Aquí existe un gran respeto por la participación ciudadana”, reflexiona en conversación con Ciclosfera. “La ciudad interactúa a un nivel profundo con sus ciudadanos, y su desarrollo es una obra de arte creada por todos. Espacios verdes, buenas escuelas, un gran sistema social… Eso son algunos de los elementos que hacen de Copenhague una gran ciudad”, explica.
La bicicleta es la forma más rápida de moverse por las calles de Copenhague
Centrándonos en el ciclismo, este experto lo tiene claro. “Hace tiempo, y como en tantas otras ciudades del mundo”, explica, “los dirigentes locales decidieron tomarse en serio la movilidad. Pero aquí contemplaron el ciclismo urbano de una manera pragmática, como una solución. Se creó una red integral y cohesiva de ciclovías protegidas, que alcanzan los 1.000 kilómetros en el llamado Gran Copenhague. Pero no son kilómetros inconexos, sin sentido, sino que forman una red que permite a los ciudadanos llegar pedaleando a cualquier lugar. La bicicleta es, de hecho, la forma más rápida de moverse por sus calles. Si consigues que la bici sea, al mismo tiempo, segura y competitiva, los ciudadanos se subirán a ella. Por eso el 63% de la población de Copenhague la elige para el día a día”.
Preguntado por la archiconocida rivalidad que su ciudad mantiene con Amsterdam y otras ciudades holandesas, como Groningen, en materia ciclista, Colville-Andersen no tiene dudas. “Son geniales”, asegura, “pero Copenhague es la mejor gran ciudad del mundo para pedalear. Las infraestructuras son más prácticas, y existe la convicción general de que la la bici y el transporte público son mejores que el viejo automóvil”. Sin embargo, también hay desafíos: “Actualmente”, explica, “el mayor es crear más espacio para los ciclistas. En la hora punta, hay tantas bicis en las calles principales que necesitamos ensanchar los carriles bici. Queen Louise’s Bridge, Vesterbrogade… Los carriles bici tienen cuatro metros de ancho a ambos lados de la calle, pero se quedan pequeños”.
Con todo, Colville-Andersen manda un mensaje claro y contundente: “El ciclismo es una solución a muchos de los grandes desafíos de las ciudades. Es la forma de transporte más eficiente que existe, proporciona ganancias masivas para la salud pública y reduce la contaminación. Sólo por moverse en bicicleta, los ciclistas de Copenhague contribuyen con 233 millones de euros a la salud pública cada año… ¡Es el mejor modelo de negocio de transporte en la historia!”
La vida (en verano) es bella
Sea pedaleando o a pie, hay algo que llama la atención al pasear por aquí, sobre todo en verano: la gente sonríe. Niños, adultos, ancianos… Parecen hacerlo incluso los perros, muchos de los cuales, por cierto, viajan a bordo de las numerosas bicicletas de carga que circulan por la ciudad. Durante los meses de estío, la ciudad explota, con todos sus habitantes disfrutando al máximo de la luz del sol. Terrazas, exposiciones, conciertos al aire libre… Gente con ganas de hacer cosas. Pura vida.
Los invierno son duros, con apenas siete horas de luz al día
En cambio, los inviernos son duros. Y, sobre todo, oscuros, con apenas siete horas de luz al día: a las cuatro y media de la tarde ya es noche cerrada. A cambio los días de verano son extremadamente largos, con amaneceres a las cuatro de la mañana y puestas de sol más allá de las diez de la noche. Incluso, uno tiene la extraña sensación de que nunca llega a ser noche del todo, sino que reina una tenue luz azulada hasta que el sol vuelve a aparecer.
Un contraste que notan mucho los españoles que viven en la ciudad. David Garrido es de Mataró (Barcelona) y llegó hace un año y medio . “Me encanta lo marcadas que están las cuatro estaciones y cómo lucen los paisajes en cada una de ellas”, explica, “pero es cierto que el invierno es largo. De octubre a marzo se añora demasiado el sol, pero con buena compañía es llevadero y hasta divertido. Vino, infusiones, chocolate caliente, juegos de mesa, lectura, películas, series, sofá y manta. Y siempre te puedes escapar a España un fin de semana”.
Eso sí: independientemente de la época del año, se pedalea. Así lo hizo también Garrido, desde el primer día y por pura funcionalidad. “Los desplazamientos son más rápidos y eficientes, y desde el primer día sentí un un impacto positivo en mi salud física y mental, además de ahorrar dinero y generar un impacto positivo en el medioambiente”. Desde luego, y más viniendo de España, también le llamó la atención las facilidades que encontraba a su alrededor. “La jerarquía está clara: peatones, bicicletas y, por último, coches. Las bicicletas tienen su calzada propia, normas de circulación bien definidas y una clara señalización. Y algo más: a diferencia de España, aquí el ciclista no es, en ningún momento, visto como un invasor”.
Un estilo de vida
Basta salir con la bicicleta para comprobar varias cosas: las vías ciclistas, además de ser abundantes, tienen un mantenimiento constante. No sólo se limitan al centro de la ciudad, sino que todos los municipios están conectados entre sí. Hay aparcabicis por todas partes, las empresas premian a los empleados que se desplazan en bici al trabajo y se lo facilitan instalando duchas y vestuarios. Es más: ir en bici al trabajo desgrava impuestos por cada kilómetro recorrido.
Aquí la bicicleta no es una moda, no es una excepción ni un tema de conversación
En realidad, hasta decir que todo es posible sobre una bicicleta, que todo son facilidades para los ciclistas, está incluso de más. Aquí la bicicleta no es una moda, no es una excepción, no es una manera de moverse ni, en resumen, una anécdota o un tema de conversación. Pedalear a diario es, simplemente, un estilo de vida, silencioso, natural, en torno al que giran las demás cosas. De puertas para adentro, es un discreto y humilde motivo de orgullo para la ciudad. Para los de fuera, un motivo de envidia, pero sobre todo un ejemplo. Una inspiración. Y un estímulo: con la voluntad de todos, políticos y ciudadanos, otro mundo y otra ciudad son posibles.
¿Salimos?
Como tantas otras cosas, el ocio en Copenhague no es, para un español, barato. “En España estamos acostumbrados a salir a menudo a tomar una cerveza, ir al cine o a cenar a un restaurante”, explica David Garrido, “algo que aquí es casi un lujo”. Así que toca echar mano de la imaginación, y combinar ese tipo de planes con otros alternativos y de muy poco coste. “En primavera y verano”, explica David, “Dinamarca es el país del picnic, así que equipa tu bicicleta con una buena cesta y ponte en marcha pedaleando a The Kings Garden, el parque más antiguo y popular del centro de la ciudad”. Los que tengan tiempo y ganan pueden prepararse algo en casa, y los que vayan con prisas (y no les importe gastar unas coronas de más) pueden comprar un sandwich tradicional danés en Smagsløget (Nørregade 38). ¿Y para cuando llegue el otoño? “Acércate a Bertels Salon (Kompagnistræde 5)”, cuenta Garrido, “y prueba un magnífico cheesecake acompañado por un buen café, que te quitarán el frío al instante”.
La herencia vikinga
Dicen que el mostacho de Svend I, rey de Dinamarca, Noruega e Inglaterra halla por el año 1.000, era tan poblado y singular que lo hacía reconocible incluso a larga distancia. No en vano, lo inusual de su vello facial, que se repartía entre su sinuoso bigote y unas pobladísimas patillas, le hizo pasar a la historia como Barbapartida (Forkbeard, como lo apodaron los ingleses). A él se atribuye la fundación de Copenhague, en el siglo X, como enclave pesquero de excepcional valor estratégico para los vikingos. Los amantes de la mitología y la historia de estos pueblos nórdicos tienen una cita obligada en el Nationalmuseet, el mayor museo del país y un lugar perfecto para conocerlos de primera mano. Si todavía nos quedan ganas de pedalear, nada como desplazarse unos 35 kilómetros al oeste de la ciudad para ver cinco barcos vikingos originales en el fiordo de Roskilde.
Christiania: libertad, independencia, olor a hierba
Un viejo letrero de madera despide a los visitantes: “You’re now entering the EU”, “Está usted entrando en la Unión Europea”. Es uno de los mensajes más fotografiados en Copenhague, y la frase que nos encontramos al abandonar la Ciudad Libre de Christiania, 34 hectáreas ubicadas en el barrio de Christianshavn que se autoproclaman estado independiente y que viven en un régimen semilegal tolerado por el gobierno danés. Entre otras cosas, Christiania es popular por permitir el consumo y la venta de cannabis (es conocido como The Green District), sus coloridas viviendas y su régimen asambleario y autogestionado. Su origen se remonta a 1971, cuando unos padres ocuparon un viejo y abandonado terreno militar para que sus hijos pudieran jugar. Fue en 2012 cuando sus ya numerosos habitantes reconsideraron su situación ilegal, comprando la mayor parte de los terrenos para mantener el barrio a su antojo. Actualmente, la propiedad de estos terrenos no pertenece a personas individuales sino al colectivo de Christiania, y no pueden venderse de forma individual. Y, desde luego, hay mucho más que hippies y porros aquí: el barrio/estado es la sede de Christiania Bikes, las bicicletas de carga más famosas de la ciudad que pueden verse en todos los rincones de la ciudad.