La noticia saltó a finales de 2013: el arquitecto Norman Foster maneja un proyecto faraónico que podría cambiar radicalmente Londres y, en concreto, la situación de sus miles de ciclistas. SkyCycle planea construir 220 kilómetros de autopistas ciclistas, separadas del tráfico y a varios metros de altura sobre las líneas de ferrocarril de la ciudad. La idea surgió hace dos años y, aunque no está claro que llegue a hacerse realidad, ha dividido a la comunidad ciclista de Londres y del mundo entero.
Autopistas ciclistas. “Me parece una aberración”, comentaba un lector en nuestra web. “Conseguiría sacar al ciclista del tráfico y convertirlo en un obstáculo al reincorporarse a él”, opinaba otro. “Esperpento”, “barbaridad” y “obra megalómana” eran algunos de los calificativos escritos en nuestro Facebook. Y, sin embargo, otros lo veían como una solución. “Sería un gran ejemplo, una gran inversión en salud a gran escala”, argumentaba uno. “Cero semáforos, cero tráfico, cero sobresaltos… Un gran beneficio”, decía otro.
“El proyecto tiene que ver más con la publicidad que consigue Norman Foster que con la realidad”, dice un urbanista
¿Y qué opinan los expertos? Para Pablo Mella, arquitecto urbanista de A Coruña y ciclista urbano, SkyCycle tiene un sinfín de inconvenientes. “Además del desorbitado coste se mantiene un trazado quizá idóneo para el ferrocarril, pero no necesariamente para la bicicleta”, cuenta. “Creo que el proyecto tiene que ver más con un tema de publicidad del propio arquitecto que con una realidad”. Mella, al igual que otros compañeros de gremio, lo tiene claro: “Este tipo de proyectos no son la solución. No se trata de segregar a la bicicleta, sino de integrarla en el tráfico y calmar al vehículo”. Sin embargo, urbanistas como la neoyorquina Shaunancy Ferro han defendido con entusiasmo proyectos así. “Estas infraestructuras hacen que los ciclistas se sientan más seguros circulando”, escribió en Fastcodesign. “Construyámosles autopistas y los ciclistas se multiplicarán”, vaticinó.
Una vieja idea
La idea de apartar a las bicicletas a través de autopistas viene de lejos: en 1897, Horace Dobbins* proyectó la primera en Los Angeles. Sólo se construyó el primer tramo, de apenas un par de kilómetros, pero su planteamiento parece haber calado hondo: varias ciudades planean llevar a cabo proyectos similares a SkyCycle. En Toronto (Canadá), el arquitecto Chris Hardwicke puso sobre la mesa en 2004 un proyecto sorprendente: bajo el nombre de Velocity proyectó una red de tubos que, además de separar a los ciclistas, los protegería del frío.* Lo calificaron de “visionario”, pero su alto coste echó para atrás a los inversores.
Ciudades como Melbourne o Copenhague parecen apostar por estos sistemas
Más factible parece Veloway, en Melbourne (Australia). Sus ideólogos han sido más realistas y, como Foster en Londres, han querido aprovechar el trazado de una vía férrea para proyectar una autopista ciclista en fase de evaluación. Más austero, y a pleno rendimiento desde su inauguración en abril de 2012, es el trazado de 18 km de Copenhague. En la capital danesa, una de las mecas del ciclismo urbano y el lugar donde el 50% de la población se desplaza en bici a su trabajo, se quiso agilizar el tráfico no motorizado construyendo el llamado Cykelsuperstier, un inmenso carril bici por el que circulan a diario miles de personas.
¿Y en España? El debate no parece cercano. La bicicleta apenas se asoma a la agenda política, y su modelo de revolución urbana apenas está dando sus primeras y entusiastas pedaladas en comparación con otros países. De ellos deberemos aprender, tanto en errores como en aciertos.