Cuando la normalidad y el terror conviven, cada segundo se convierte es un ejercicio de supervivencia.
París, junio de 1940. El ejército francés se rinde a la Alemania nazi tras apenas resistencia. Los alemanes ocupan todo el país y, el 14 de junio, ya se exhiben las banderas con la Cruz de Hierro y desfilan los soldados de la Wehrmacht por las calles de la ciudad. El 23 de junio será el mismísimo Hitler el que se fotografíe, casi como un turista, junto a su nueva conquista: la Torre Eiffel.
La majestuosa torre es un símbolo. Una gigantesca chincheta que marca, en los mapas, que París es y seguirá siendo la capital cultural del mundo. Está llena de museos, de tesoros y de artistas: pese a la Guerra, todavía viven allí Sartre o Andre Gide. Camus, Irène Némirowski o Picasso. Las botas de cuero nazis repiquetean pero Edith Piaf sigue cantando, Maurice Chevalier actúa y hasta Jean Renoir o Sergé Lifar planean películas y coreografías en París.
Mucho se ha hablado de cómo escritores como Brasillach o Céline aplaudieron la invasión alemana. También la lista de artistas que murieron asesinados, Némirowski, Jacob, René Blum, es extensa, como lo es la de los que tuvieron que huir. Y también hubo otros, como Sartre, Simone de Beauvoir o el propio Picasso, que vivieron toda la ocupación de París en un ejercicio de supervivencia lleno de interrogantes. Aquí no les daremos respuesta: obras como la magnífica Y siguió la fiesta: la vida cultural en el París ocupado por los nazis, del maestro de periodistas Alan Riding, arrojan algo de información sobre el asunto.
El superviviente
No se ha hablado tanto, en cambio, de un tal André Zucca, uno de los más brillantes fotógrafos franceses de la época. Lee Miller, musa del surrealismo, alumna y amante de Man Ray y amiga de Picasso, huyó de París y solo volvió en 1944 para fotografiar la liberación de la ciudad y, después, inmortalizar el horror de los campos de Buchenwald o Dachau. Fue considerada una heroína, como lo fue Henri Cartier Bresson, que llamado a filas en 1940 combatió con el ejército francés, fue capturado poco después y terminó en un campo de concentración, del que logró huir en 1943. Inmediatamente regresó al lugar donde tres años antes había escondido su Leica y volvió a trabajar, retratando la infinita alegría y dolor que puede sentir un humano.
Zucca no. Nacido en París en 1897 ya había combatido con Francia durante la I Guerra Mundial, y hasta fue condecorado con una Cruz de Guerra por su heroísmo. Después, en la década de los treinta, se hizo un nombre gracias a reportajes fotográficos por Japón, China, India, Marruecos o Grecia, y en septiembre de 1939, cuando Francia entra en la II Guerra Mundial, Zucca acude a fotografiar la llamada Drôle de Guerre o Guerra de Broma, cuando durante unos meses las tropas francesas y británicas fingen enfrentarse a los nazis para ayudar a Polonia. Una pantomima que Alemania finiquita muy pronto, cuando el 10 de mayo invade Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo y arroja sus tropas a Francia.
Zucca no pudo, o no quiso, huir, sino que volvió a trabajar a París. Pero esta vez no le esperaban colaboraciones para cabeceras como Paris-Soir o Match, sino convertirse en el corresponsal fotográfico en la ciudad de una diabólica biblia, la revista alemana Signal, una de las más poderosas armas propagandísticas de la Alemania nazi. Repartida en 25 países y con tiradas de hasta 2,5 millones de ejemplares, Signal *difundía y avivaba la gloria y conquistas del Tercer Reich: *Deutschland siegt an allen Fronten, Alemania triunfa en todos los frentes. Y ahí estarían Zucca y su cámara para mostrar, también, como triunfaba en París.
Paseos en bici
No hay mayor victoria que conquistar el favor de los derrotados, y eso intentan transmitir las fotos de Zucca en París. Como símbolo de libertad, de felicidad, de calma, están repletas de bicicletas. Ciclistas parisinas, bien peinadas, bien vestidas, incluso a veces transportando a rollizos y somnolientos bebés, fueron inmortalizadas por Zucca pedaleando por un soleado París. Representan la normalidad, el bienestar, la belleza. Los mismos valores que Hitler y sus seguidores fingían estar propagando por el mundo.
Según el libro The Unfree French, del historiador Richard Vinen, el mismo viernes 14 de junio que los alemanes conquistaban la ciudad unos 16 civiles parisinos se suicidaron. Vinen explica también que, en pocos meses, unos 40.000 soldados alemanes ya estaban instalados en la ciudad. Casi en el acto miles de inocentes empezaban a ser enviados a los siete campos de concentración repartidos por el país que, por cierto, eran gestionados por tropas francesas que colaboraban con el invasor. En la hasta entonces encantadora y distinguida París se propagó, como una maldición, el hambre: el historiador inglés Ian Ousby calcula, en Occupation: The Ordeal of France, que los adultos pasaron de consumir unas 2.500 calorías diarias a, en las mejores épocas, apenas 1.200. Desesperada, la gente se moría de hambre: la mortalidad se disparó y la caza de gatos, cobayas o palomas se transformó en cotidiana.
Pero ni Signal ni Zucca mostraban detenciones, humillaciones, ajusticiamientos y penurias, sino a gente paseando en bicicleta poor París. Los alemanes habían requisado automóviles y todo el combustible era enviado al frente ruso (según Ousby, solo unos 7.000 coches privados circulaban por el París ocupado), pero se calcula que había unas dos millones de bicicletas en la ciudad. Pronto, esas máquinas y sus accesorios también se convirtieron en un tesoro, al que alimentaba un enorme mercado negro específico (Lynn Taylor habla bastante del tema en The Black Market, tesis publicada por la Universidad de Cambridge).
El desconocido André
“Zucca no era un nazi”, asegura el crítico, periodista e historiador Ian Buruma en un artículo en The New York Review of Books, “pero tampoco sentía una hostilidad particular hacia ellos. Simplemente, quiso seguir con su vida anterior a la guerra y poder publicar sus imágenes”. Así hizo hasta el 25 de agosto de 1944, cuando París fue liberado y él, poco después, fue detenido y juzgado. Absuelto de colaboracionismo, quedó en libertad, pero se le prohibió volver a ejercer como fotoperiodista. De nuevo sobrevivió: casado y con un hijo de un año, Zucca se mudó a Dreux, un pueblo a las afueras de París, y bajo el nombre de André Piernic regentó una pequeña tienda de fotos e inmortalizó bodas y comuniones locales. Escondido, tranquilo, desconocido, vivió hasta 1973, cuando murió con 76 años.
Su nombre y su obra saltaron de nuevo a los medios cuando, en 2008, la Biblioteca Histórica de París mostró 270 de sus fotografías en una exposición llamada Parisinos bajo la ocupación. Las sonrisas y las bicicletas atravesando el idílico París de Zucco volvieron a ver la luz, y la muestra fue tan polémica como exitosa. Las colas de visitantes recorrían varias manzanas. Christophe Girard, entonces vicealcalde de París, exigió que la exposición fuese clausurada, y el alcalde Bertrand Delanoe estuvo cerca de dimitir. En el grueso y solemne libro de firmas del público, que esperaba al final de la muestra, un anciano dejó un curioso mensaje: agradecía el milagro de haberse reencontrado con su madre en una vieja fotografía, setenta años después del horror, reconociéndola feliz y sobre una bici en París.