Un artista no necesita casi nada para expresarse: le bastan un manillar y un sillín para crear una intrigante cabeza de toro. El adulto miraría ambos objetos durante horas y vería sólo eso: dos piezas de una bicicleta. Pero el niño, y el genio, transformarán en segundos esa misma realidad.
"¿Sabes cómo se me ocurrió esta escultura?", dicen que dijo Picasso a un periodista que le preguntó por ella. "Un día, entre una pila de objetos que tenía en el trastero, encontré el viejo sillín y un montón de manillares oxidados. En un segundo, todo cuadró en mi cabeza. La idea vino antes de pensar en ello".
Ahí está la magia: en ver más allá, en transformar lo cotidiano en fantástico. Miramos Cabeza de toro y vemos un manillar y un sillín, pero también un animal al que sólo le falta mugir. Hagamos el proceso contrario: miremos la brutalidad que nos rodea y soñemos con que se transformará en algo tan inocente, infantil y sencillo como las piezas que forman nuestra querida montura.