“A mí la bici me parece muy bien”, se presenta, “pero creo que deberías llevar casco y ropa de colores”, comenta afable. La luz para los peatones sigue verde por lo que aún quedan cerca de 40 segundos para poder pedalear. “Bueno… El casco no protege tanto y llevo luces”, contesta el de la bici. “Sí, pero para defender el uso de las dos ruedas, creo que sería lo óptimo”, continua con extrema corrección el conductor. “Lo tendré en cuenta”, responde el pedaleante mientras, de soslayo, ve cómo el semáforo se pone verde.
Mientras Peter Pan buscaba su sombra en busca de respuestas, el ciclista pocas veces piensa en la suya. El deporte, la pasión y la moda distorsionan la imagen de los pedales. A su vez, los ciclistas han elevado la bicicleta a la categoría de vehículo de autoafirmación. Su vehículo permanece fuera de los caudales oficiales, se mueve a su manera y tiene una gran fuerza como elemento cool. Pero entre ese brillo moderno y la vida real hay un hueco importante: la percepción que la sociedad tiene de la bicicleta. Molesta, divertida, juvenil, alternativa, ecológica… Los ciclistas deben enfrentarse a su propia imagen. Un recorrido por la ciudad para intentar adivinar qué piensa la gente de las dos ruedas.
“La bici se asocia con gente joven, nuevos residentes y, un poco, con la gentrificación”
Si digo bicicleta, dices deporte. La mayoría de la población española, un 55,5%, asocia los pedales con la salud y con el deporte, según el Barómetro de la Bicicleta de 2011, el último elaborado por la Dirección General de Tráfico (DGT). La movilidad es la cuarta opción y solo la comentan uno de cada cuatro entrevistados. “La comunidad ciclista se considera privilegiada, como una aristocracia insular, una minoría fascinada por la moda que intenta inculcar sus puntos de vista sobre movilidad a una desinteresada, e incluso reluctante, población”, soltaba con acritud el periodista de The New Yorker John Cassidy en su blog.
El boom del ciclismo urbano ha sorprendido a muchas ciudades que no estaban acostumbradas a ella. Los usuarios tradicionales, coches y peatones, se han visto obligados a compartir su espacio y no siempre de buena gana. En este aspecto, España se parece mucho más a EE UU o Latinoamérica que al resto de países de Europa. Ni siquiera la escena londinense, que poseía su propia visión de las dos ruedas, se asemeja a lo que pasa al sur de los Pirineos. Un ejemplo: la reforma del Reglamento General de Circulación, con su injustificable imposición del casco como norma obligatoria. “Al año hay 5.000 afectados por traumatismos craneoencefálicos. Nos preocupamos por la seguridad”, argumenta María Seguí, directora de la DGT, para justificar la obligatoriedad del casco en una entrevista de radio. Además de manipular datos al unir ambos hechos (sin especificar que en esos cinco millares están todos los afectados por golpes craneales y que la mayoría de ellos se han producido en un coche), aparenta interés por el ciclista. Una obsesión por la seguridad que aparece en cada conversación que un usuario de la bici mantiene con personas que se mueven de otra manera.
En el Ritz de Madrid tienen servicio de aparcacoches. En su puerta no hay un aparcabicis: poca gente llega a pedales al exclusivo hotel madrileño. “Creo que los ciclistas no cumplen las normas y me parece muy bien que se les multe, se les obligue a usar casco y se limite su presencia en las calzadas”, comenta enervada una señora de mediana edad en el restaurante del hotel. En su mesa se hablaba de bicicletas: a ella no le gustan. Casi todas las conversaciones sobre ciclismo empiezan con un “yo opino”. En lugar de usar estudios de movilidad, estadísticas o experiencias contrastadas, la pasión domina el discurso. Esta elegante señora no sabe que esa desafección por las normas que achaca a los pedaleantes no es exclusiva: los automovilistas realizan, como mínimo, el mismo número de pirulas. En España, nueve de cada diez ciclistas urbanos asegura respetar la normativa, desvela el Barómetro de la Bicicleta. Puede ser mentira. Otro dato del informe: un 79% de los ciclistas nunca ha tenido un accidente. En 2011, hubo 220 accidentes de tráfico al día con coches implicados, según la DGT.
Cuando domina la pasión, los prejuicios ganan a los argumentos
A pesar de las estadísticas, mucha gente mantiene la premisa de que los usuarios de la bici son incívicos por naturaleza. “Cuando me cruzo con uno estoy esperando a ver cómo la lía”, comenta un taxista mientras conduce. Es víctima del halo heurístico. La heurística, concretamente el denominado efecto halo negativo, es la base del prejuicio. Debido a este fenómeno psicológico, cuando nuestra mente se enfrenta a un dilema, uno que requeriría un análisis lógico para resolverlo, tiende a sustituir la razón por la emoción. Cuando domina la pasión, los prejuicios ganan a los argumentos. Así, si alguien se cruza con un ciclista temerario, el peatón o el conductor, furiosos, deciden que a partir de ese momento, los ciclistas (todos) son unos cretinos. Una vez se ha llegado a ese punto, cambiar esa opinión, con argumentos, estadísticas o hechos, va a ser muy complicado. El recuerdo emocional de un bicimaniaco a toda mecha por la ciudad es más potente que el centenar de veces que alguien se haya cruzado con un ciclista cívico. Los hechos negativos que nos afectan permanecen en nuestra memoria con más fuerza y durante más tiempo que los positivos. Esto provoca una sobrevaloración de la cantidad y la severidad de la experiencia.
“La bici se asocia con gente joven, nuevos residentes y, un poco, con la gentrificación”, considera en una entrevista Ben Fried, redactor jefe del magazine online Streetblog. El culto a la juventud y la adolescencia perpetua, el síndrome de Peter Pan que germinó en la sociedad precrisis, incorporó la bici a su acervo. La bicicleta ha consolidado una imagen de marca asociada a lo cool, lo hipster y lo joven. “Se dice que en Nunca Jamás cada vez que respiras, muere un adulto”, describe J.M. Barrie en su novela la desafección por el mundo adulto. Así, en la tienda de la esquina ha aparecido una bicicleta colgada; una marca hace campaña con dos chicas repartiendo flyers en bici por la calle y los bares exhiben cuadros y manillares.
“La cultura más vanguardista ha asumido el vehículo y le ha aportado una estética más atractiva”, comenta Esther Lorenzo, psicóloga ambiental. La moda ha provocado un cambio de estatus de los pedales. Ya no se asocian a escasos recursos o minorías sino al underground y la vanguardia. “Es fascinante y sorprendente que la gente asocie un medio de transporte barato y universal como la bicicleta a algo elitista”, continúa Lorenzo. Mucha gente percibe que, por motivos de distancia o de indumentaria, no puede moverse en bicicleta para ir a trabajar. Si poder hacerlo se percibe como elitista es porque muchas personas lo identifican con una manera diferente de vivir alejada de los centros comerciales, de los suburbios y del modelo urbano expansivo.
“Es fascinante y sorprendente que la gente asocie un medio de transporte barato y universal como la bicicleta a algo elitista”
Esa mala prensa no le viene bien a los pedales. “Para triunfar en la sociedad actual, cualquier producto necesita tener el marketing de su lado”, sentencia Patrick Kofler, creativo de la agencia de comunicación Helios, que, en abril de 2010, recibió el encargo de publicitar la bicicleta en Múnich, donde ya se usaba de manera intensiva. Tras varias excelentes campañas, la percepción de los pedales cambió en la capital bávara. Esa imagen de ecoguerreros responsables, modernos, luchadores y mejores personas que el resto de actores urbanos pasó a un segundo plano.En otros lugares, esa actitud altiva se mantiene como estrategia defensiva frente a los ataques de la sociedad (leyes o actitudes).
En algunas ciudades, pedalear requiere creérselo mucho y, ante el cuestionamiento generalizado, obliga a construir un discurso al respecto que suele basarse en el ataque. Aunque esa actitud no es la que más favorece a los pedales, al partir de una posición secundaria, los ciclistas deben luchar por sus derechos, defender sus convicciones y creer en la bicicleta. Como decía el propio Peter Pan: “El momento en el que dudas si puedes volar, inmediatamente pierdes la capacidad de poder hacerlo”.