25 de abril de 2010. Un apacible y soleado domingo más en Berlín hasta que, de pronto, una explosión silenciosa se produjo en Rosenthaler Platz. No fue un estallido sino doce y, en lugar de ruido y destrucción, explotaron colores y algarabía. Doce bicicletas, tres en cada carril de la intersección, volcaron en unos segundos 480 litros de pintura amarilla, púrpura, roja y azul. ¿El resultado? Las huellas de miles de vehículos cuyas ruedas, como pinceles, transformaron la ciudad. ¿Arte o vandalismo?
El escenario ideal
En su casa de Berlín, siete años después, Iepe B.T. Rubingh recuerda Painting Reality. "Se me ocurrió en España, en la Plaza Mayor de alguna ciudad… Hablando con mi productor sobre arte y filosofía, sobre cómo reinventar la realidad saliendo de las galerías, decidí que quería contactar con la gente. Un artista no es un político, pero debe tocar la mente de las personas. Y así fue como surgió".
La capital alemana era el escenario ideal. Acostumbrada a citas como el Love Parade y transformada en emblema de la libertad desde la caída del Muro en 1989, la atmósfera berlinesa acogería con naturalidad el evento. "Reuní a casi 60 personas dispuestas a colaborar, decidí que sería en ese cruce y, por supuesto, consulté a un buen abogado, que me aseguró que la policía local tendría cosas más importantes que hacer. Pese a todo, tomamos nuestras precauciones: en la calle teníamos a gente con walkie talkies para avisar si aparecía la policía, alquilamos bicicletas del Deutsche Bank con distintas tarjetas de crédito para que no nos localizaron y, nada más terminar, unas furgonetas recogieron las bicis para que no nos siguieran. Al verlo ahora parece sencillo, pero no lo fue".
"Fue fabuloso: los clientes del bar de la esquina cerraron sus ordenadores y empezaron a grabarlo y compartirlo en Internet y los niños se volvieron locos"
Desde el cuarto piso de un edificio, acompañado por su productor y en contacto telefónico con su madre, todavía más asustada y nerviosa que él, Iepe vio cómo, durante unos segundos, cada uno de los 12 ciclistas volcaba sus 40 litros de pintura y, en instantes, la gris Rosenthaler Platz se transformaba en un lienzo multicolor. "La gente se quedó boquiabierta", asegura. "Fue fabuloso: los clientes del bar de la esquina cerraron sus ordenadores y empezaron a grabarlo y compartirlo en Internet y los niños se volvieron locos. Era como una fiesta callejera. Y los conductores… No queríamos que nadie resultara herido y, por precaución, los coches que iban inmediatamente detrás de los ciclistas formaban parte de nuestro equipo. La pintura era lavable y ecológica, se eliminaba con agua, y el resultado fue espectacular".
Ideas en el mundo
Nadie denunció lo ocurrido y, a la mañana siguiente, una tormenta de primavera eliminó la pintura del suelo. Las bicicletas ("eran estables y resistentes como un Mercedes Clase E", explica Iepe) fueron devueltas a sus aparcamientos y, efímero, subversivo y alegre, Painting Reality desapareció. "Esa obra resume mi vida y mi arte", dice el artista, "porque, a nivel filosófico, representa mi objetivo de construir nuevas estructuras, redefinir las intersecciones y repintar la realidad". Años después, la iniciativa fue repetida en el otro extremo del mundo: "Contactaron conmigo desde Brasil para hacer algo parecido en Sao Paulo", explica Iepe, "así que les aconsejé. Insistí en que fuesen **responsables y cuidadosos, y quedé muy satisfecho porque me gusta poner ideas en el mundo y que otros las reutilicen. Que la gente invente sus propios pinceles y, ellos también, repinten la realidad".
¿Y las bicicletas? "¡Soy holandés, tío!", dice Iepe con una risotada, "así que durante toda mi vida, llueva, nieve o haga sol, he pedaleado a diario. La bici es una parte más de mi vida… Es mi medio de transporte cotidiano porque me da libertad y velocidad, porque paro donde quiero y porque, aunque esté prohibido, me encanta escuchar música sobre ella". Eso sí, no las usó en Painting Reality como símbolo de nada, sino por practicidad: "Eran la manera más sencilla y barata de llevar la pintura a Rosenthaler Platz y huir".
Chessboxing: alfiles y puñetazos
Inquieto y revolucionario, quizá el mayor orgullo de Iepe B.T. Rubingh es ser el creador de un deporte, el chessboxing. Con más de 2.000 practicantes en todo el mundo (acaban de reunirse decenas de competidores en un campeonato en Calcuta), el chessboxing combina ajedrez y boxeo a partes iguales: hablamos de once asaltos (seis de ajedrez, cinco de boxeo) de tres minutos que pueden resolverse por jaque mate, K.O. o a los puntos. "Me interesaba derribar muros y mezclar conceptos, enfrentar y reunir a nerds y machos", explica Iepe. "Empezó como una performance artística pero terminó siendo algo violento y real. Para el espectador es fascinante y novedoso ver, durante 45 minutos, cómo combaten y se alían el cerebro y la testosterona. En el fondo es todo lo mismo porque pelear es algo mental: no combates con el físico, sino con el alma".