Para quienes no me conozcáis, desde hace diez meses escribo en Ciclosfera y, en mi tiempo libre, escribo en mi blog. Me parece muy importante la labor de comunicación que hacemos en torno a la bicicleta como medio de transporte y, por eso mismo, me apetecía contar cómo vivo el día a día en Madrid a lomos de mi transporte favorito, la bicicleta.
Es importante mencionar que, cuando regresé a Madrid, venía de vivir en Ámsterdam, el paraíso de las bicicletas. Una ciudad en la que los adelantamientos entre ciclistas están establecidos; en los cruces está claro quién tiene la prioridad; en los semáforos, cuando vas a girar a la derecha, no hace falta que esperes a que se ponga en verde… Tanto peatones, ciclistas y conductores tienen claras cuáles son las normas de circulación, algo que en Madrid no ocurre, todavía.
Como decía, vine a Madrid, donde ya había estado viviendo seis años, y quería moverme en bicicleta por la ciudad. No voy a negar que al principio impusiese. Estaba acostumbrada a circular por carriles bici segregados, a que las bicicletas fuesen el vehículo prioritario y aquí todo era muy diferente. Había que compartir el espacio con los coches y enfrentarte a las cuestas donde, al bajar la velocidad, te sientes más vulnerable frente a los coches.
Al principio me movía solo de casa al trabajo. Un recorrido que tenía memorizado y en el que solo tardaba 15 minutos. Recorría calles estrechas sin muchos coches, pero poco a poco fui cogiendo confianza conmigo misma y empecé a explorar nuevas rutas a destinos diferentes.
No, yo no estaba molestando a los coches. Los coches no me estaban respetando a mí, que tenía el mismo derecho que ellos, según la normativa, a circular por la calzada.
Recuerdo mi primer encontronazo con un conductor. Pedaleaba por la calle Alcalá, pasada la plaza de toros de Las Ventas, en dirección a Quintana. “¡Pero qué haces en bici, no ves que vas parando el tráfico!”, me gritó un conductor mientras me adelantaba por el carril derecho por el que solo pueden circular taxis y autobuses. Lo reconozco, me puse nerviosa y sentí de verdad que estaba entorpeciendo a los coches. Me desvié de mi ruta buscando no molestarles y tardé muchísimo en llegar a mi destino. Por la tarde, ya en casa, me puse a reflexionar sobre lo que había pasado y llegué a una conclusión. No, yo no estaba molestando a los coches. Los coches no me estaban respetando a mí, que tenía el mismo derecho que ellos, según la normativa, a circular por la calzada. Desde ese día me he tomado con filosofía el claxon de los vehículos y los malos gestos que hayan provenido de conductores “con prisa”.
Os voy a contar otra anécdota que me dejó con mal sabor de boca. Circulaba con mi bici por la calle Almagro, justo en el semáforo que hay antes de llegar al cruce con la calle Génova. Mientras esperaba a que el semáforo se pusiese en verde, un coche de alta gama se puso en paralelo a mí, el conductor bajó la ventanilla y me dijo: “¿Cuándo vas a dejar la bicicleta y te vas a pasar al coche?”. Este comentario me dio mucha rabia, ¿acaso una persona que se desplaza en coche es más que una que lo hace en bicicleta? ¿Por qué esos aires de superioridad?. Lamentablemente, hay veces que los conductores sí que se creen más que los ciclistas. Eso cambiará el día que las calles estén abarrotadas de gente moviéndose en bicicleta, cuando políticos y famosos se dejen ver pedaleando por su ciudad.
Es cierto que en los tres años que llevo moviéndome en bici las cosas han cambiado. Se ven más ciclistas por las calles de Madrid, da gusto. La agresividad de los coches ha disminuido considerablemente, cada vez son más tolerantes con los que nos movemos de manera sostenible sobre dos ruedas.
Por último, quiero recalcar que, aunque os haya contado dos anécdotas negativas, podría relatar muchísimas más positivas: un conductor de autobús ha bajado la ventanilla para decirme que cuando el semáforo pasase de rojo a verde acelerase yo primero y me pusiera delante de él, he visto a gente sonreír por la calle al ver a una chica moviéndose en bicicleta, he tenido miradas de complicidad con otros ciclistas y, a veces, incluso con conductores. También he podido despejarme de vuelta a casa después de un día duro de trabajo y he sonreído al pedalear mientras veía a gente frustrada en atascos. Las cosas buenas que me han pasado encima de la bici superan, con mucha diferencia, a las negativas. Por eso, si estás pensando en moverte en bici por Madrid, solo puedo animarte a hacerlo. Ir poco a poco, coger confianza y… disfrutar.