Historia de la televisión
Fue a las cuatro de la tarde del domingo 11 de octubre de 1981 cuando Televisión Española estrenó el primero de los 19 capítulos de Verano Azul, emitida hasta el 14 de febrero de 1982. Según informes internos “el arranque de la serie no tiene demasiado éxito, pero a medida que avanzan las semanas aumenta el índice de aceptación”. Tanto que, en su tramo final, más de nueve millones de personas se sentaban a contemplar una serie después repuesta innumerables veces, y que según afirmaba en 1995 TVE “más del 91% de los españoles hemos visto alguna vez”.
El Rey Mercero
“El director de Televisión Española, Miguel Martín, me llamó para hacer una serie”, explicaba su director y creador, Antonio Mercero (1936-2018). “Así que le propuse contar con humor y ternura las vacaciones de unos chavales en un pueblo del sur, algo que se acercara a la realidad española. La gente ya estaba cansada de series americanas o temas históricos ingleses, y necesitaba un programa dramático que conectara con nuestra problemática”. No fue el único acierto de Mercero, también responsable de taquillazos cinematográficos como La guerra de papá o Tobi, mediometrajes de culto como La Cabina y otros éxitos televisivos como Farmacia de guardia.
"La gente ya estaba cansada de series americanas o temas históricos ingleses, y necesitaba un programa dramático que conectara con nuestra problemática" (Antonio Mercero, creador de 'Verano Azul')
Serie universal
Aunque reflejara con gran precisión la España de entonces, Verano Azul también fue emitida en otros muchos lugares. En Argentina, México o buena parte de Hispanoamérica se convirtió en un éxito merecedor de varias reposiciones. Lo sorprendente es que, además, espectadores de lugares tan dispares como Bulgaria, Francia, Argelia, Angola o la extinta Checoslovaquia también rieran y sufrieran con ella.
Verano de papel
Un fenómeno así también ha merecido libros. Tras las cámaras de Verano Azul, escrito por Óscar Parra y publicado en 2016, recorre localizaciones y anécdotas del rodaje. Verano Azul: Unas vacaciones en el corazón de la transición, firmado por Mercedes Cebrián y también de 2016, ahonda en su importancia como espejo de la España de esa época (“no sólo fue el recuento de las aventuras de un grupo de jóvenes durante unas vacaciones en Nerja (...), sino también el reflejo de una España que, en ese momento, justo después del 23-F y antes de la victoria socialista en las elecciones de 1982, todavía se debatía entre la oscuridad del pasado y el futuro y la modernidad”. Pero hay más: por un ejemplar usado de Antes, durante y después de Verano Azul, publicado por Rafael Villén Cruz en 2000, se piden 400 euros en Internet. “Verano Azul es un espejo limpio y sincero, de lo que somos y de lo que tenemos”, concluye la obra.
Pegadiza
No falla. No importa. Es igual que la hayas escuchado mil veces, que lleves cuatro décadas sin hacerlo o que sea la primera vez que entra por tus oídos: no lograrás sacarte el tema principal de Verano Azul de la cabeza. Fue compuesto por Carmelo Bernaola (1929- 2002), uno de los compositores sinfónicos más importantes de la historia de la música española. Hombre de fuerte carácter, es probable que alguna vez lamentara ser casi siempre recordado por este casi anecdótico, infantil, mágico e inolvidable himno, silbado y tarareado hasta el paroxismo.
Pandilla ciclista
Desde el primer minuto del primer capítulo, El Encuentro, los siete muchachos protagonistas (Bea, Desi, Javi, Pancho, Quique, El Piraña y Tito) sonríen y montan en sus bicicletas, en una secuencia que se repetirá como presentación de cada episodio. Pero no será sólo ahí: por supuesto sin casco, como mucho con un gorro para protegerse del sol, los chicos descubrirán el mundo y la vida a lomos de sus BH y sus GAC. Es en ellas como Javi, Tito y El Piraña llegan por primera vez a La Dorada y conocen a Chanquete. Es en ellas como alcanzan casi siempre Cala Chica, la mítica playa que se convertirá en su refugio. La bici será, en resumen, el vehículo “oficial” de la serie, cimentando así en el inconsciente colectivo su imagen como sinónimo de libertad y niñez, de descubrimiento, verano y, en definitiva, felicidad y amistad.
Muy personales
Pero es que, además de trasladarles, las bicicletas también dicen mucho de esos protagonistas. La de Javi, con una enorme bocina y bidón, es propia de un muchacho aventurero y extrovertido. La de Bea, coqueta como su dueña, está decorada con unas bonitas y multicolores cintas en el manillar. Las de Tito y El Piraña son pequeñas y muy resistentes: sus dueños las arrojan con despreocupación al suelo al llegar a sus destinos. La de la precavida y responsable Desi es la única con retrovisor, aunque también será sustituida cuando, en el capítulo El Visitante, su dueña reciba como regalo un ciclomotor de su casi siempre ausente padre. ¿Y la de Pancho? A medio camino entre el mundo infantil y el adulto Pancho, el único local del grupo, el único también obligado a trabajar, usa una heredada bici “de carreras”, con un algo ortopédico remolque con el que reparte leche y alimentos del negocio de sus tíos (y en la que será atropellado).