Decía Ryszard Kapuscinski que el sentido de la vida es cruzar fronteras, y podríamos añadir que si es en bicicleta mejor. Javier Martínez aterrizó en Indonesia en septiembre de 2010 pensando volver a España a pedales y ha terminado en Nigeria, donde desde hace un mes las fronteras con el Congo (su próxima parada) están cerradas por el ébola.
¿Por qué esta aventura? Tras cubrir como fotógrafo varios conflictos bélicos Martínez quiso acercarse a “los temas olvidados que no tienen hueco en los medios”. Para hacerlo con mayor velocidad apostó por la bicicleta, y sobre este mismo vehículo halló a gente “menos afortunada que yo, pero a través de la que intento dar un mensaje de esperanza”.
Su bici es una Orbea Sport Travel H10, que la marca le envió hasta Bangladesh al saber de su aventura. La anterior, una GT Avalanche, está ahora en Francia: “Se la regalé a un francés con la condición de que, cuando terminara de trabajar en un WarmShowers (una red internacional de hospedajes ciclistas), regresara a su país con ella. Y así ha sido”.
El camino comenzó en el Sudeste asiático, que Martínez recuerda como “un buen inicio por su comida, la buena gente y la infraestructura”. Después llegaron la meseta tibetana y el Himalaya, “un sueño para los amantes del aire puro, los paisajes alucinantes y el viaje en el tiempo que supone sumergirse en la vida tibetana”.
“Se produce una rápida conexión y admiración mutua al vernos en bici”
En el subcontinente indio, directamente, encontró otro planeta: “Mucha intensidad, a veces demasiada. Un lugar donde lo extraordinario se vuelve cotidiano”. Y, después, Asia central, Irán (“el país más fácil del mundo para pedalear”), el Cáucaso, Turquía y, finalmente, África.
Un transporte para pobres
En Gente feliz en bicicleta encontramos dignidad, sonrisas y la “rápida conexión y admiración mutua al vernos en bici”, explica Javier. “En África, la bicicleta es considerada un medio de transporte para pobres. Es un continente muy clasista, donde se clasifica a las personas por su modelo de teléfono móvil, y por eso mucha gente prefiere caminar durante horas antes que pedalear para no dañar su imagen. Pero, al saludarles y bajarme de mi bici para fotografiarles, muestran sorpresa y felicidad. A veces posan serios, pero orgullosos. Y desde luego es imposible que luego, al verse en la pantalla de la cámara, no sonrían”.
Entre millones de historias Javier se queda con la de los conductores de rickshaws en Dhaka, capital de Bangladesh. “Son imprescindibles para conocer la ciudad”, nos explica, “porque hay más de medio millón sólo ahí. Su esperanza de vida no supera los 35 años, con un suelo inferior a los 60 euros mensuales. Nunca olvidaré llegar a la ciudad y verme, de pronto, inmerso en un atasco de rickshaws. En vez de motores, a mi alrededor se escuchaban miles de campanillas… Todavía guardo el turbante que me regaló uno de ellos, el que uso a diario para protegerme del sol”.