Quietud en vez de celeridad. Inmovilidad en lugar de prisas. Sólo Edward Hopper podía retratar así una prueba ciclista: el artista solía acudir a las maratonianas carreras de seis días que tenían lugar en el Madison Square Garden de Nueva York, pero prefirió fijarse en la mirada perdida de un participante antes que en el movimiento de las bicicletas o la emoción de la línea de meta.
Hay mucho de Habitación de hotel, Compartimento C, Sol de la mañana o La autómata en este retrato: Hopper no admira la explosividad del francés Alfred Letourneur sino que se apiada de su soledad, de la enorme presión que siente, de la férrea autoconvicción de que sus piernas, esas musculosas y blancas espadas, destrozarán a sus adversarios nada más volver a la pista.