Antes de empezar la conversación, Dervla Murphy nos hace una advertencia: necesita que le hablemos despacio y vocalizando bien. “¡Estoy bastante sorda!”, nos dice entre risas, con la misma vitalidad que la llevó a convertirse, en los años sesenta, en una auténtica leyenda de la bicicleta. Retirada en su bonita casa de Lismore, una pequeña localidad del condado de Waterford, al sureste de Irlanda, exactamente en el mismo lugar donde nació hace 88 años, Dervla Murphy mantiene intacta su autenticidad.
De cruzarse con ella, muy pocos caerían en la cuenta de estar ante un nombre fundamental para entender lo que hoy en día llamamos cicloturismo. Porque Murphy es autora de dos docenas de libros de viajes, muchos de los cuales se han convertido en clásicos. Especialmente el primero de ellos, Full Tilt: Ireland to India With a Bicycle, que podría traducirse como A toda máquina: de Irlanda a India en bicicleta, que vio la luz en el lejano 1965 y que se ha reeditado en numerosas ocasiones.
“Tenía unos siete años cuando me subí a una bicicleta por primera vez: me enamoré al instante de esa máquina”
Pero la pasión de Dervla por los pedales comenzó mucho antes de escribir aquel libro. “Creo que tenía unos siete años cuando me subí a una bicicleta por primera vez”, cuenta, aunque reconoce no recordar quién la enseñó. “Creo que fue un vecino, pero no estoy demasiado segura. Lo que sí recuerdo, perfectamente, es que me enamoré al instante de esa máquina. De las sensaciones que me generaba. Y, muy poco tiempo después, tuve claro un sueño: quería llegar lejos, lo más lejos posible, sobre una de ellas”.
Eurasia y una pistola
Nacida en noviembre de 1931, buena parte de la niñez de Dervla transcurrió durante la II Guerra Mundial, para después coincidir su adolescencia con la posguerra. “En aquella época mis padres no podían permitirse comprarme una bicicleta”, recuerda, “así que tuve que esperar a cumplir los 18 años y reunir algunos ahorros para poder comprarme una. Eso sí, cuando la tuve en mi poder la amorticé: apenas me bajé de ella durante catorce años”. En efecto, en ella recorrió primero su Irlanda natal, para después cruzar Alemania, Francia y España. “¡Me encanta ese país!”, asegura. “La gente fue extraordinariamente amable y hospitalaria conmigo, el paisaje era espectacular y apenas había tráfico. Recuerdo que me cruzaba con un coche cada dos horas”. Eso sí, Dervla sabe que las cosas han cambiado: “Prefiero no volver a determinados sitios… ¡prefiero quedarme con el recuerdo de lo que fueron!”.
Lo que es indudable es que había mucho por descubrir, y Dervla tenía la mente puesta en la otra punta del globo. Concretamente en India, país que le fascinaba. Nada menos que 7.216 kilómetros separaban su Lasmore natal de la capital del país, Nueva Delhi, destino final de un viaje que llevaba barruntando desde que apenas levantaba un metro del suelo. “¿De verdad te parece un reto muy ambicioso?”, nos pregunta. “No lo es. En absoluto. Ya había adquirido la suficiente experiencia pedaleando largas distancias y, de hecho, India no está tan lejos de Irlanda. Al fin y al cabo, las dos están en el mismo continente. ¿O es que no has oído hablar de Eurasia?”
“En aquella época, simplemente, hacía lo que me apetecía”
Aunque esta mujer, de pelo corto e inextinguible sonrisa, lo niegue, el viaje entrañaba peligros, y Dervla tuvo que hacer frente a la oposición de su círculo familiar y amigos. “En realidad, tampoco le conté mis planes a mucha gente. No era necesario que lo supiesen. Y bueno… es cierto que algunos se atrevieron a decirme su opinión sobre mi viaje, pero no intentaron detenerme. ¿Para qué? Me conocían bien, y sabían que no lo lograrían. Intentar convencerme era inútil. En aquella época, simplemente, hacía lo que me apetecía”, asegura. Y vuelve a reír.
Eso sí: Dervla aceptó el consejo de uno de aquellos amigos, llevar consigo un arma de fuego. “Me dijeron que era importante y, para no parecer tan cabezona, decidí hacerles caso en algo. La llevé durante miles de kilómetros, pero me hacía sentir muy incómoda. Así que, en cuando llegué a Afganistán y me hicieron una buena oferta, decidí deshacerme de ella. Recuerdo que la vendí por diez dólares”.
Y es que, pese a ser uno de los tramos presuntamente más peligrosos hasta llegar a Nueva Delhi, Afganistán fascinó a nuestra entrevistada, que se atreve a decir que es el país en el que más ha disfrutado montando en bicicleta. “La belleza de Afganistán es inmensa. Sus montañas, sus pueblos… Y la gente. La gente es maravillosa. ¡Y también la comida!”, recuerda entusiasmada. “Era, evidentemente, un país muy poco desarrollado, pero no encontré la pobreza extrema que, en cambio, sí empecé a ver cuando llegué a Pakistán o India”, apunta. Y, aunque es difícil verla triste por algo, su cara cambia al valorar la situación actual de Afganistán, un lugar devastado por las guerras. “Desde que lo crucé han pasado 55 años. Efectivamente, las cosas parecen haber cambiado mucho”, lamenta.
El lenguaje universal
Si Dervla Murphy habla de la buena acogida de las personas que encontró en aquel primer viaje es porque, precisamente, fue esa hospitalidad lo que le permitió dormir cada noche a cubierto. “En aquella época”, explica, “una vez abandonabas Europa no existían hoteles en casi ninguno de los países por los que iba pasando. Así que la gente, sobre todo en los pueblos pequeños, me invitaba a dormir en sus casas. Y si no podía hacerlo, por cualquier motivo, dormía en una tienda de campaña”. ¿Cómo se comunicaba con la gente con la que se iba cruzando en el camino? “Para las cosas más prácticas de la vida siempre te puedes comunicar con lenguaje de signos”, asegura. “Evidentemente no te vas a poner a discutir sobre política, pero puedes entenderte sobre lo esencial en cualquier parte. Y me temo que hay cosas bastante más esenciales y prioritarias que la política”.
“Jamás sentí discriminación alguna por el hecho de ser mujer. En ninguna parte”
Que Dervla diga eso no implica que, evidentemente, su gesta tenga un trasfondo social y, por extensión, político. “Sé por dónde vas”, sonríe, “pero debo decir que, aunque supongo que lo era, nunca me consideré una feminista”, admite. “La gente me ponía en esa categoría, pero quiero decirte que jamás sentí discriminación alguna por el hecho de ser mujer. En ninguna parte”. Algo que no impide que Dervla ponga en valor la importancia de esa lucha por la igualdad: “Por supuesto. Y, sin ninguna duda, también creo que el mundo es hoy en día un lugar mejor para las mujeres que entonces”.
El tiempo pasa deprisa. Llevamos más de media hora hablando por teléfono con Dervla, que poco después de empezar a conversar ya nos estaba invitando a conocerla en persona. “Tenemos por aquí unas rutas maravillosas”, explica, “así que tenéis que venir”. Antes de sacar el mapa de carreteras para ver cómo, por supuesto en bicicleta, podemos hacerlo, queremos transmitirle una pregunta. Quizá la más importante. ¿Por qué la bicicleta? ¿Por qué unir su vida, de ese modo, a este modo de transporte? Y aquí, una vez más, Dervla no duda: “Porque la bicicleta es sinónimo de libertad. Porque una bici te llevará a muchos sitios a los que nunca llegarías en coche, y gracias a ella conocerás a muchísima más gente. Las distancias, la velocidad… Pedaleando todo es, sencillamente, perfecto. Todo lo contrario que en un coche. ¡Odio viajar en coche!”, exclama antes de darnos un último consejo. “Si pensáis salir con vuestras alforjas”, dice, “no os compliquéis la vida. La sociedad de consumo nos ha convertido a todos en unos idiotas, y también a muchos ciclista. Lo único que necesitáis es una buena bici, un par de piernas y una bolsa”. Concluye. Palabra de Dervla Murphy.