No, no puede decirse que Santa Rosa, en el condado de Sonoma, sea un lugar idílico para un ciclista urbano. Casi podríamos afirmar lo contrario: los atascos allí son el pan nuestro de cada día (la 101, la carretera que atraviesa la ciudad como un cuchillo, está siempre colapsada), camiones y monstruosos todoterreno vomitan sin interrupción su humo y es más fácil cruzarse con una estatua de Snoopy (su creador, Charles M. Schulz, vivió aquí hasta su muerte en 2000) que con un pelotón de ‘commuters’. Y, sin embargo, ahí está. Al llegar al cruce entre las avenidas Santa Rosa y Barham. Paradójicamente rodeado por concesionarios Kia y Nissan, el lavacoches Splash Express y la tienda de repuestos de automóvil NAPA Auto Parts. Elevándose hasta los 20 metros de altura. el Cyclisk es probablemente el monumento ciclista más alto e imponente del mundo.
340 bicicletas (y un triciclo)
Cyclisk, el enorme obelisco alzado por los artistas californianos Mark Grieve e Ilana Spector, acoge en sus intestinos a 340 viejas bicicletas y un triciclo. Su historia es curiosa: cuando Nissan decidió construir en Santa Rosa un nuevo concesionario, tuvo que pagar al Ayuntamiento el 1% del coste de la construcción para erigir una obra de arte callejera gracias a una ley de 2006. La partida de 37.000 dólares fue aprobada, y los artistas interesados fueron convocados para desarrollar un proyecto cerca de ese lugar.
“Decidimos presentarnos y, al conocer la zona, algo nos recordó al Circo Máximo de Roma”, recuerdan nueve años después Grieve y Spector al ser interrogados por Ciclosfera. “Tuvimos la sensación de que la ciudad necesitaba algo muy grande y ridículo, y nuestra respuesta fue erigir un obelisco ciclista. ¿Que por qué nos eligieron? ¡Todavía nos lo preguntamos a diario!”, responden entre carcajadas.
Si ya debió resultar difícil convencer a las autoridades locales, más complicado fue poner en marcha el proyecto. Los artistas tuvieron que encontrar un lugar donde limpiar y soldar cientos de bicicletas facilitadas por asociaciones y particulares, para después transportar la gigantesca columna, de más de 4 toneladas y media, sin pasarse ni un centavo del presupuesto asignado. “Si empezamos a trabajar con bicicletas desechadas fue, precisamente, porque era barato”, aseguran Grieve y Spector. “Creemos que un artista debe ser capaz de trabajar con cualquier material, sea pintura, arcilla o chatarra, y Cyclisk fue sobre todo un acto de resistencia. No era sólo partir, una y otra vez, de reunir dos objetos diferentes en uno: los obeliscos aspiran a permanecer en el tiempo, mientras que las bicicletas abandonadas reflejan una existencia temporal. Creímos que esa combinación generaría mucho contraste e ironía”. “El Cyclisk es una mirada moderna a un formato muy antiguo”, añade Grieve. “Construirlo destrozó nuestras manos, nos obligó a respirar gases tóxicos y nos dolían los oídos con el ruido. Recuerdo haber llorado bastante esa época. Ahora, cuando pienso en él, me hace reír, así que creo que es un éxito”.
Evocar emociones
A una primera cita. A excursiones de fin de semana. Al trabajo, a la panadería, a pasear con los amigos. Cada una de las 340 bicicletas que constituyen el Cyclisk es, a su vez, una especie de obra de arte, una vieja novela llena de experiencias, una máquina de generar historias. “Es cierto”, comenta Ilana, “cada bici tenía un dueño, se ajustaba a un cuerpo y emprendía viajes. Nunca sabremos a dónde, pero podemos evocar esas emociones usando como medio esas bicicletas”. Grieve, en cambio, es menos poético: “Este trabajo me marcó: desde entonces, cada vez que veo una bicicleta pienso en el tiempo que me costaría romperla y fundirla con otra”.
La conexión de esta pareja de artistas con el ciclismo no se limita al Cyclisk: sus esculturas Wheel Arch, Figurative Composition, Bike Arch o Suspended Wheel Composition también recurren a partes de bicis, y en estos momentos ultiman otro obelisco más pequeño para la Universidad de California en Davis, una de las ciudades más ciclistas de EE UU. También, por supuesto, ellos suelen animarse a pedalear: “Lo haríamos más a menudo”, reconocen, “pero vivimos en lo alto de una montaña. Los primeros ocho kilómetros de bajada son muy agradables, pero pensar que todo el camino de vuelta será cuesta arriba es bastante desalentador. Pese a todo, tratamos de conseguirlo con dos viejas Cannondale de montaña restauradas por Edward France, un amigo al frente del Bici Centro de Santa Barbara”.
[Este reportaje forma parte de la edición impresa de Ciclosfera #28- Lee el número completo aquí]