Ciudades

Ciudad Bacana, la maravilla ciclista de la Ciclovía de Bogotá

No hace falta que nos lo recuerden en vallas, cuñas de radio o redes sociales: como la changua o el ajiaco, el café, el salir de rumba, las risas o el Transmilenio, la Ciclovía es parte de todos los que vivimos en Bogotá. La cita, que cada domingo y festivo cierra cientos de calles al tráfico, es un compromiso, una fiesta y la mejor oportunidad para recuperar el espacio público. Y así, caminando, patinando o pedaleando, nos podamos reencontrar y soñemos con que otra ciudad es posible. (Foto: Alejandro Bernal)

Los domingos son muy distintos al resto de días en Bogotá. Claro que, como en cualquier otro sitio, a veces se nos pegan las sábanas, nos apetece un buen desayuno o, como el resto de la semana, tenemos que sacar (al menos en mi caso) a la perra a pasear.

Pero así es: los domingos son diferentes en Bogotá porque sabemos que, al salir a la calle, la ciudad nos aguardará más silenciosa, despejada y humana. Y así, como lo ha sido los últimos 50 años, volverá a ser este domingo, gracias a una iniciativa revolucionaria y tan copiada como inimitable: la Ciclovía.

Foto: Gabriel Leonardo.
Foto: Gabriel Leonardo.

Mañana mágica

Desde las siete de la mañana y hasta las dos de la tarde, Bogotá muda de piel con su Ciclovía. Durante esas siete horas se transforma en un lugar mejor, donde más de 127 kilómetros de calles, llenas de humo y ruido los seis días anteriores, dan paso a un gigantesco espacio público devuelto a la ciudadanía.

Unos dos millones de personas salen cada domingo a recorrer la Ciclovía. Puntuales y madrugadores, a las siete de la mañana aparecen ciclistas deportivos que, gracias a la ausencia de tráfico, salen de la ciudad y coronan con mucha más seguridad las cuestas que conducen a los cerros de Patio, Guadalupe o Montserrate.

No mucho después llegan a la Ciclovía las familias con niños y niñas, que pedalean con asombro y felicidad por una ciudad convertida en un inmenso parque de juegos. A ese grupo se van sumando runners perfectamente equipados, jóvenes patinando o sobre bicis, personas más mayores o, simplemente, caminantes con un salpicón en la mano para saborear la jornada.

Foto: Sloan Davidson.
Foto: Sloan Davidson.

Democracia real

Esa es la clave, lo que convierte a la Ciclovía en mucho más que una acción de urbanismo: el crear, regalar, un espacio democrático y universal. Aunque sea un producto de exportación (ha sido copiada en muchos lugares de la propia Colombia, Chile, México o EE UU), en Bogotá se transforma en algo extraordinario: no hay otro lugar donde gente de todos los estratos (en Colombia los inmuebles se dividen en estratos, que van desde el Estrato 1 de los más pobres al 6 de los más lujosos) se reúna.

La Ciclovía no es de pobres ni de ricos, y en ella ves bicis de 20 millones de pesos o de cien mil. Llega a (casi) todos los rincones. Es democrática, incluyente y abierta. Últimamente, yo salgo con mi perra a caminar y tomarme un salpicón. Pero, cuando vine hace siete años a vivir aquí, usé la Ciclovía para perderle el miedo a pedalear por Bogotá.

Aunque ya había recorrido la mitad de Sudamérica en bici, en la capital me abrumaron los carros y buses entonces conocidos como “borradores” de ciclistas, y la Ciclovía fue perfecta para reconocer la urbe, descifrar sus ciclorrutas y reconocer su infraestructura. Y algo más: pese a sus deficiencias (nada está tan cuidado en las zonas más humildes como en las ricas), también me permitió adentrarme en sus rincones. El rico norte (Chapinero, Chicó, La Cabrera) no me llamaron tanto la atención como el sur, que aún acostumbro a recorrer llegando por la Avenida Boyacá y cruzando la 39 Sur.

No hay en Bogotá otro lugar donde gente de todos los estratos se reúna con esta normalidad: la Ciclovía no es de pobres ni de ricos sino democrática, incluyente y abierta.

La vida alrededor

Pero la Ciclovía no es solo para quienes la recorren, sino sobre todo de los que viven de ella. De la gente que desde las cuatro de la mañana corta calles con conos y vallas, o de las personas que construyen la economía popular que se teje alrededor. Están quienes venden salpicones y jugos para endulzar el paseo, quienes ofrecen empanadas o sándwiches para recargar energía o, claro, quienes instalan puestos de mecánica donde arreglar pinchazos, venden guantes o badanas para el sudor u ofrecen accesorios y piezas.

Si al salir de casa echas algo en falta, no te preocupes: en la ruta lo podrás encontrar. El ambiente es festivo, pero de normalidad. Hay escuelas donde la gente, especialmente las señoras mayores, aprenden a pedalear. Hay ‘Recreovías’ para hacer gimnasia en grupo o bailar.

A veces hay conciertos de artistas locales y eventos especiales. Y, sobre todo, hay historias. Historias personales que nacieron y son parte de la Ciclovía. Las de la gente que la descubrió con su familia. Las de quienes la surcaron con sus mejores amigos. Las de quienes se conocieron allí. O, claro, las de los que se enamoraron en uno de esos domingos, haciéndolo aún más mágico y especial que todos los demás.

En femenino

La Ciclovía importa por lo que refleja, por lo que nos permite soñar y porque nos anima a todas a participar. Nos permite a las mujeres desafiar miedos (muchas veces la calle es un espacio de acoso y violencia) o ridículas convenciones, como las que imponen que el domingo debemos quedarnos en casa trabajando en las actividades de cuidado.

Un poco de historia

Fue una organización independiente bogotana, Pro-cicla, quien el 15 de diciembre de 1974 cerró las primeras calles al tráfico. Lo llamaron ‘Mitín a favor de la Cicla’ y reunió a unas 5.000 personas que se manifestaron contra la proliferación de coches, la contaminación y la falta de oferta recreativa en la ciudad.

Foto: Zvi Leve.
Foto: Zvi Leve.

En junio de 1976 la Alcaldía “oficializó” el acto, aprobando dos decretos (el 566 y 567) en los que menciona una Ciclovía específica (la dominical y festiva) y otras permanentes, las llamadas “ciclorrutas”. En 1995, tras años críticos en los que la actividad se redujo a menos de 20 kilómetros por zonas privilegiadas, la Ciclovía pasó a ser administrada por la Secretaría de Tránsito y Transporte y el Instituto Distrital de Recreación y Deporte (IDRD), que bajo la filosofía de crear “el parque temporal más grande del mundo” revitalizó el evento.

Es más: toda la logística de la Ciclovía permitió que, de la noche a la mañana, más de 80km de ciclorrutas temporales fueran instaladas en el confinamiento por la pandemia.