El coronavirus llegó a España en marzo con dureza, acabando con la vida de miles de personas y obligándonos a confinarnos. Como el resto del mundo, observamos cómo la enfermedad se extendía, cerrando fronteras y paralizando el libre movimiento de personas. Una situación inimaginable para todos y, desde luego, también para miles de cicloviajeros que se encontraban lejos de casa y que, casi de la noche a la mañana, se quedaron atrapados, sin la opción de continuar su viaje y, desde luego, tampoco de volver a casa.
Libertad y encierro
La canaria Yesenia Herrera y su bicicleta llevan viajando por el mundo tres años. Su aventura empezó en Huelva, España, y pedalada a pedalada y cruzando lugares como Grecia, Turquía o Nepal, finalmente llegó a Tripura, un estado al noreste de India. “Estos meses de incertidumbre”, explica, “han tenido días buenos y malos. En un primer momento me obligaron a estar en cuarentena por el simple hecho de ser española, pese a que yo insistía en que llevaba mucho tiempo sin pisar mi país. Después, llegó el confinamiento nacional, y ahí ya no tenía mucho sentido pelear: todo el mundo estaba como yo”.
Después de un mes prácticamente encerrada en una habitación, la situación de Herrera mejoró cuando logró mudarse a un edificio regentado por la Iglesia. “Ahí me encontré con otros tres cicloviajeros del sur de India, que estaban cruzando el país para intentar llegar a Tokio, para asistir a los Juegos Olímpicos”, recuerda. “Era un edificio grande, con mucha vegetación, donde al menos podía caminar y hacer algo de ejercicio”. Antes, mientras permanecía encerrada, recuerda pasar muchas horas actualizando su blog y viendo películas o series, “cosas que no sueles hacer antes porque estás pedaleando o compartiendo la experiencia con alguna familia”. Una vez instalada en la congregación, las cosas cambiaron: “Contrataron a unos costureros porque querían hacer mascarillas, así que los ciclistas nos dedicábamos a cortar gomas y organizar la comida que nos llegaba para donar. Pudimos salir por la zona, e incluso acudimos a tribus donde vivían comunidades muy desfavorecida. En esta zona, en concreto, hay una enorme pobreza”, relata Herrera con la energía que la caracteriza.
Raúl Alzola es de Vitoria y, desde hace algo más de un año, pedaleaba con un gran objetivo en mente: dar la vuelta al mundo en bici. La crisis le sorprendió en Georgia, un pequeño país a orillas del mar Negro. Para entrar allí, el 8 de marzo, tuvo que demostrar que no tenía fiebre, pero apenas una semana después se declaró el estado de alerta, se cerraron las fronteras y, en el acto, vio que su viaje se había truncado inesperadamente. “No tenía sentido intentar volver a España porque, para empezar, la situación era todavía peor, pero recuerdo que viví esos días con una enorme preocupación”. Tanta que un hombre con el que se cruzó por la calle se ofreció a ayudarle, invitándole a su casa. “Ahí me quedé”, explica Alzola con una sonrisa cómplice, “hasta que se vuelva a poder viajar. Mientras tengo una habitación estupenda, con jardín y todo lo necesario para vivir y, sobre todo, con una familia maravillosa”.
Joan Manel Monterde, el tercer componente de este reportaje, es de Sabadell. Empezó su viaje hace casi dos años, en Uruguay, y la pandemia del covid-19 le encontró pedaleando en Ecuador. “Cuando todo se paralizó”, explica, “entré en la plataforma Cicloturismo por Sudamérica para encontrar un lugar donde quedarme. Y, como suele pasar, la magia apareció: me contactó una persona para decirme que tenía una casa vacía en Cuenca, donde yo me encontraba, en la que ya había acogido antes a un cicloviajero, y que podía disponer completamente de ella”.
Ya al menos con un lugar en el que resguardarse, a Joan no le quedó otra opción que la de improvisar. “Vivía de hacer vídeos promocionales para hoteles, hostales o campings”, explica, “pero al desaparecer el turismo tuve que generar ideas nuevas. Y no está mal: esta época está siendo muy productiva para emprender nuevos proyectos, que no sólo pasan por ganar dinero sino, sobre todo, por ayudar a los demás”. El último de esos proyectos es emocionante: visibilizar la durísima situación de los niños que sobreviven en torno a un vertedero en Puerto Iguazú, Argentina. “Descubrí el lugar”, explica Joan, “y me impresionó el contraste respecto a lo que todo el mundo conoce, que es la opulencia del turismo en torno a las cataratas. Ese choque me inspiró para poner armar el proyecto en el que estoy involucrado, con el que quiero recaudar dinero para ayudar a todas esas familias”.
¿Y ahora?
El confinamiento es la antítesis de un largo viaje en bicicleta. Permanecer encerrado es todo lo contrario al estilo de vida nómada de cualquier cicloviajero. Obliga a establecerse en un lugar concreto… por un periodo indefinido de tiempo. Implica que te corten las alas y los pedales. Los planes de nuestros tres viajeros han cambiado: Yesenia, finalmente, ha decidido regresar a España. Pudo coger un tren hasta Nueva Delhi, donde poder tomar un vuelo que la lleve de vuelta a nuestro país. Pero antes tuvo un penúltimo incidente: al llegar a la capital india, si bicicleta había desaparecido. “Fue una experiencia muy estresante”, nos cuenta. “Después de un viaje tan largo ir a por tu bicicleta y ver que no está…” Sin embargo, logró recuperarla. Y ve el futuro, por supuesto, unido al de su montura: “Regresar a España me permitirá, aunque de un modo distinto, con mi viaje. Ya no me importa seguir o no un camino establecido. Puedo ir a África. A América. O regresar a Asia”.
Joan quiere tomárselo con más calma. Tal y como está la situación, no cree que pueda viajar sin limitaciones hasta 2021, así que ha decidido establecerse en Cuenca y, así, centrarse a fondo en su proyecto con los niños de Iguazú. Después, continuará con su viaje. A Raúl Alzola, siempre y cuando pueda, le gustaría conocer Georgia en profundidad, y aspira a recorrer el país con su bici y sus alforjas durante todo el verano. Cuando pasen estos meses, valorará otras posibilidades: “Todo dependerá de hasta qué punto se abren las fronteras”, nos dice. “No tiene sentido continuar con mi viaje y, después, volver a quedarme atrapado porque vuelven a cerrar las fronteras”.
Tres cicloviajeros. Tres viajes. Tres vivencias. Pero una misma realidad, la de todos: la crisis sanitaria ha alterado el rumbo de vida de gran parte de los habitantes del mundo. A muchos les ha tocado la enfermedad, o han visto como gente muy querida moría. A los que podemos pedalear solo nos queda ser responsables y no poner en peligro nuestra salud ni la de los demás.