Muy cerca del Arco del Triunfo, concretamente en la calle Basses de Sant Pere, dos ciclistas ruedan bajo un sol que parece ser de mañana. La ausencia de coches transmite quietud y Barcelona, la vida, parecen algo borrosas.
Es 1946, y todo resulta distinto. Los adoquines y la ropa tendida casi transforman la ciudad en un pueblo. El silencio apenas se ve interrumpido por un par de bicicletas rodando. Y el vecino, el amigo, está a un par de pedaladas: bastará con un silbido para que salga a saludar al balcón.