Acaba de volver a Montevideo, tras visitar Almería, Madrid y Roma. Después, seguro, recorrerá otra vez Nueva York, Estambul o Melbourne, empapándose del espíritu de cada urbe. Urbes que después mostrará en sus cuadros, esos que le han hecho ser considerado uno de los mejores acuarelistas del mundo.
"La bicicleta me da libertad, me deja ver la vida con más fidelidad y sentir con más intensidad"
Álvaro Castagnet pone emoción en cada una de sus palabras, se extiende en cada respuesta, pero en un momento determinado tiene que terminar la entrevista. Afuera le espera la vida: ha de salir deprisa para reencontrarse con su arte. Para llegar a su estudio cruzará Montevideo en una BMC Teamelite negra, comprada en Australia, donde vivió un tiempo y adoptó el hábito de pedalear. "Monto desde niño", explica, "pero fue allí cuando la bici se convirtió en un elemento fundamental en mi vida. Me da libertad, me deja ver la vida con más fidelidad, y me permite sentir con más intensidad donde estoy. No soy un experto en mecánica, pero amo la estética de la bicicleta, la armonía de sus formas”.
Sin estrés
Hay algo más: esos 30 ó 35 kilómetros de pedaleo cotidiano son los que le permiten pintar. "Ir en bicicleta hasta mi estudio me distrae, me evita tener que conducir. Como cabeza pensante y creadora, tengo que enfrentarme al lienzo sin estrés. Con estrés es imposible crear, y la bici es el mejor antiestresante que hay". Completada su rutina ciclista y ya junto a sus pinceles, Castagnet volverá a pintar una ciudad. "La ciudad confluye a mi mente de forma ilógica, sin darme cuenta. Siempre viví en una de ellas: adoro sus volúmenes, el ajetreo de las bocinas y el motor del autobús, las esquinas conflictivas, los semáforos. Amo el misticismo y las mezquitas de Estambul. La energía única de Nueva York, que hay que saber entender y disfrutar. Amo Roma, Barcelona y Madrid. Y amo sobre todo París, sus puentes y cúpulas, su arquitectura riquísima".
"Uno de los grandes artistas de nuestros tiempos". "Es simple y, por eso, maravilloso". O, directamente, "es el mejor acuarelista del mundo". Abundan en Internet los elogios a la obra de Castagnet, la misma en la que apenas se distinguen rostros. "No me asusta el retrato", explica, "pero mi aproximación al arte es impresionista. Todo tiene que tener una armonía. No puedo pintar un edificio con tres pinceladas y, en esa misma obra, una cara perfecta. Las figuras deben ser compatibles con la historia, la luz, la lluvia que cuento a su alrededor. El pintor tiene que tener una intención clara: si quieres mostrar Nueva York has de reflejar su confabulación de ruido, esquinas y luces. Y si ahí quieres retratar también a una persona generarás un divorcio en la audiencia, le quitarás a la pintura su armonía y unidad".
El gran desafío
Obras hechas de instantes, esculpidas con el día a día… ¿Cómo se planta uno ante una escena cotidiana y logra transformarla en arte? Ese es, en su opinión, el gran desafío. "Los bulevares de París o las calles de Roma te regalan imágenes bellísimas, pero no quiero hacer una obra ilustrativa, predecible y obvia. No quiero copiarlas, porque el pintor ha de ser siempre audaz. Si te atreves a pintar una calle de París has de mejorarla. Transformarla en un sentimiento".
Asegura tener 42 años, aunque su carné de identidad afirma que ha cumplido veinte más. Toda una vida pintando, una carrera en la que han ido cambiando tanto él como su estilo. "No cambia la técnica", asegura, "sino la percepción del mundo. Con los años nos ponemos más filosóficos, gravitamos más hacia la espiritualidad, y todo pintor tiene que tener una filosofía de vida. El arte no es el maullido de un gatito, sino el rugido de un león, y mi ímpetu y mi forma de pintar son una respuesta a mi forma de vivir".
"Las personas se han deshumanizado, y las ciudades también. Un estilo sin estilo ha borrado la arquitectura local"
¿Y las ciudades? ¿No son, cada vez, menos espirituales? "62 años son muchos, suficiente tiempo para ver que el cambio de las ciudades es notorio. Antes había en ellas más intimidad: el diálogo en la esquina, el encuentro casual en la tienda… Pero todo en la vida tiene un precio, y el del progreso ha sido ese: la robotización. Las personas se han deshumanizado, y las ciudades también: se está borrando la arquitectura local, sustituida por un estilo futurista y estandarizado, un estilo sin estilo".
Le gusta cocinar y comer. Al pintar escucha Pavarotti, con sus hijos música contemporánea y salta de Gloria Stefan a Michael Jackson o The Beatles. Adora a Tarantino ("pinta la cultura popular de forma elocuente y graciosa, sus películas son una perfecta caricatura de la modernidad") y, obligado a elegir un pintor, se queda con dos: Andrew Wieth ("llevó la pintura a planos íntimos, a emociones y sensaciones insólitas") y Richard Dieberkorn ("un grande. Cambió el arte abstracto a base de energía y vivencias"). Y le gusta, por supuesto, incluir bicis en sus cuadros. "Son vehículos simpáticos, que nos benefician a todos. Como pintor me parecen perfectas, porque le dan a las personas una postura diagonal muy linda. Y después, en el plano personal, soy ciclista: pintarlas es una manera de mostrarles respeto, de rendirles pleitesía".