Se calcula, aunque el número exacto es casi imposible de precisar, que unas 5.500 estatuas de Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, se erigieron a lo largo y ancho de Ucrania, la antigua república socialista soviética con más bustos del que fuera líder de la revolución bolchevique. Sin embargo, cada vez son menos las que quedan en pie: desde la disolución de la URSS y, por extensión, la independencia de Ucrania en 1991, miles de estas estatuas fueron eliminadas, consideradas símbolo de la dominación rusa y reflejo de un pasado que muchos querían olvidar.
Ucrania era la república soviética con más estatuas de Lenin: llegaron a contarse más de 5.500
Derruidas, decapitadas, arrojadas al mar o, simplemente, robadas, unos 4.000 de estos monumentos han sido eliminados. Uno de ellos se erigía en Irpín, una pequeña ciudad a apenas 20 kilómetros de Kiev, hasta que en 2004 sus habitantes decidieron acabar con él. Gigantesca y cubierta por un tono verde, producto del musgo acumulado, la estatua de Lenin fue transportada desde su pedestal hasta un incierto futuro a bordo de un enorme y oxidado camión.
La señal
Con su larga melena blanca y su insaciable curiosidad por todo lo que le rodeaba, Yuri Kosin estaba ahí. Nacido en Kompaniivka en 1948, pero residente en Irpín desde hacía lustros, Kosin ya era un prestigioso artista, filósofo y fotógrafo, autor de, por ejemplo, una impactante y casi mágica serie de imágenes tomadas en Chernobyl poco después de la catástrofe nuclear. “Hice esa foto el 13 de mayo de 2004”, recuerda Kosin para Ciclosfera, “y para mí es toda una señal. ¿Conoces la historia de San Jorge el Victorioso derrotando al dragón? ¿Y el diálogo de la novela de Borges sobre la muerte del minotauro?”
“Se trataba de un acto mecánico, cotidiano, anónimo”
La muerte del dragón, del minotauro… Del comunismo, Lenin y toda una época a lo largo de 70 años. “Al contemplar y fotografiar cómo desmontaban el monumento”, explica Kosin, “tuve la sensación de estar viviendo algo familiar. Por un lado, era algo ideológico, una voz anónima que me gritaba que habíamos logrado derrotar al comunismo. Pero, por otro lado, nada a mi alrededor convertía el acontecimiento en algo demasiado especial. Se trataba de un acto mecánico, cotidiano, anónimo. En realidad, no era el principio ni el final de nada, hasta que de pronto… ¡apareció esa mujer en bicicleta y con una guadaña! ¡Deus ex machina!”
En efecto, gracias a esa aparición la escena se llenó de poder, de lógica, de sentido. El inmenso titán derribado, tumbado boca arriba y con los ojos cerrados, yaciendo como en un ataud. Y a su lado, mucho más pequeña y ocupada en sus quehaceres cotidianos, una mujer sobre una bicicleta transportando una guadaña. Una herramienta agrícola usada para segar hierba, forraje o cereales, pero también mucho más: un mito, un símbolo desde que los celtas imaginaron una en las manos de Ankou, el personaje legendario que, para ellos, servía a la muerte recogiendo en su viejo carro las almas de los difuntos recientes.
“La imagen encerraba una era, una época que, justo en ese momento, había llegado a su fin”
“No recuerdo que, en ese momento, la imagen generara una reacción especial entre la prensa, aunque también es cierto que intento mantenerme siempre al margen de todos esos temas”, explica Kosin. “Pero es cierto que, pasados unos años, empecé a descubrir en Internet que un notable grupo de gente desconocida comentaba y discutía mi fotografía, su simbolismo, y cómo todo esto sucedía sin mi participación. A veces se me mencionaba como autor, aunque la mayor parte de las ocasiones no. Pensé que todo estaba sucediendo por un solo motivo: la imagen encerraba una era, una época que, justo en ese momento, había llegado a su fin”.
Hacia la catarata
En efecto, con el paso de los años la repercusión de la imagen creció. Fue portada de algunas ediciones internacionales de Secondhand Time: The Last of the Soviets, novela publicada en 2013 por la escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura en 2015. Como parte de la serie Risa, ironía, ha colgado de las paredes de innumerables exposiciones y museos. Y, en resumen, es una de esas poquísimas imágenes capaces, como bien dice el refrán, de expresar y decir mucho más que mil palabras. “Soy una persona muy visual”, asegura el fotógrafo, “compararía mi trabajo, mi estilo, con el de un caracol que trepa por el Monte Fuji. El mundo que nos rodea es inconmensurable, así que intento entenderlo a través de una caótica serie de pensamientos y fotos (más de medio millón). Multiplico los fragmentos de un espejo roto, y no fotografío lo que veo sino lo que me mira a mí”.
El objetivo, finalmente, es descifrar al ser humano. A la mujer que pedalea. Al hombre cuyo rostro se reprodujo en más de 5.500 estatuas. A los millones de seres humanos opresores y oprimidos por una idea. ¿Cómo retrataría Yuri Kosin a la humanidad actual? “Nos veo subidos a una barca en un río y, felices y divertidos, arrojándonos al agua a nadar, sin darnos cuenta de que la corriente nos dirige hacia una catarata. Nada nos parece real, ni el aire que respiramos ni el suelo en el que posamos los pies”.
[Este reportaje forma parte de la edición impresa de Ciclosfera #29. Lee el número completo aquí]