Hubo vida detrás del telón de acero. Alexander Aleksándrovich Deineka trató de inmortalizarla en toda su obra, pero pocas veces estuvo tan acertado como en este cuadro clave del Realismo Socialista. La escena, como la propia Unión Soviética, encierra todo un universo.
En el vestido rojo adivinamos la sangre de los caídos, el color de la revolución. El blanco de las zapatillas representa la pureza y presunta higiene moral de una época. La ciclista es fuerte, abnegada, robusta: la camarada perfecta. Y, a su alrededor, el inabarcable campo. Que espera ser aprovechado por la maquinaria soviética. Y que, mientras tanto, nos regala saludables pedaladas hasta llegar a la fábrica.