Inteligente, osado y curioso por naturaleza, como debería ser todo buen periodista. Esos son algunos de los rasgos más definitorios de la personalidad de Tintín, el reportero belga cuyas aventuras causaron furor desde su nacimiento, en 1929, hasta la muerte de su autor, George Remis, Hergé, en 1983.
Tintín fue, ante todo, un hombre de su tiempo. Un joven que se enfrentó a los gángsters de Chicago, al contrabando de drogas o a los temibles piratas, pero que también retrató los conflictos y la realidad del momento como el colonialismo europeo, la Guerra Fría o la carrera espacial. Aunque, años después, muchos pusieran la lupa en el sesgo político que emanaban sus historias, especialmente las primeras (no hay que olvidar que los diarios que publicaron sus aventuras eran muy conservadores, al igual que el propio Hergé), lo cierto es que por encima de todo estaban narradas con un ritmo magistral. No en vano, sus 23 álbumes conforman una de las páginas más doradas de la historieta franco-belga, de la que nacieron otros héroes inolvidables como Astérix, Lucky Luke o [Spirou](https://es.wikipedia.org/wiki/Spirou(personaje).
El mundo en viñetas
Si existe un hilo conductor en todas y cada una de las aventuras de Tintín, ese son los viajes. El valiente héroe se movió en coche, moto, a caballo, en avión, barco, tren… y, claro está, también en bicicleta. Nota curiosa: en una de esas tradiciones instauradas desde el primero de los álbumes, en todos y cada uno de esos medios de transporte protagonizaba algún tipo de accidente, lo que siempre desencadenaba las tramas más impredecibles. A menudo, el propio Tintín se salvaba por los pelos de la muerte.
Fue en* El loto azul* (1935) donde el reportero, de viaje en China, hizo su más recordada incursión ciclista. Tras intentar cruzar un control militar sin éxito, se ve obligado a huir de una pareja de soldados. Tintín toma una bicicleta para huir a toda velocidad de sus perseguidores, que viajan a bordo de una moto con sidecar, poco antes de chocar aparatosamente con un camión y caer fortuitamente en la parte trasera.
En aquel álbum, el valiente reportero retrataba la realidad del gigante asiático: su identidad nacional, su diversidad cultural, sus problemas con el tráfico de opio (que llega a probar a mano de uno de los villanos) o, sobre todo, sus tensas relaciones con Japón plasmadas en el incidente de Mukden, el falso atentado perpetrado por ultranacionalistas japoneses que serviría de excusa para acusar a China, invadir Manchuria y desatar una grave crisis que sería antesala de la segunda guerra mundial. Un periodo tras el cual el propio Hergé sufrió una de sus peores etapas, al ser acusado de colaboracionismo con el régimen nazi.
Superada aquella oscura época, el genio belga dedicó hizo dos guiños más a la bicicleta. El primero fue en la portada de la revista Tintín de 1953, en la que se rendía homenaje al Tour de Francia, con el protagonista pedaleando junto a algunos de los personajes principales: el Capitán Haddock, el profesor Tornasol o los siempre despistados Hernández y Fernández. El segundo sería en la más singular de las aventuras de Tintin,* Las joyas de la Castafiore* (1963), único tomo en el que el protagonista no realizó viaje alguno sino que se quedó en casa investigando la desaparición de las alhajas de una cantante de ópera, único personaje femenino de la saga. Una aparición testimonial de los pedales que sin embargo, dejó para la posteridad la imagen de Tintín pedaleando a toda prisa a campo abierto, con su inseparable perro Milú en la cesta de la bici, para terminar de solucionar el entuerto y salir, como siempre, triunfante.
[Este reportaje forma parte de la edición impresa de Ciclosfera #28- Lee el número completo aquí]