Los furiosos brochazos de Paul Klee, el entusiasmo vital de Matisse y el hambre de juego y diversión de Picasso se funden en los niños de John Olsen, un revolucionario pintor australiano que, en 1955, se fijó en los muchos ciclistas que salían a pedalear por el Parque del Centenario de Sidney.
El contraste entre el peso de los cuerpos humanos y la ligereza que, aupados en sus bicicletas, obtenían casi por arte de magia le inspiró a crear una serie de obras que celebran la alegría de vivir, la libertad y el compañerismo inherentes a estos caballos de acero. The Bicycle Boy’s es el germen: en los lienzos posteriores no sólo amplía su fascinación por el ciclismo sino que radicaliza sus trazos, hasta terminar convirtiéndolos, en The Bicycle Boy’s Collision (1961), en una hipnótica colección de garabatos donde los jinetes se descontrolan en una escena trepidante y disparatada, imprescindible y gamberra.