Es posible que la calidad ciclista de una ciudad no sólo se mida por los kilómetros de carril bici construidos o los datos que arrojen un puñado de contadores de ciclistas. Quizá ese ‘termómetro Bikefriendly’ lo marque, con más precisión, la normalidad con la que la bicicleta está instalada en el día a día.
La mezcla de tradición, normalidad y modernidad que desprenda esta forma de transporte. El amor que se demuestre por el simple estilo de vida de moverse pedaleando. En otras palabras: de lo ‘cool’ y, al mismo tiempo, sencillo que resulte desplazarse en bicicleta.
Si hay una ciudad que combine todo esto y proponga una mirada fresca en torno a la bici sin perder de vista sus particularidades y encanto esa puede ser Berlín. Cosmopolita, cambiante y revolucionaria, Berlín está llena de sitios imprescindibles, entre ellos estos dos templos ciclistas.
Son cafeterías, restaurantes y tiendas a la vez, en un único proyecto que mezcla conceptos sazonándolos con el atractivo de la ciudad. Hablamos de Steel Vintage Bikes, negocio nacido en 2012 (curiosamente, casi a la vez que nuestra revista) que agrupa dos locales en el centro de Berlín.
El lugar perfecto
“Cuando nació Steel Vintage Bikes”, nos cuenta Alexander Bisaliev, su propietario, “queríamos crear una tienda donde encontrar las bicicletas vintage italianas, belgas o francesas más prestigiosas. Se orientaba al mundo online, pero vimos que el negocio exigía un local físico: la gente quería tocar, revisar, comparar las bicicletas. Así que nos fijamos en el bar londinense Look Mum No Hands! y pensamos crear algo parecido, imaginando que un espacio donde ofrecer buen café y enseñar bonitas bicis también funcionaría en Berlín”.
Manos a la obra: compraron una buena máquina de café a través de un crowdfunding, contrataron a un experto barista y, en 2015, abrieron las puertas del primer local. El buen momento, por aquel entonces, del mercado de las bicicletas clásicas propició una mudanza a un lugar más grande en pleno centro de Berlín, Wilhelmstrasse 91.
“La distribución era un poco rara y necesitaba una buena reforma”, explica Alexander, “pero pudimos renovarlo y, al estar casi a mitad de camino entre la Puerta de Brandenburgo y Postdammer Platz, a menos de un minuto del búnker en el que se suicidó Hitler, empezaron a llegar los turistas.
Dimos también desayunos y comidas, nos convertimos en la tercera cafetería mejor valorada en Trip Advisor Berlín y, sumado a la tienda (donde ya vendíamos camisetas, gorras, guantes y todo tipo de equipamiento vintage) y el taller, alcanzamos una nueva dimensión. Tanto que, poco antes de la pandemia, abrimos un segundo local también en Mitte (el centro berlinés), en Augustrasse 91, y ambos siguen en marcha”.
“Soy pésimo en la cocina, pero sé manejar un equipo. Hay mucha gente trabajando aquí: mecánicos, baristas, cocineros, vendedores de bicis, programadores… Pero todos tienen que ser buenas personas y saber hacer bien lo suyo” (Alexander Bisaliev, Steel Vintage Bikes)
Entre expertos
Es esta, pues, una historia de supervivencia y de éxito. ¿La clave? Quizá la capacidad de adaptarse o la ahora tan de moda resiliencia. “Hemos desarrollado muchos productos propios y mantenemos el taller de Wilhelmstrasse 91”, explica Alexander, “pero sobre todo nos hemos centrado en crear una buena experiencia culinaria. En la venta de bicicletas, sobre todo en la parte online, el público estaba formado casi exclusivamente por hombres de mediana edad, pero al apostar por la gastronomía han venido más mujeres y gente de todo tipo que ya no viene sólo a ver bicis.
Sí, pueden traer su montura al taller, o comprarse alguna cosa, pero también les gusta el café, la comida, el ambiente o la decoración”. Pero Alexander da otra clave fundamental para sacar adelante un negocio: “Básicamente”, explica, “todo se basa en encontrar a los mejores en cada puesto.
Soy pésimo en la cocina, pero sé manejar un equipo. Hay mucha gente trabajando aquí: mecánicos, baristas, cocineros, vendedores de bicis, programadores, responsables de marketing… Pero todos tienen que ser buenas personas y saber de lo suyo. No quiero gente que cumpla en muchas cosas, sino que sea experta en su labor. Hacer un buen café es muy exigente, no lo puede hacer cualquiera. ¡Y lo mismo pasa si tienes que arreglar y ajustar una bicicleta o aspiras a vender una máquina de hace sesenta años!”
Café, comidas, bicicletas…
¿Qué semejanzas y qué diferencias tienen todos estos negocios? “La hostelería”, explica Alexander, “es muy social. A la gente le gusta comer y beber en compañía, mientras que a priori el ciclismo es algo más silencioso y solitario. Pero cada vez lo es menos, y un buen café puede ser el punto de partida perfecto, o la despedida final, de una buena quedada ciclista.
Quedar en una buena cafetería se integra muy fácilmente al ritual ciclista: quedar muy pronto, ir reuniéndote con el grupo y, mientras esperas con impaciencia a que lleguen los demás, ir cargando de energía tu cuerpo con un café caliente”.
El valor de lo clásico
Todo esto, por supuesto, adquiere todavía más sentido si a través de los cristales se contempla el barrio más dinámico e icónico de Berlín. “Sí, es una ciudad maravillosa para pedalear”, reconoce Alexander, “pero la clave de haber salido adelante es que también es el lugar perfecto para encontrar a gente con talento con la que formar un equipo. En el nuestro hay baristas argentinos, expertos en café italianos, cocineros franceses…
En Múnich o Hamburgo también hay muchos ciclistas, pero no son ciudades tan cosmopolitas. Cuesta más encontrar a gente foránea que traiga nuevas ideas. Y tampoco, por supuesto, son tan magnéticas para el turismo”. Pero ojo: aunque estemos oliendo un delicioso café y repasando un atractivo menú para ver qué nos pedimos, seguimos estando rodeados de bicicletas clásicas, el alma de este negocio. Increíbles Bianchi o Gnome Rhône de los años cuarenta, impecables Colnago de los cincuenta…
En resumen, máquinas de ensueño listas para salir a rodar. “No puedo opinar sobre las bicicletas actuales porque no sé casi nada sobre novedades o tendencias”, reconoce Alexander, “pero el mercado ha cambiado mucho. El punto álgido de las bicicletas clásicas fue entre 2016 y 2019, pero las distintas crisis económicas, la pérdida de poder adquisitivo y, en nuestro caso, el Brexit, que ha hecho mucho más caro exportar al Reino Unido, uno de nuestros principales mercados, han puesto las cosas difíciles.
Tampoco lo vintage, en general, atraviesa un gran momento entre los jóvenes, a los que parece seducir mucho más lo tecnológico, lo digital y temas como las criptomonedas. Pero yo sigo confiando en lo clásico. Lo artesanal volverá a estar de moda. Es más tangible, más imperecedero. Te diría que más real. El coleccionismo está en auge en otros sectores, y el de la bici no tiene por qué ser una excepción”.