La polémica del casco ciclista se extiende más allá de nuestras fronteras. Australia, uno de los pocos países donde es obligatorio llevar casco en vías interurbanas, ha visto como personajes tan famosos como el empresario Richard Branson (fundador de Virgin) o el actor Robert Pattinson (protagonista de la saga Crepúsculo) tienen problemas con la ley.
Ambos recibieron una amonestación amistosa, advertencia que se le hace a los extranjeros despitados, no demasiado familiarizados con las normas de la vía, de que debían llevar casco para circular.
En Reino Unido, sin embargo, la posible imposición del uso del casco parece muy lejana. Su alcalde, Boris Johnson, ya se ha pronunciado varias veces y públicamente en contra. Según asegura, “hay otras cosas que se pueden hacer para que el ciclismo sea más seguro”. Johnson, eso sí, especifica que no quiere desalentar a nadie a llevarlo, sino que considera que “hay cosas más urgentes y necesarias para reforzar la seguridad del ciclista”.
¿Una cuestión de seguridad?
Y es que si la justificación radica en una cuestión de seguridad y de salud pública, el debate parece que seguirá para largo. Últimamente, los informes a favor y en contra de la imposición del casco se han multiplicado.
De hecho, según el programa HEAT (Herramienta de Evaluación Económica de la Salud creada Organización Mundial de la Salud para realizar estimaciones sobre qué efectos pueden tener los cambios en las políticas públicas de transporte respecto a la mortalidad general) esta medida “implicaría efectos negativos para la salud pública”, según ha denunciado ConBici.
Dichos efectos, se traducirían en 217 muertes prematuras y el coste de 254 millones de euros anuales (derivados de la reducción del uso de la bicicleta y de su efecto positivo sobre la salud pública: prevención de la obesidad y de las enfermedades coronarias).