Se movía, sobre todo, a caballo, y era capaz de levantarlo con una sola mano (por algo era considerada la niña más fuerte del mundo). Sin embargo, Pippi Calzaslargas no le hacía ascos a otros medios de transporte: la vimos en un globo construido por ella misma, sidecar, barco, carro y, claro, hasta en una bicicleta sin ruedas.
Y es que, aunque no fuese su principal medio de transporte, desde el primer capítulo abundan las bicis en la famosa serie televisiva de los setenta. El enorme colegio al que acuden los niños (excepto Pippi) está lleno de bicicletas. En las calles del colorido pueblo donde transcurre la acción también abundan. Y vemos una preciosa montura frecuentemente acarreando a la Tía Pastelius, la pesada asistente social empeñada en sacar a Pippi de su anarquía en Villa Kunterbunt.
Pedaladas en el aire
Con su vestido de flores, guantes, sombrero y un bolso violeta colgado en el manillar, Tía Pastelius y su clásica bici de paseo con frenos de contrapedal son elementos imprescindibles en la serie. Pero, sin duda, el momento más ciclista es el capítulo 19º, uno de los últimos (por desgracia solo hubo 21 episodios), titulado Pippi viaja en tren, Parte 1. Es ahí donde vemos a la pelirroja de las disparadas trenzas montando una bici, por supuesto, muy poco convencional. Tommy y Annika, los mejores amigos de Pippi, se han perdido en el bosque, y tras descartar unas cuantas bicicletas para rescatarles Pippi acude a una chatarrería donde recupera un manillar, unos pedales y un oxidado cuadro.
Con sus ropas remendadas y unas polvorientas botas, muchos números más grande de lo que le corresponde, Pippi empieza a flotar en el destartalado esqueleto ciclista, captando la atención de todos con los que se cruza. La cámara salta de sus fascinadas caras al rostro radiante de Pippi, feliz por su enésimo triunfo sobre cualquier regla escrita. La vieja y chirriante cadena, los decrépitos pedales, el raído cuadro… Poco importa: aunque apenas sea un viejo pedazo de metal es obvio que la bicicleta (más un poquito de magia) siempre estará ahí, para sacarnos de cualquier apuro.
El cuadro
Un momento inolvidable recreado, varias décadas después, por la artista noruega Mona Finden en el cuadro que abre a doble página este artículo. "Solía ver la serie de Pippi Långstrump cuando era muy pequeña", cuenta en exclusiva a Ciclosfera, “y me encantaban sus poderes y ese ambiente tan peculiar y, en mi opinión, también un poco siniestro”. Al preguntarle por qué eligió, precisamente, esa escena, Finden elige una palabra inevitablemente unida al personaje: imaginación. "Estaba experimentando con colores", recuerda la artista, "y al jugar con el naranja, el marrón y el verde, de pronto apareció en mi mente esa escena. Apenas recordaba nada más concreto, pero el instante en el que Pippi pedalea sobre una bicicleta flotante apareció con toda claridad en mi imaginación. Así que decidí pintarla".
Medicina infantil
El personaje de Pippi nació como una medicina: la hija de su creadora, Astrid Lindgren, sufría una grave enfermedad pulmonar que la obligaba a permanecer en la cama con apenas siete años. Para aliviar la convalecencia, la pequeña le pidió a su madre que inventase historias protagonizadas por una niña imaginaria, llamada Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Langstrump. Años después Lindgren reunió todas esas historias y ganó un premio literario, lo que supuso la publicación del primer libro de Pippi en 1945. El éxito fue total, pero todavía sería mayor al estrenarse, en 1969, una serie de televisión dirigida por Olle Hellborn y guionizada por la propia Lindgren. La rebelde y libertaria Pippi no fue aceptada por la censura española de la época pero por fin, en 1974 y en plena agonía del franquismo, por fin la serie se estrenó en TVE: el impacto fue inmediato. Es probable, por cierto, que la bicicleta fuese algo importante en la vida de Lindgren: sobre ella la vemos varias veces en Conociendo a Astrid (Pernilel Fischer Christensen, 2018), la película que recuerda la complicada existencia de la escritora.