En una de sus citas más célebres, la científica (y ciclista) Marie Curie aseguró que “hay que entender más para temer menos”. En otras palabras: tenemos miedo a lo que desconocemos. Nos asusta lo desconocido. Lo nuevo. Y, sobre todo, aquello a lo que nunca hemos vencido. Pero también es cierto que el miedo es irracional y poderoso, paralizante y, ante todo, nos imposibilita disfrutar y ser libres.
Los motivos
Los que nos movemos en bicicleta por la ciudad y, especialmente, los que lo hacemos en urbes atestadas de vehículos a motor, hemos escuchado en infinidad de ocasiones a amigos o familiares decir eso de “me encantaría ir a trabajar en bici, pero me da miedo”. Cabría pensar, pues, que ese miedo es la principal causa por la que nuestras calles no están plagadas de bicicletas.
Sin embargo, no es así. El último Barómetro de la Bicicleta arroja un dato significativo: sólo un 4,5% de los encuestados señala el miedo como motivo principal para no pedalear, muy por debajo de otros argumentos como no tener una bicicleta en casa (17,7%), preferir caminar (11,1%) o decantarse por el coche (10,3%). Y, sin embargo, la idea de que circular en bici por la ciudad es una heroicidad sólo al alcance de héroes, osados o inconscientes parece enquistada en la sociedad.
Un riesgo sobreestimado
“El miedo disuade del uso de la bici, sin duda”, opina Manuel Martín, secretario técnico de la coordinadora ConBici. “Mucha gente no circula por ciclocarriles a 30 km/h o por calles tranquilas de un solo sentido por el miedo a compartir espacio con un vehículo de varias toneladas, al igual que otros temen que les roben la bicicleta y por eso no la aparcan en la calle ni con el mejor candado*. Los miedos son subjetivos,* pero las estadísticas demuestran que son una percepción sobreestimada de riesgo. Es como cuando cae un avión: la posibilidad de que un accidente así se repita es muy baja, pero da pánico pensarlo pese a ser uno de los medios de transporte más seguros”.
La frase que se repite, casi como un mantra, es “qué peligro, las bicicletas”. Pero en realidad debería ser “qué peligro, los coches”
Puede que buena parte de la culpa la tenga el tratamiento que los medios de comunicación hacen del ciclismo urbano. Cuando hace unos años la entonces directora de la Dirección General de Tráfico (DGT), María Seguí, puso sobre la mesa la posibilidad de obligar a los ciclistas urbanos a usar casco, televisiones y periódicos se llenaron de imágenes de ciclistas imprudentes realizando maniobras imposibles al borde de la catástrofe. Aun hoy, cuando el número de ciclistas ha avanzado en pocos años más que en varias décadas, es frecuente escuchar a algunos conductores mascullar contra nosotros. La frase que se repite, casi como un mantra, es “qué peligro, las bicicletas”. Pero en realidad debería ser “qué peligro, los coches”.
Apóstoles del miedo
Y es que los datos no acompañan a los apóstoles del miedo. En 2015, y pese a ese incremento imparable del ciclismo urbano, se alcanzó el mínimo histórico de muertos en ciudad sobre una bicicleta: fueron nueve. Y, aunque en 2016 y según la DGT las víctimas ascendieron a 20, no parece un número que justifique el temor. Sobre todo si se comparan con otros datos, como los 10.000 atropellos que tienen lugar al año sólo en vías urbanas. Una cifra que se traduce en 27 atropellos al día y que, sin embargo, no nos lleva a plantearnos el dejar de caminar.
“El miedo a ir en bici es completamente infundado. pese a que los medios contribuyan a generarlo”
“Partimos de la base de que nos preocupa el mero hecho de que haya una sola persona accidentada, especialmente si es de un colectivo tan vulnerable como el de los ciclistas o peatones”, apunta Javier Villalba, “porque significa que algo está fallando”. Para Villalba, Jefe de la Unidad de Normativa de la DGT y uno de los coordinadores del Plan Estratégico de la Bicicleta, “además hay un aspecto importante: se habla de accidentes, pero es una acepción engañosa. En la mayor parte de las ocasiones, lo que hay detrás es una imprudencia”. En su opinión, el miedo a ir en bici es “completamente infundado. Pese a que los medios contribuyan a generarlo, sobre todo cuando se producen varios casos seguidos como hemos visto recientemente en accidentes protagonizados por ciclistas en carretera, no hay motivo de alarma”. La situación, eso sí, genera “cierta zozobra”. “La sociedad puede que pongas en marcha medidas urgentes”, explica Villalba, “cuando las más efectivas son a medio y largo plazo. Vivimos en una sociedad en la que, durante un tiempo, parece que hay un enorme problema… que luego cae en el olvido. Pasan los días, y nadie se acuerda de los ciclistas”.
El antídoto
La solución para luchar contra el miedo, más allá de incidir en los datos, pasa por una mayor presencia de ciclistas en calles y carreteras “Cuando un conductor sabe que va se va a cruzar con muchos ciclistas y muchos peatones tiene más cuidado”, explica Villalba. “Los accidentes aumentan cuando algo es excepcional y no sabemos cómo reaccionar. Eso y, por supuesto, cambiar los comportamientos de los automovilistas. Hacerles ver que la calzada no les pertenece, sino que es de todos”.
A pie de calle, Álvaro se mueve a diario en bicicleta. No es un ciudadano cualquiera: es Policía Nacional. Y también, en su caso, el miedo está ahí. “Lo sientes cuando algún coche o moto te pasa a gran velocidad”, reconoce, “per*o nunca ha sido un motivo para no coger la bicicleta.* En una balanza, la bici me da muchas más alegrías que penas”.
Pese a pregonar sus virtudes, no son pocos compañeros, amigos o familiares que tildan a Álvaro como un valiente por moverse en bici. “Les digo que todo es ponerse. Entiendo que al principio una carretera llena de coches ruidosos impone, pero hay que concienciarse de que los ciclistas tenemos derecho a ocupar nuestro espacio. Y, siéndote sincero, a veces encuentro placer en moverme con agilidad entre ese mar de hierro”.
El freno psicológico
Son dos preguntas con miga. ¿Por qué tenemos miedo? Y, sobre todo… ¿cómo afrontarlo y vencerlo para, así, poder disfrutar de cosas que nos harían más felices? “Todo lo que tiene que ver con perder el contacto con el suelo nos crea inseguridad”, explica el psicólogo Ignacio González-Garzón. “Estamos hechos de esa manera desde la misma estructura del laberinto del oído: un terremoto, volar en avión, saltar en paracaídas o montar en bicicleta, cualquier cosa que implique dejar de tener ese control sobre nuestro propio equilibrio, nos transmite sensación de peligro”. Para González-Garzón, “son reacciones completamente normales, pues parten de un sistema de seguridad ancestral probablemente relacionado con el origen arborícela del ser humano y la capacidad de reaccionar ante la posibilidad de caerse de un árbol”. Hoy por hoy, eso sí, se trata de miedos que en la mayor parte de las ocasiones “cuentan con un componente absolutamente irracional que, a menudo, se traduce en comportamientos muy absurdos”.
- *Este artículo forma parte de la edición impresa de Ciclosfera #21. Puedes leerlo completo en este enlace. O si te has perdido alguno de los números anteriores, encuéntralos todos aquí. *