Tras las tenues acuarelas de Sempé se oculta un secreto: Raoul Taburin, el mecánico de bicicletas más famoso del pueblecito de Saint-Céron, no sabe montar en bicicleta.
Lleva intentándolo toda la vida pero, por algún motivo inexplicable, jamás lo ha logrado. Algo que, además de frustrarle, le llevó a lanzarse con todavía más pasión a conocer y domesticar los entresijos de esa máquina. No hay pieza que Raoul no sepa cambiar. No hay avería, por casi imperceptible que sea, que Taburin no pueda arreglar.
No hay pieza que Raoul no sepa cambiar. No hay avería que Taburin no pueda arreglar. Pero, aunque lo ha intentado más de mil veces… Es incapaz de pedalear más que unos pocos metros sin caer.
Pero, aunque lo ha intentado más de mil veces… Es incapaz de pedalear más que unos pocos metros sin caer. Su cuerpo es testigo: bajo la ropa esconde mil cicatrices y hasta alguna que otra fractura. Pero lo peor es que, donde la gente ve a un sabio… Raoul siente que hay un farsante.
Todos tenemos algún secreto que a veces hasta intentamos ocultar a nosotros mismos. Nos asusta pensar en ello… ¿y si alguien pudiera escuchar nuestros pensamientos? ¿Y si un familiar o un amigo, desde algún lugar ignoto o una extraña dimensión, se enterara y fuera partícipe de esta vergüenza?
Puede ser algo que deseamos, sabemos o, muchas veces, que desconocemos pero fingimos saber. Una minucia o la piedra sobre la que se cimenta una vida, la pareja, el éxito profesional o el mayor de los reconocimientos. El taller de bicicletas (O el secreto inconfesable de Raoul Taburin) tiene algo terapéutico: nos transporta en el tiempo y hace rememorar vergüenzas juveniles, al mismo tiempo que se burla de nuestra solemnidad y rigidez adultas.
Pero, y eso lo hace todavía más hermoso, Sampé también nos lleva a un mundo de sensibilidad, delicadeza y belleza. Un lugar donde las bicicletas y la inocencia son protagonistas. Un lugar perdido y mágico al que, y esto no es ningún secreto, tampoco estaría nada mal volver.