Seas capaz de atropellar a alguien, en este caso a un ciclista, el sábado por la noche, y pese a la gravedad de lo ocurrido huyas del lugar de los hechos no sólo no haciéndote cargo de tu responsabilidad sino, sobre todo, no ayudando al herido, al que quizá de haber socorrido en el acto habrías salvado la vida.
Seas capaz de, pasado un día, el domingo, permanecer escondida, sin acudir a la policía para informar de los hechos, sin querer enterarte de cómo está la persona a la que has atropellado, sin necesitar esclarecer lo ocurrido y, si es necesario, ayudar de algún modo a rectificarlo.
Seas capaz de, el martes (dos días después), enterarte de que esa persona a la que has atropellado ha muerto. Ha muerto tras ser atropellada por ti, tras ser abandonada en la calle por ti. Ha muerto sin que nadie, ni sus familiares, ni sus amigos, sepan exactamente lo que ha ocurrido, que es lo que sólo tú conoces y callas.
Seas capaz de respirar, de comer, de vivir, quizá hasta de dormir y volver a llevar una vida normal, mientras los allegados de Javier Vela (sí, porque ya sabrás a estas alturas que la persona a la que has matado se llamaba Javier Vela) le lloran, mientras los ciclistas exigen algo de respeto y protección, mientras la policía busca el coche, tu maldito coche, que quizá ahora escondes y que desearías no existiera.
Seas capaz de aguantar, aguantar y aguantar, viendo cómo pasan las horas, hasta que se cumplen las 18.30 del jueves (sí, más de cuatro días y cuatro noches, aproximadamente 114 horas) y la policía llama por fin a tu puerta. ¿A quién se lo habrás contado? ¿Te habrá aconsejado alguien que esperes, que aguantes, que quizá así nunca vayan a encontrarte? ¿Será posible que, mientras otros lloran a Javier, tú salgas indemne de esto? No. No lo has conseguido.
No importa que seas hombre o mujer, que conduzcas un todoterreno o cualquier otro coche, que tengas 24 años o cualquier otra edad. Castigarte, insultarte, despreciarte no servirá ya de nada. No sé si eres cobarde por actuar así, como una rata, o valiente, de una valentía y una sangre fría inhumanas, por ser capaz de esconderte y callar viendo lo que has provocado, por creer que podrías soportarlo y ocultarlo durante el resto de tus días.
Sólo espero que no te lo perdones hoy, que no te lo perdones nunca. Y que tu ejemplo sirva para que jamás, nunca, nadie, vuelva a actuar como tú.