Puede que a dios le guste montar en bicicleta. Y que, el día del juicio final, se siente a contemplarlo todo desde su bici rascándose la barba para dictar sentencia.
La penúltima señal de su poder divino se produjo en 2011, tras el terremoto y posterior tsunami en el norte de Japón. La sacudida de 8,9 grados Richter, a 130 kilómetros de la costa, levantó olas de más de 40 metros, acabó con la vida de 20.896 personas y dejó 3.084 desaparecidos y 6.025 heridos.
En Fukushima, era imposible escapar de la catástrofe… A menos que pedalearas
Y algo más: destruyó comunicaciones, vías férreas, abrió por la mitad las carreteras, enterró kilómetros de líneas de metro e hizo casi imposible el suministro de agua y comida.
Era imposible escapar… A menos que pedalearas. Porque, en los peores momentos de la catástrofe, la bicicleta fue la respuesta. Los japoneses las usaron para transportar los pocos enseres que no habían perdido, para generar electricidad e, incluso, para purificar agua. ¿Un milagro? No: lógica.
Una anciana huyendo en bici
En Tokio, la parte trasera de las bicicletas fue la única manera de cargar tanques de agua durante los días de racionamiento. Y en Fukushima, zona cero del desastre nuclear, sus habitantes intentaron volver a la normalidad montando en sus jitenshas, el único medio transporte capaz de adaptarse a caminos por los que no podía pasar ningún otro vehículo.
Uno de los casos fue el de Tsun Kimura, una mujer de 83 años de Ishonomaki que escapó de una ola gigante pedaleando hasta subir una zona más alta, donde se libró de las inundaciones. “Creí que Japón desaparecería bajo el agua”, aseguraba Kimura, “y lo primero que pensé fue en salir de ahí con mi bici”.
Respuesta sobre (dos) ruedas
Pensando en esa mujer, y en las víctimas de una próxima catástrofe, el conglomerado de empresas nipón The Heisei Foundation ha creado la Bicicleta de Respuesta Rápida (BRR). Pesa 15 kilos, está construida en acero de alta resistencia y puede cargar con un bidón de 20 litros gracias a su bajo centro de gravedad. Los neumáticos son de taco grueso y facilitan el acceso y la movilidad por los terrenos más complicados, y la dinamo que incorpora puede recargar un móvil o una radio. Todo, por 637 euros.
Como cuentan a Ciclosfera desde Vanguard, su distribuidora, “por ahora la BRP se vende sólo en Japón”. El éxito ha sido casi absoluto: “De las 500 bicicletas que se hicieron sólo nos quedan 6”, asegura la marca, “porque la demanda aumentó de forma notable tras el tsunami”. Esos días, era habitual contemplar a los japoneses haciendo cola a la puerta de una tienda de bicicletas de forma silenciosa y ordenada: una leyenda urbana asegura que un comerciante del barrio de Omotesando, en Tokio, vendió todo su catálogo en pocas horas, a pesar de que muchas de sus bicis eran de alta gama y de que tres cuartas partes de los japoneses ya tenían, al menos, una montura en su casa.
Otros casos
Tras el terremoto y posterior tsunami en 2004 en el océano Índico, la fundación World Bicycle Relief repartió 24.400 bicicletas en Sri Lanka. Dos años después, el 80% seguían utilizándose y las familias habían conseguido ahorrar el 30% de su presupuesto en transporte. Cuando Nueva York fue golpeada por el huracán Sandy y la ciudad entró en un caos de puentes rotos y calles inundadas, el alcalde Michael Bloomberg aconsejó que “lo mejor sería coger la bicicleta”. Esos días muchos ejecutivos cogieron, por primera vez en su vida, la bicicleta para ir a trabajar. Hoy, se ven hasta 100 bicis cada 15 minutos en la 6ª Avenida.