John Lennon (1940-1980) es, sin duda, uno de los grandes nombres del siglo XX. Convertido en leyenda por su arte, compromiso político y prematura muerte, su influencia en la cultura popular es inmensa. Un carácter peculiar, su boda con Yoko Ono y la compleja relación con Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr, sus compañeros en The Beatles, han sido analizados en infinidad de ocasiones.
Casi todos esos análisis basan sus premisas y conclusiones en la complicada infancia de Lennon. Aunque mucho más acomodada que lo que él difundiría después, autoproclamándose como el Working Class Hero (héroe de la clase obrera), es cierto que Lennon tuvo una niñez difícil. Su padre, marinero de profesión, desapareció cuando apenas tenía seis años. Julia, su madre, tampoco fue modélica: incapaz de criarle, delegó dicha responsabilidad en su hermana Mimi. Así que el pequeño Lennon creció en medio de enfrentamientos y confusión, un escenario donde la bici emerge como sinónimo de luz, felicidad y libertad.
Por el viejo Liverpool
“De pequeño soñaba sobre todo con una cosa: tener mi propia bicicleta”, declararía Lennon en una entrevista años después. Un sueño infantil que se hizo realidad en 1952, cuando superó con éxito el Eleven Plus, un examen infantil que los niños ingleses debían aprobar para acceder al colegio superior. Fue George, marido de su tía Mimi y algo parecido a un padre adoptivo, quien se la regaló. “Era el niño más feliz de Liverpool e incluso del mundo”, diría Lennon, “y vivía para esa bicicleta. La mayoría de críos la dejaban aparcada por la noche en sus jardines, pero yo insistía en meterla en casa e, incluso, dormía con ella durante las primeras noches”:
La primera bici de Lennon fue una preciosa Raleigh Lenton, verde esmeralda y con un portabultos de cuero
Según cuenta Phillip Norman en John Lennon, la monumental biografía que arroja luz sobre su existencia, esa bicicleta era una Raleigh Lenton, un precioso modelo que, según el experto Peter C. Kohler, “supuso para muchos chavales ingleses la forma de iniciarse en el ciclismo deportivo”. Según su biógrafo, la de Lennon era “verde esmeralda”, e incluía extras como “un faro delantero a dinamo y un portabultos de cuero verde a juego”. Una deliciosa máquina con la que el futuro Beatle iba pedaleando a diario su nuevo colegio, el Quarry Bank High School. Sí: el mismo lugar donde, además de enfrentarse a los profesores, crearía su primera banda, The Quarry Men, a la que se sumarían McCartney y Harrison para crear el germen del grupo más célebre de la historia.
Rebelde, bromista y algo desorientado, Lennon apenas bajaba de su bici. Era el vehículo perfecto para hacer novillos con su inseparable amigo Pete Shotton, escapándose juntos a fumar y tocar la armónica en Calderstones Park y Reynorlds Park. También sobre ella llegaron sus primeros escarceos amorosos: con otros amigos del vecindario “rastreaban” todo Liverpool en busca de grupos de chicas que también pedalearan. Sobre la Raleigh recorrió con su primera novia, Barbara Blake, las calles de su ciudad, a través de los escenarios que inspirarían obras maestras como Strawberry Fields o In my Life.
Otro de sus compinches ciclistas habituales, Len Garry, recuerda en la biografía escrita por Norman cómo canciones y pedaladas iban de la mano. “Solíamos cantar en voz alta”, explica Garry, “tratando de superar al otro en el número de canciones de moda que nos sabíamos. A John le gustaba especialmente Caribbean, de Mitchell Torok: recuerdo que, incluso con el viento en contra, se ponía de pie en la bici y el ritmo siempre le salía perfecto”.
De Amsterdam a Nueva York
Después, la historia ya conocida: The Beatles, el éxito universal, la transformación de John, Paul, George y Ringo en cuatro terrenales dioses. Con la famosa banda no hay tantas referencias ciclistas: es probable que Lennon andara demasiado ocupado lidiando con música, dinero, fama, mujeres y drogas como para pedalear con frecuencia. Se le ve encima de una bici en Help!, película a mayor gloria de los Fab Four donde los miembros del grupo montan en las Bahamas, pero era más habitual verle bajar del asiento trasero de su Rolls Royce, que apenas conducía. Sabido es que Lennon no se manejaba bien al volante: era muy corto de vista, demasiado indisciplinado para obedecer las señales de tráfico e incluso, años después, sufriría un accidente en Escocia durante unas vacaciones familiares. ¿Algo más respecto a los coches? Sí, una desgracia: su madre, Julia, murió en 1958 atropellada por un conductor novato.
En la década de los 70 no era extraño ver a Lennon y a Yoko Ono pedalear por Greenwich Village o Central Park
Años después, ya casado con Yoko Ono, la bici vuelve con fuerza. Lo demuestra la bicicleta blanca regalada por el movimiento Provo que les acompañó durante el Bed In de Amsterdam, donde se pasaron una semana en la cama para exigir la paz mundial. Cuando en 1971 se mudaron a Nueva York, y tras pasar una época en el lujoso St. Regis Hotel, la pareja usaba la bici casi a diario en su pequeño apartamento de Greenwich Village, desde donde solían dar largos paseos por sus lugares favoritos de la ciudad. Paseos que Lennon inmortalizaría en una canción, New York City, y en los que usaban, según asegura Norman, “una bicicleta japonesa de alta tecnología (en el caso de Ono) y un modelo inglés lo más parecido posible a su vieja Raleigh”.
Besos, perritos calientes y pedaladas por su ciudad de adopción. Pedaladas que continuarían años después, trasladados al edificio y donde aprovechaban la cercanía de Central Park, que por entonces se empezaba a transformar en el idílico lugar para practicar deporte que es ahora. Pedaladas que, como todo, se vieron interrumpidas en diciembre de 1980, cuando un admirador demente asesinó a Lennon a las puertas de su casa. Acababa la vida de la persona y el músico pero, sabido es, en ese mismo momento nacía el mito eterno e inmortal.