Waco, Texas, Estados Unidos. 1913. Con mirada desafiante, boina típica de la época y una humeante pipa en la boca, un jovencísimo bicimensajero de la Mackay Telegraph Company posa frente al objetivo. Dice tener 15 años, pero aparenta alguno menos. Quién sabe.
Hubo un tiempo en el que el trabajo infantil no era la excepción, sino la norma. Y la bicicleta, dado su auge global durante los primeros años del siglo XX, fue una de las principales herramientas de aquellos pequeños empleados. Los niños desempeñaban una importante labor como carteros y repartidores de mercancía de toda índole, desde periódicos hasta medicinas o productos procedentes del pequeño comercio. Simplemente, como pequeñas hormigas que iban y venían sin descanso, formaban parte del paisaje urbano.
Los niños desempeñaban una importante labor como carteros y repartidores de mercancía de toda índole, como pequeñas hormigas que iban y venían sin descanso.
En 1908, el Comité Nacional para el Trabajo Infantil de EEUU contrató al reputado fotógrafo y sociólogo Lewis Hine para documentar las condiciones laborales de aquellos pequeños trabajadores. Hine, que con el tiempo pasaría a la historia como uno de los grandes pioneros de la fotografía social (difícil no recordar algunas de sus legendarias imágenes de los obreros de Nueva York, trabajando y comiendo desafiando a la gravedad durante la construcción de los rascacielos) viajó durante nueve años a lo largo y ancho de todo el país para conocer una realidad que ya entonces preocupaba a los sectores más progresistas de la sociedad norteamericana. Lo hizo con un equipo precario: una sencilla cámara de fuelle de 13 x 18 cm, montada sobre un trípode inestable y un flash de magnesio.
Explotación a pedales
Lo que se encontró fue más allá de sus peores presagios: las condiciones de trabajo eran leoninas. Los niños empezaban a trabajar a los nueve o diez años, y a menudo pedaleaban hasta la madrugada, dormían bajo un puente o, en el mejor de los casos, compaginaban la asistencia a la escuela con interminables jornadas repartiendo paquetes o periódicos a golpe de pedal. Se adentraban con frecuencia en los barrios rojos, los más peligrosos de las ciudades, donde tenían que vérselas con traficantes de armas, drogadictos y proxenetas. Sufrían abusos de toda clase, y a menudo su sueldo era escamoteado por patrones sin escrúpulos. Hine acompañaba cada imagen con una pequeña frase en la que resumía, brevemente, el drama que se escondía tras cada foto.
La situación era extensible a todas las grandes urbes de Estados Unidos. San Francisco, Nueva York, Houston, Boston… Pero también a las localidades más pequeñas. Del industrializado norte al rural sur. De Massachussets a Alabama. A las órdenes de grandes compañías, como la Western Union, o de pequeñas empresas locales de mensajería.
Tiempos de cambio
Hine, que había trabajado como profesor, no tardó en darse cuenta del enorme potencial de aquellas instantáneas. Tras retratar a docenas de niños presentó las imágenes al Comité, que las utilizó como argumento para conseguir, en 1916, la aprobación de la Ley Keatings-Owen, que estableció restricciones de edad y turnos para los trabajadores más jóvenes. Aunque la ley fue derogada por la Corte Suprema, su espíritu sentó las bases para la creación de una reforma legislativa en materia de trabajo infantil durante el New Deal de la década de 1930.
Como muchas grandes historias, la de Hine terminó de manera injusta. Tras formar parte de la Cruz Roja durante la primera guerra mundial, lo que le posibilitó viajar a Europa, e inmortalizar a trabajadores de toda condición al regresar a su país, sus últimos días de vida estuvieron marcados por la pobreza que él mismo había contribuido a denunciar con su cámara.
En el cajón
Arruinado y tras haber perdido hasta su casa, Hine falleció en 1940. Dejaba como legado más de 5.000 fotografías que, pese a su enorme relevancia histórica, no encontraron fácil acomodo. Su hijo las donó a la cooperativa de fotógrafos Photo League, formada por profesionales que compartían su visión de la fotografía como herramienta de denuncia social. Pero tras el desmantelamiento del organismo en 1951, las fotos quedaron en el limbo. El Museum of Modern Art de Nueva York las rechazó por no considerarlas relevantes. Finalmente, la obra al completo fue donada al Museo Internacional de Fotografía George Eastman House, en la localidad de Rochester.
El MoMa de Nueva York rechazó las imágenes de Hine por considerarlas irrelevantes.
Los protagonistas de las imágenes, evidentemente, permanecieron en el anonimato. Desaparecieron sin intuir siquiera remotamente que, más de cien años después, sus miradas terminarían ilustrando un reportaje en una revista como ésta, testigos de un tiempo de explotación infantil que, en muchos países del mundo, aún sigue constituyendo una triste realidad.