Mientras dos gigantescas torres se consumen, humeantes tras un ataque terrorista sin precedentes, cinco personas, sentadas junto a las azules aguas de un parque de Brooklyn, toman el sol y charlan, sonrientes, dándole la espalda a la monumental tragedia.
O no.
Espantadas por lo sucedido y, durante un instante, incapaces de seguir contemplando cómo Nueva York se derrumba, cinco seres humanos comentan lo sucedido. Recuerdan sus horas felices en las ahora aterrorizadas calles. Lamentan que nada volverá a ser igual. Y, quizá a su pesar, siguen respirando y viviendo, víctimas y supervivientes a la vez de la tragedia.
La extraña nube
Se supone que una buena foto da certezas y respuestas, pero no es el caso. La monumental imagen tomada por Thomas Hoepker el martes 11 de septiembre de 2001, poco después de que dos aviones se estrellaran contra las Torres Gemelas, logra lo contrario. Es tal mezcla de sensaciones y colores, conceptos y símbolos, que parece un montaje. Un sueño. Una pesadilla. Pero no lo es.
Nacido en 1936 en Munich, Alemania, Hoepker fue el primer fotógrafo occidental acreditado en Alemania Oriental durante la Guerra Fría. Cansado de vivir en una sociedad, según sus propias palabras, “tan deprimente”, se mudó a Nueva York en 1976. Fue allí donde, el día del atentado y guiado por su instinto, se alejó de Manhattan para tener una perspectiva más amplia de lo que estaba pasando. Entonces hizo la foto: “Estaba muy lejos de lo sucedido”, explicó Hoepker al British Journal of Photography, “pero sentí que podía hacer una foto interesante y todo coincidió. Creo que los fotógrafos tenemos un instinto especial: vemos algo rápido, especial, y sin mediar una decisión inteligente lo fotografiamos”. Sin embargo, cuando la agencia Magnum pidió a sus fotógrafos su trabajo para documentar una jornada tan inolvidable, Hoepker dejó esta foto en un cajón. “Pensé que no era importante”, explicó años después. “No mostraba el horror de ese día… Esas personas parecen relajadas, riendo, felices pese a esa extraña nube negra detrás”.
“Estaba muy lejos de lo sucedido, pero sentí que podía hacer una foto interesante”
La foto fue finalmente publicada en 2006 en Watching the World Change, un libro sobre el 11/S de David Friend. “Estaban totalmente relajados, como en un día normal”, explicó Hoepker a Friend. “Es posible que estuvieran afectados y que hubiesen perdido a gente, pero no parecían agitados”.
La alegoría
Cuando la foto se hizo pública la polémica fue inmediata. En una columna en The New York Times, el ensayista Frank Rich aseguró que el retrato era una alegoría de América y de cómo los estadounidenses fueron incapaces de aprender nada sobre lo sucedido. “Este es un país al que le gusta seguir adelante, y rápido. Los jóvenes de la foto no son necesariamente desalmados”, escribía Rich, “son, simplemente, americanos”.
“Las personas de la foto están obviamente apoyándose unos a otros”
La foto y las palabras de Hoepke y Rich le habían dado la vuelta a la situación. Por una vez, hablar sobre el atentado no implicaba aplaudir la solidaridad ciudadana, la valentía de los bomberos o criticar la crueldad de los terroristas, sino reflexionar sobre todo un país: EE UU. David Platz, editor político de la prestigiosa web Slate, se revolvió: “A diferencia de Hoepker”, aseguraba indignado, “yo no estaba allí, así que puede ser cierto que estuviesen charlando sobre fútbol americano. Pero lo dudo. Las personas de la foto están obviamente apoyándose unos a otros, y es casi seguro que discuten sobre el espantoso suceso que acontece detrás. Si apartan la mirada de las Torres durante un momento no es porque les aburra el 11-S, sino porque son ciudadanos participando en el acto más importante que puede darse en una democracia: el debate”.
Los novios y la bicicleta
Walter Sipser y Chris Schiavo eran pareja el 11 de septiembre. Son, también, las dos personas más a la derecha en la foto: Sipser, con camiseta negra y gafas de sol, parece hablar en ese momento, mientras Schiavo se gira para mirarle con algo parecido a una sonrisa en la cara. Ambos escribieron a Slate para aportar su visión. “Una instantánea puede hacer que los asistentes a un funeral parezcan estar de fiesta”, comienza la carta de Sipser. “Estábamos, como todo el mundo ese día, en un profundo estado de incredulidad y shock. Thomas Hoepker no nos pidió permiso para fotografiarnos ni intentó, ni entonces ni en los cinco años posteriores, conocer nuestros pensamientos (…). En vez de eso escogió publicar la foto que le permitía exponer las conclusiones que a él le interesaba mostrar”. Al final de su escrito, Sipser critica con dureza al fotógrafo: “Es mucho más honesto reconocer lo fácil que es manipular una imagen, sobre todo si es de forma tendenciosa y para favorecer la propia carrera profesional”.
“Una instantánea puede hacer que los asistentes a un funeral parezcan estar de fiesta”
Chris Schiavo, que casualmente también es fotógrafa profesional, también mandó a Slate su visión. “No cogí la cámara de fotos en todo ese día, entre otros motivos, para no caer en la cínica interpretación de la realidad de los señores Rich y Hoepker”. Pero, añade Schiavo, “si no lo hice fue sobre todo para mantener libres mis manos, para no colocar una lente entre mis ojos y lo que estaba ocurriendo y no alterar ese día, no afectar ninguna vida y experimentar cada nanosegundo de lo ocurrido en todas las moléculas de mi cuerpo”. También, concluye Schiavo, por otra razón: “Porque tengo la estricta política de, nunca, fotografiar a una persona sin su permiso”.
Se cumplen, ahora, 16 años de lo sucedido. La bicicleta, una bonita Diamondback roja, permanece suspendida en el tiempo. En medio de una conversación, entre cinco personas viviendo un instante tan cierto como irreal.
*Este reportaje forma parte de Ciclosfera #22. Lee el número completo aquí. *