Una fiesta en mitad del bosque y los asistentes empiezan a tener hambre. No hay restaurantes cerca, ni furgonetas que vendan comida ni repartidores de pizza… Pero está ella. Se llama Rose Johnson y lleva una cocina en la bicicleta o, mejor dicho, su bicicleta es su cocina. Rose es la inventora de Hot Bike, una sencilla idea que combina dos artes: el pedaleo y la gastronomía. Esta hábil cocinera de San Francisco (EE UU) empezó en 2012 a preparar y entregar manjares sobre dos ruedas y, tres años después, es pionera de un negocio en auge en casi todo el mundo: el de la venta callejera de comida en bicicleta. “Me siento físicamente conectada con mi cocina”, explica Rose, “y los clientes lo perciben”.
Imaginación al manillar
Esta revolución gastronómica combina lo económico y lo ecológico, lo urbano y lo saludable. Sus armas están al alcance de cualquiera: una bicicleta adaptada (no es necesario ser un manitas, hay empresas que se encargan de hacerlo) y un concepto claro de lo que se quiere vender. Charlie Wicker pedalea por el centro de la congestionada Portland sirviendo cafés de comercio justo. Cayla Mackey se desplaza por Nashville ofreciendo sus exitosos tacos orgánicos*. Sin atascos, sin ruidos,* con la imaginación asida al manillar. De las populares porciones de pizza y los conos de helado a las fantasías culinarias más insospechadas. Y todo sin encender un motor, tan sólo con el apetito de unas piernas.
De Canadá a Brasil pasando por Reino Unido y, cómo no, Estados Unidos, donde el negocio florece gracias la tradición de la comida ambulante y una legislación favorable. “La street food puede ayudar a reinventar las ciudades y hacerlas más vivas, más sociales y más humanas. ¿Y qué puede haber mejor para ayudar a ello que apostar por las dos ruedas?”, reflexiona Fabio Gándara, uno de los promotores de StreetFoodMadrid, una joven asociación que busca dignificar la comida callejera en España. “Nos han llegado varias propuestas de bicicletas con licuadoras de zumos o para venta de productos de calidad en magníficas localizaciones”, explica, “porque no todo van a ser las típicas furgonetas”.
La legislación: la cuesta arriba más difícil
Pedalear sirviendo comida no es complicado y degustarla tampoco. Es un placer seguro (los requisitos de salubridad son los mismos que para cualquier otro vehículo) y divertido. Pero hay frenos que dificultan el camino: el principal, la legislación. En España, la regulación de la comida callejera depende de cada municipio y es muy exigente. Al contrario que en EE UU, en nuestro país la movilidad no es absoluta. La venta de comida ambulante está restringida a lugares y eventos determinados: mercadillos, ferias, fiestas populares o puestos aislados. Cocinar sobre ruedas de verdad está aún prohibido en España.
“Actualmente no hay una legislación concreta que cubra el movimiento street food ni una ley que la regule, pero creemos que eso cambiará en breve, dado el crecimiento masivo que está teniendo”, explica Linda Silva, que representa a la asociación Eat Street Barcelona. “La visión negativa de la venta ambulante está cambiando”, asegura, “hay gente haciendo grandes inversiones en este tipo de negocios y quiere una seguridad”. La comida callejera, esa de los barquillos dudosos y melones al peso, es ya cosa del pasado.
Desde StreetFoodMadrid pretenden acabar con la “inseguridad jurídica” que rodea este mundo. “Estamos desarrollando distintas opciones y propuestas para mejorar la situación legal de los profesionales”, dice Gándara, cuya organización ha lanzado un manifiesto para la creación de un marco legal que “reviva los espacios públicos” a través de la gastronomía. “Lo que quiere la gente es que aquello por lo que paga sea de calidad, llámalo venta ambulante, street food, restauración efímera o bar de la esquina. Y por eso la street food ha llegado para quedarse”, concluye Gándara.
¿Cómo montar un negocio de food bike?
El reinado de los clásicos food trucks está en entredicho. Su elevado precio unido a su rígida movilidad ha provocado que florezcan alternativas originales. Pero, ¿cómo aventurarse en el negocio del pedaleo y la comida callejera?
En primer lugar, es fundamental tener una idea madura del producto que quieres vender. La capacidad de almacenaje es limitada; además, tus potenciales clientes serán muy exigentes. Si te decides por los perritos calientes, trata de diferenciarte: haz como Keaton Tucker, un ciclista de Seattle que cocina sólo para veganos. Cocines lo que cocines, sé original, ya sea aderezando ensaladas o licuando zumos.
Otro factor importante es diseñar un mapa cabal del espacio que quieres abarcar. Recuerda: tus piernas son tu único motor. Los proyectos que tienen más éxito combinan el centro de las grandes urbes, allí donde los vehículos contaminantes no tienen permitido el acceso, con las pequeñas localidades. El radio de acción también variará si tu negocio es individual o por el contrario pretendes colonizar las calles con una flota de bicicletas.
Es muy importante elegir bien la máquina. Por poco dinero puedes encargar una bici a medida de tus necesidades (en Estados Unidos hay empresas como Icicle Tricycles que llevan años adaptando monturas a todos los gustos; en Inglaterra, Velopresso fabrica preciosas bicis-cafeteras por menos de 11.000 euros). De todas maneras, con ingenio, maña y tiempo también puedes construirte una.
Contacta con asociaciones que reivindican que otra comida callejera es posible. En España existen varias, como las mencionadas StreetFoodMadrid o Eat Food Barcelona. Ellos te informarán de cómo está actualmente la legislación y te darán buenos consejos sobre cómo iniciar tu negocio.
Por último, promociónate. Rose, Keaton, Cayla… Todos los bicicocineros tienen su página web informando de sus especialidades y filosofía. La comida y las bicis entran también por los ojos: haz que la gente se olvide de la herrumbre del afilador. Todo el mundo sabe ya que la bicicleta es saludable: ahora deben tener claro que también es apetitosa.
Las ventajas para el consumidor
1. El precio. La logística y la infraestructura de los restaurantes-bicis es mucho más económica que la de los food trucks. Esto repercute en el precio final para los clientes.
2. La movilidad. El tráfico rodado a motor en las ciudades está cada vez más restringido. Hay muchas calles donde una furgoneta no puede llegar. Nada más agradable y sorpresivo que poder degustar comida servida sin humos a la vuelta de la esquina.
3. La felicidad. A la gente le gusta la bici. A la gente le gusta comer (bien). Hay un componente intangible en este negocio. El picnic de siempre, mejorado.