¿Cuál es la calidad real del aire que respiramos? ¿Podemos confiar en lo que nos dicen las instituciones? ¿Es posible conocer, de primera mano, cuáles son los niveles de contaminación que inhalamos al pedalear, correr o simplemente pasear por nuestras ciudades?
Las preguntas están sobre la mesa y, afortunadamente, también algunos instrumentos para encontrar las respuestas. Eso le sucedió, por ejemplo, a la organización donostiarra ciclista Kalapie, que puso en marcha un ambicioso estudio sobre la calidad del aire en Donostia-San Sebastián que, por sus características, resultó perfectamente extrapolable a cualquier otra urbe del mundo.
El estudio de Kalapie se centró en esclarecer cómo afecta la polución de los vehículos motorizados a los ciclistas mientras estos se desplazan por la red de vías ciclistas (bidegorris) de la ciudad. Pero fue más allá: también se midieron los niveles de PM2,5 (partículas en suspensión de menos de 2,5 micras) en eventos concretos, como la noche de las hogueras de San Juan o la Semana de Fuegos Artificiales, así como las de situaciones anticiclónicas (cada vez más frecuentes), y la de los incendios forestales de Portugal, Galicia y Asturias, cuyos humos llegaron a detectarse a concentraciones muy elevadas en toda la ciudad.
Máquinas que respiran
La calidad del aire en España se viene analizando desde hace más de 40 años. La derogada Ley 38/1972 de Protección del Ambiente Atmosférico ya avisaba de la necesidad de establecer una red nacional de estaciones para la vigilancia y prevención de la contaminación atmosférica.
Actualmente, y en lo que a la calidad del aire se refiere, las ciudades deben cumplir el Real Decreto 102/2011, que traspone la legislación de la Unión Europea al derecho español. Desde entonces las redes de medida no han dejado de ampliarse, tanto en número de estaciones como en contaminantes analizados, siguiendo una normativa europea que aún está muy lejos de garantizar la salud de los ciudadanos.
Las redes de calidad del aire ambiente de España, gestionadas por las comunidades autónomas y, en algunos casos, por entidades locales, cuentan con más de 600 estaciones de medición fijas distribuidas por todo el país. Pero hay un problema: su evaluación de la calidad del aire se basa en modelos de simulación que, aunque más desarrollados, no suelen reflejar fielmente la realidad. No es su único inconveniente: las estaciones fijas no dan resultados en tiempo real, lo que resulta muy peligroso en el caso de contaminantes como el ozono. Cuando los niveles son alarmantes es necesario actuar con inmediatez, es cuestión de minutos, y no de días.
El veneno del tubo de escape
Hablemos claro: los vehículos motorizados constituyen el factor más determinante del deterioro de la calidad del aire en las ciudades. Y, aunque la Agencia Europea de Medio Ambiente ha manifestado que se han reducido las emisiones de diversas fuentes en el período 2002-2011, principalmente de dióxido de azufre (SO2), monóxido de carbono (CO), plomo y benceno, una parte importante de los ciudadanos europeos todavía está expuesta a concentraciones de óxidos de nitrógeno (NO2), ozono (O3) y partículas finas de diámetro menor de 2,5 µm (PM2,5), por encima de los valores guía de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Estos tres contaminantes son, de largo, los más dañinos para la salud. Y, además, existen notables diferencias entre los valores establecidos por la UE y la OMS. Las recomendaciones que hace esta última no son baladíes: la contaminación atmosférica genera a corto y largo plazo un aumento del riesgo de padecer enfermedades respiratorias agudas, como la neumonía, y crónicas, como el cáncer del pulmón, además de enfermedades cardiovasculares. Para colmo, hay grupos más vulnerables: los niños, los ancianos y las familias de pocos ingresos y con un acceso limitado a la asistencia médica.
Una situación alarmante… ante la que España no responde. El pasado enero Bruselas pidió explicaciones a nuestro país por su incumplimiento de la normativa europea de calidad del aire, fundamentalmente en Madrid y Barcelona. Pero no es sólo un problema de las grandes ciudades: según Ecologistas en Acción, el 94% de la población (cerca de 44 millones de personas, sin contar a los turistas) y el 90% del territorio del Estado español están expuestos a unos niveles de contaminación que superan ampliamente lo recomendado por la OMS.
Propósito de enmienda
En el caso de Donostia-San Sebastián, las conclusiones del estudio de Kalapie fueron claras: la concentración media anual de partículas PM2,5 en tiempo real está por debajo del valor límite de 25 μg/m3 establecido por la UE, pero en general es superior a los 10 μg/m3 recomendados por la OMS y los 12 μg/m3 de la legislación norteamericana. Las concentraciones superiores a los 25 μg/m3 se producen en momentos puntuales de tráfico intenso, que se diluyen fundamentalmente por efecto de la brisa marina.
La cosa se complica en situación anticiclónica, que se da en la Península Ibérica con mayor frecuencia de lo que la gente piensa y viene a durar varios días. Es entonces cuando los valores de PM2,5 se mantienen de continuo por encima de los 10 μg/m3 (noche y día). Una elevada concentración de partículas contaminantes que se dispara en determinadas celebraciones, como la noche de las hogueras de San Juan o la Semana de Fuegos Artificiales.
El estudio arrojó también una denuncia clara y contundente: el sistema actual de medición en estaciones fijas no recoge la verdadera situación en las ciudades, al no permitir conocer la concentración en tiempo real de las partículas tóxicas PM2,5. Por ello, sería de gran ayuda que las ciudades se dotarán de equipos móviles de pequeño tamaño, bajo precio y aceptable fiabilidad, que podrían ser usados por agentes como voluntarios, bomberos o policía, completando así el conocimiento en tiempo real de la calidad del aire de nuestras ciudades.
Appmósfera, Life+Respira…
El trabajo de Kalapie no es la única iniciativa de estas características en España. En 2016, la empresa malagueña Urban Clouds desarrolló y lanzó Appmósfera, un dispositivo de sólo 200 gramos de peso, construido en madera de caoba y un tamaño reducido que prácticamente cabe en una mano. “El problema de la calidad del aire nos afecta a todos, y todos tenemos que aportar nuestra parte de solución”, explica Daniel Caro, CEO de Urban Clouds. “Es paradójico”, asegura, “los ciclistas urbanos fomentamos el uso de la bici para luchar contra la contaminación y la respiramos constantemente”.
En colaboración con el Ayuntamiento de Málaga, los desarrolladores de Appmósfera se pusieron en contacto con un grupo de 30 voluntarios de todas las edades para que llevasen la máquina y elaborasen un mapa de la contaminación de la ciudad andaluza. El dispositivo es, desde luego, sorprendente: basta con dar unas cuantas pedaladas para, en tiempo real y con una sencillez sorprendente, conocer el aire que acabamos de respirar sobre nuestra bicicleta. También destacable es Life+Respira, un proyecto de la Universidad de Navarra que midió la contaminación en Pamplona entre los años 2014 y 2017. Más de 150 millones de mediciones, realizadas durante más de 20.000 trayectos y a lo largo de 54.000 kilómetros por toda la ciudad, arrojaron cifras altamente preocupantes, Por ejemplo, que circular en bicicleta por la calzada incrementa hasta un 40% la contaminación recibida, lo que supone hasta 120 ingresos hospitalarios al año.
A nivel europeo, las cifras son también para llevarse las manos a la cabeza. Según la Agencia Europea del Medio Ambiente, la contaminación del aire provoca 370.000 muertes prematuras al año en Europa. A ello hay que sumarle el coste económico de las diversas enfermedades asociadas a la exposición a este veneno, unos 400.000 millones de euros al año.
Mejorando la calidad del aire, además de obtener beneficios directos en la salud de los ciudadanos, contribuiremos también a disminuir la emisión de gases efecto invernadero y a atenuar los efectos del cambio climático. ¿Nos tomamos un respiro?