Cada obra de Edouard Martinet (Le Mains, 1963) es un universo. No sólo por el resultado final, sobrecogedor y plagado de detalles, sino por la cantidad de historias que encierran las materias primas con las que trabaja, todas ellas recicladas y ensambladas cuidadosamente pieza a pieza.
“Me encanta recorrer los mercados de pulgas”, cuenta Martinet. “Allí encuentro infinidad de objetos usados y compro los que, por su forma o color, me resultan visualmente interesantes. Me gusta que los objetos tengan un pasado y una segunda vida”.
“Me gusta que los objetos tengan un pasado y una segunda vida”
Esa segunda vida es muchas veces en forma de insecto, seres que han captado la atención de Martinet desde que era un niño. “Cuando tenía nueve años descubrí su mundo gracias a un profesor de primaria que también era entomólogo”, recuerda. “Años después comencé a esculpir en madera, cartón y plástico mientras estudiaba en la escuela de arte de París, con el objetivo de combinar mi pasión por los insectos con mi manera de entender el arte”.
El reciclaje, en todas sus vertientes, es parte esencial de la vida de Martinet, quien lo considera, más que una actitud cívica, una forma de arte en sí misma. “El reciclaje es una técnica con aplicaciones en la escultura, el diseño de muebles… Sí, constituye de por sí una forma de arte. No me gusta tirar las cosas, pues siempre se les puede dar una nueva salida”.
La belleza de lo viejo
Además de los insectos, las bicicletas juegan un papel esencial en la obra de Martinet. “Son una parte fundamental de mi inspiración. Incluso de mi vida, pues mi bisabuelo fabricaba y vendía bicicletas. Siempre me pareció un objeto hermoso, y desde el punto de vista práctico las piezas de bicicleta son perfectas para dar forma a mis insectos: de alguna manera, es como si las bicicletas hubieran sido diseñadas por personas inspiradas en la naturaleza”.
Ninguna de las criaturas de Martinet están soldadas, sino que las piezas se ensamblan entre sí.
Buena parte del mérito de Martinet radica en que ninguna de esas piezas son soldadas, sino que se ensamblan entre sí sin alteración alguna. “Es una de las partes más complejas: encontrar piezas que encajen a la perfección y basten un tornillo o una tuerca para unirlas. El objetivo es conseguir que la criatura dé la sensación de estar viva”.
A sus 52 años, Edouard sigue disfrutando . “Todas y cada una de las fases me resultan hermosas: desde buscar y encontrar la pieza perfecta hasta el resultado final. Cuando termino me siento feliz, y siempre tengo ganas de volver a empezar de nuevo”.