Hamburgo, 21 de junio de 1988. Holanda y la selección local, Alemania Federal, se enfrentan en las semifinales de la Eurocopa de fútbol. De pronto, desde las gradas de los aficionados holandeses, se oye un cántico que sorprende a los asistentes… ‘¡Devolvednos nuestras bicicletas!’
Lo que podía entenderse como un chascarrillo futbolero, fruto de la rivalidad deportiva, hacía referencia a un episodio histórico real. En 1940, la Alemania nazi invadía los Países Bajos tras una batalla de una semana. El gobierno neerlandés se rendía tras el bombardeo y la completa destrucción de Rotterdam, comenzando una ocupación que duraría cinco años, hasta el final de la contienda.
Un préstamo que no lo fue
Con una producción anual de bicicletas que, en 1940, rondaba las 471.000 unidades, los nazis lo vieron claro: aquellas máquinas holandesas que poblaban las calles de Amsterdam, Utrecht o la propia Rotterdam podían ser muy útiles para el frente. Por eso, el nuevo y colaboracionista gobierno holandés pidió a los propietarios de bicicletas que las llevaran a las estaciones de tren para entregárselas a las fuerzas armadas alemanas, bajo pena de graves castigos para aquellos que no obedecieran. La operación se vendió como un préstamo a las fuerzas invasoras, pero las bicicletas nunca fueron devueltas a sus dueños.
En Alemania se hizo célebre el eslogan bélico “Raeder muessen rollen fuer den Sieg” (las ruedas deben girar para la victoria)
Aunque no jugaron un papel tan decisivo como en la primera Guerra Mundial, en parte por la introducción masiva de las motocicletas, las bicicletas también fueron en este conflicto un arma de primer orden. Se utilizaban en la retaguardia, fundamentalmente en labores de espionaje o correo, pero también en el frente, sobre todo debido a la escasez de combustible durante los últimos años de la contienda, así como en el transporte de armas y municiones. La alemana NSU Wehr Sport o las BSA británicas se convirtieron en habituales: las unidades paracaidistas se lanzaban al vacío con modelos plegables y, como es lógico, las máquinas incautadas en Holanda fueron de gran ayuda para las tropas de Hitler. No en vano, en esa época (en concreto en 1942) se hizo célebre en Alemania el eslogan bélico “Raeder muessen rollen fuer den Sieg” (las ruedas deben girar para la victoria).
Duro golpe
La confiscación de miles de bicis tuvo consecuencias para la vida de los civiles holandeses, ya castigados por cruentos bombarderos y demás avatares bélicos. Para muchas familias la bicicleta era su único medio de transporte: una parte fundamental de su economía y su principal modo de subsistencia.
Para muchas familias la bicicleta era su único medio de transporte
Eran días de pánico y propaganda cruzada. El 5 de septiembre de 1944 se produjo el llamado martes loco, el Dolle Dinsdag: la BBC anunció que las fuerzas aliadas habían cruzado la frontera holandesa, lo que causó un pánico general entre los alemanes y los colaboradores locales, que se apoderaron de todos los vehículos que encontraron a su paso para huir. Pasados unos días la mayoría regresó, y el siguiente invierno los ciudadanos se enfrentaron a la célebre Hongerwinter, la hambruna holandesa, que mató al menos a 20.000 personas.
El paso del tiempo y la infinita cantidad de atrocidades nazis sepultaron el robo de la bicicletas, hasta transformarlo, con el paso de los años, en algo anecdótico e incluso risible para los propios holandeses. Cuando en 1965 se anunció que la princesa de Holanda iba a casarse con un alemán, Claus von Amsberg, muchos de sus súbditos salieron a la calle con pancartas donde decía “Eerst mijn fiets terug”, o lo que es lo mismo, primero queremos nuestra bicicleta de vuelta.
¿Y el fútbol? La afrenta bélica fue vengada por los holandeses: liderados por estrellas como Van Basten, Gullit o Koeman, los holandeses ganaron esa semifinal a Alemania por 2 goles a 1, y terminó llevándose el título (el único gran título de su historia) tras batir, en la final, a otro gran protagonista de la II Guerra Mundial: la URSS.
El soldado alemán que quiso hacer justicia
Toda guerra encierra millones de increíbles historias, muchas de las cuales salen a la luz muchos años después. En 2009, el diario holandés Nederlands Dagblad informó de que un ex soldado alemán reconocía haber robado una bicicleta en la ciudad de Nijkerk, durante la liberación del país. Arrepentido de su actitud, estaba dispuesto a pagar por ella: realizó una donación a la iglesia local para que ésta buscara a los dueños de la bici o, en su defecto, a sus herederos. Éstos nunca aparecieron, por lo que el dinero fue destinado a obras de caridad.