Ciclosfera #9

Máquinas de paz en días de guerra

Un soldado alemán pedalea sobre una improvisada bicicleta estática, insuflando energía al generador que alumbra las trincheras. En otra imagen, bersaglieris desfilan sobre sus monturas de hierro entre las brumas en paralelo a la orilla de un río. Durante la Primera Guerra Mundial, que comenzó hace cien años, la bicicleta era un transporte esencial.

Eran otros tiempos: los motores de los coches eran muy poco fiables, el caballo decaía como arma de guerra y hacer viajar la información entre el frente y la retaguardia era un reto para valientes. Por eso, la bicicleta vivió una época dorada: era un medio barato y rápido de movilizar tropas, hacer llegar el correo, salvar los accidentes del terreno… y hasta sostener telescopios.

El uso de la bicicleta en teatros bélicos es anterior a la Gran Guerra. Casi medio siglo antes ya había sido probada en la guerra franco-prusiana (1870), aunque no fue hasta 1899, en la segunda guerra Anglo-Bóer, cuando su uso se generalizó para el transporte de material o la vigilancia de las vías del ferrocarril. Un estreno prometedor para una industria ávida de nuevas máquinas y técnicas.

Francia introdujo la bicicleta en el Ejército en 1887, e Inglaterra y Alemania no tardaron en hacer lo mismo

En el s.XIX surgieron también los primeros batallones ciclistas. Francia introdujo la bicicleta en el Ejército en 1887, e Inglaterra y Alemania no tardaron en hacer lo mismo. Al impulso militar le acompañaron los progresos técnicos: la bicicleta fue un laboratorio sobre dos ruedas, donde los prototipos oscilaban entre la dudosa sofisticación (bicis con armas incorporadas) y las ingeniosas soluciones que vencieron al tiempo (la bici plegable).

La bicicleta sobrevivió a la Gran Guerra, aunque poco a poco fueron sustituidas por regimientos motorizados. A pesar de su lenta agonía, durante la Segunda Guerra Mundial las bicicletas, perfeccionadas y más ligeras, desempeñaron un papel importante, sobrevivieron durante todo el siglo e, incluso, más allá: el último batallón en desaparecer fue el suizo a principios del s.XXI.

La primera bici plegable, usada durante la Gran Guerra, es la abuela de las actuales

El legado de aquellas bicicletas sobrevive, pese a los contratiempos, en algunos de los diseños actuales. La primera bici plegable fabricada en serie, ampliamente usada durante la Gran Guerra, es la abuela de muchas de las actuales. Y el modelo diseñado por Bianchi en 1912 para las tropas italianas, que incluía suspensión trasera, es un antepasado más que honroso de las mountain bike de hoy.

Del frente a la retaguardia

Nadie sabe con exactitud cuántas bicicletas se usaron durante la contienda, pero los especialistas hablan de cientos de miles. Una cifra extraordinaria, más todavía teniendo en cuenta la escasa presencia numérica de tecnologías militares de vanguardia –como aviones o carros de combate– que sí perviven en el imaginario del aquella guerra.

El uso de la bicicleta en el frente –frentes inmóviles, donde la desorientación y el cansancio por hastío eran frecuentes– fue muy variado. Era un medio ligero, rápido y sobre todo silencioso. Jim Fitzpatrick, autor de una documentada historia militar de la bici, relata cómo un grupo de soldados ciclistas aliados abatieron a dos mensajeros germanos que circulaban en moto. La ventaja del silencio.

Nadie sabe cuántas bicicletas se usaron durante la contienda, pero los especialistas hablan de cientos de miles

La bicicleta fue un objeto omnipresente. En batallas célebres, como en Galípoli, pero también en la retaguardia, donde la población, que malvivía en plena economía de guerra, no solo sufría el desabastecimiento de alimentos sino también de combustibles. Además, la bici constituyó un reclamo para el reclutamiento, sobre todo tras las primeras matanzas. “¿Eres aficionado a montar en bicicleta? ¿Por qué no pedalear para el rey? Se buscan reclutas. Incluye bicicleta”, rezaba un cartel británico de la época.

Una industria feroz y competitiva

En los 30 años anteriores al estallido de la guerra, un conflicto en el que murieron 10 millones de personas, la bicicleta saltó de invento extravagante a medio cotidiano entre los obreros de las ciudades y los habitantes del campo. También para los militares. En 1908, un capitán británico alababa con detalle en un documento oficial la “potencia de la bicicleta como factor estratégico y táctico”.

El papel de los batallones ciclistas cambió con el transcurso de la contienda. Durante los primeros meses, la guerra de movimientos facilitó su trabajo (el primer soldado británico muerto fue un explorador ciclista, el 21 de agosto de 1914), pero cuando las líneas se convirtieron en frentes estáticos y la guerra de posiciones tomo el relevo, los cuerpos de ciclistas tuvieron que resignarse a funciones de mera infantería.

El primer soldado británico muerto fue un explorador ciclista

La Gran Guerra se decidió en las trincheras, en el aire, en el mar y en los periódicos. Fue una guerra total. Pero también –y las cancillerías de los Estados lo sabían– el papel de la tecnología y del comercio fue un asunto vital para lograr la victoria. Reino Unido y Alemania se disputaban entonces la supremacía en el mercado mundial en general, y en el de la producción de bicicletas en particular.

Dinamarca, Japón, Argentina… El comercio de bicis era global. Ambas potencias económicas vendían sus manufacturas a tres continentes. Por supuesto, los británicos pensaban que sus bicicletas eran las mejores, y los alemanes lo contrario. Una refriega más, la de la propaganda, que infectó el espíritu de la época. Ni la bici, objeto humilde e incruento como nunca lo sería un tanque, estuvo a salvo de ella.

La última voluntad del soldado

La bicicleta fue una fuente indirecta de anécdotas de guerra. Hubo soldados que murieron sobre ellas y soldados que mataron subidos en uno de aquellos sillines, duros como lápidas. Muchos, además, se salvaron gracias a la rapidez de las ambulancias-bicicleta, especie de tándems en paralelo donde se insertaba una camilla para los heridos.

No tenemos acceso a la mente de los soldados, pero sí a sus cartas, que les sobrevivieron. Una entre cientos de miles fue la de Joseph Ditchburn, británico del segundo batallón de Durham. Era agosto de 1914 y la contienda acaba de comenzar. Ditchburn escribía a su madre para decirle que pronto entraría en combate. Lo hizo, y muy poco después murió. Entre sus últimas voluntades estaba el deseo de que arreglaran su bicicleta: “Es una máquina muy buena y lo vale”.

LAS BICIS DEL OCTUBRE ROJO

En 1917, un año antes de que acabase la Gran Guerra, Rusia vivió su propia convulsión interna: diez días que conmovieron al mundo y en los que tomó parte activa un batallón ciclista que defendía el Gobierno provisional de la amenaza bolchevique. Durante el asalto al Palacio de Invierno de San Petersburgo, los partidarios de Lenin y Trotsky se toparon con una resistencia variopinta. Entre los opositores, además de un batallón de mujeres, el citado grupo de soldados ciclistas, que tras los primeros titubeos, desertaron y se pasaron a las fuerzas rojas. La Revolución de Octubre comenzaba a triunfar.