Me preguntan que cómo sobrevivo a ser ciclista urbano, y contesto que no podría sobrevivir sin moverme en bicicleta. No podría enterrarme a diario en un vagón de oscuridad y tristeza, y se me escaparía la vida intercambiando autobuses. Del coche, ni hablamos: cada atasco sería una puñalada mortal; cada pitido, una pelea.
En bici no sobrevivo: vivo. Es mi antidepresivo, quien espanta mis frustraciones y penas, donde el aire llena de felicidad mi pecho y disfruto de mi cuerpo y el sol. En bici vuelvo a ser niño, y es en bici donde soy más adulto que nunca. Y jamás pedaleo solo, porque somos muchos los que sentimos lo mismo y quizá así, entre todos, cambiemos también el destino.