Es evidente, al menos para quien escribe, que el ciclismo urbano ha crecido en España en los últimos años. Lo que ya no resulta tan evidente es la causa de este crecimiento: bien pudiera deberse a la crisis económica, que haya despertado la necesidad de movernos por la ciudad de un modo menos costoso que mediante el uso del transporte público o del privado por antonomasia: el coche particular. O bien a que haya personas que deseen cambiar su modo de vida a uno más activo y menos sedentario. O, quizás, se trate de una moda. Asimismo, es cierto que los beneficios de este medio de transporte urbano, tanto por sí mismo como en comparación con otros, son extensos. Podemos sintetizarlos en: medioambientales, económicos y de salud.
A pesar de todo ello, aquél que deambula por las calles de las ciudades españolas en bicicleta es una rara avis. Y más extraño resulta cuando la tradición ciclista deportiva de España es larga, los campeones de esta modalidad, numerosos, y quienes la practican, incontables, como lo pone de manifiesto la Encuesta de Hábitos Deportivos en España 2015 del Consejo Superior de Deportes, pues es una de las disciplinas con mayor número de practicantes.
Los ciclistas no sabemos a ciencia cierta cuál es nuestro lugar
Entonces, ¿por qué el ciclismo urbano es tan reducido? ¿Por qué las bicicletas no han colonizado nuestras ciudades? ¿Qué hace que haya pocas bicicletas en las calles? En mi opinión la respuesta es el miedo, que hace que ir en bicicleta por una ciudad se perciba como peligroso. ¿Y de dónde surge este miedo? De un respeto insuficiente entre los diferentes papeles que un ciudadano desempeña en la vía pública y de su lugar en la misma. Al salir de casa, si lo hacemos en vehículo somos conductores: actuamos como tales, y nuestro lugar es la calzada. Al salir de casa, si lo hacemos a pie, somos peatones. Actuamos como tales, y nuestro espacio son las aceras. Al salir de casa, si lo hacemos montados en nuestra bicicleta somos ciclistas: actuamos como tales, y no sabemos a ciencia cierta cuál es nuestro lugar.
¿Hemos de circular por la calzada o por la acera? ¿Qué hacemos entonces? En multitud de ocasiones, lo que mejor nos parece y no siempre respetando a otros usuarios de la vía pública. Curiosamente, respeto que les reclamamos continuamente para nosotros, sin dárselo a ellos. Creo que la bici puede tener su espacio sobre las aceras y en las calzadas; para lo cual sería suficiente con actuar con respeto y sentido común. Es obvio que no podemos ir a 25 o más km/h por la acera, ni saltarnos los semáforos cuando rodamos por la calzada, adelantando entre los vehículos detenidos y que ya nos sobrepasaron (en la inmensa mayoría de las ocasiones, respetándonos y separándose de nosotros más de 1,5 metros).
Con respeto y sentido común, podemos convivir
Con respeto y sentido común, podemos convivir y beneficiarnos mutuamente de lo que cada tipo de usuario puede aportar a los otros. En vez de ello, muchas veces lo que hacemos es enfrentarnos. Son muchos los artículos, los reportajes y las conversaciones en los que queda de manifiesto la guerra coche vs bici / bici vs peatón. Y en los que se usa ese vocablo: guerra. ¿A quién no le da miedo una guerra?
La necesaria educación vial
Y si en vez de pelearnos, conviviésemos, ¿qué pasaría? Supongo que lo que pasa en otros países del entorno (como por ejemplo Holanda o Bélgica). Que el ciclismo urbano sería mayor, mucho mayor, beneficiándonos todos de las aportaciones positivas que conllevaría para la ciudad y sus habitantes, comenzando por la mejora del medio ambiente y la reducción de la contaminación, y siguiendo por la mejora de la salud, tanto pública como individual. A ello contribuiría en gran medida la educación vial, haciendo que circular por las calles, ya sea como peatón, como ciclista o como conductor, fuese más fácil y seguro. Supongo que la escuela sería el marco apropiado para comenzar dicha educación.
Así pues, conviviendo, el miedo se reduciría y el uso de la bicicleta aumentaría. Aparejado se produciría un incremento y una mejora de la planificación urbanística, con lo que el miedo se reduciría nuevamente y se reiniciaría el círculo, en un proceso continuo de retroalimentación: menos miedo, más uso, mejor planificación, menos miedo.
La planificación urbanística no consideró la bicicleta como medio de transporte urbano
Aquí hemos encontrado la otra piedra angular del asunto: la planificación urbanística. Reconozco que tal planificación no debe de ser sencilla. Todo lo contrario, y menos aún cuando ha de adaptarse el resultado de una planificación que, en el momento de su diseño y ejecución, no consideró la bicicleta como medio de transporte urbano.
El papel de esta planificación es fundamental para el crecimiento del ciclismo urbano, pues dotaría a las ciudades de la infraestructura y elementos necesarios (como carriles bici, aparcamientos, sistemas de préstamo de bicis, etc.) para el desarrollo del ciclismo urbano, de modo análogo a lo ocurrido con la natación. De acuerdo con el Consejo General de Deportes, el ciclismo y la natación son dos deportes que presentan prácticas similares, siendo inmensa mayoría sus practicantes populares y recreativos, en comparación con los federados.
De este modo, siguiendo con el ejemplo de la natación, su crecimiento hasta ser el segundo deporte más practicado en España está relacionado con el incremento del número de instalaciones apropiadas, es decir, infraestructura. Ello permite deducir que en materia de ciclismo urbano, que no deja de ser una modalidad más del ciclismo, se producirá un efecto semejante si nos dotamos de las infraestructuras oportunas.
Y no es imposible hacerlo ni somos incapaces de ello: en el medio rural ya se ha planificado considerando las necesidades de la bicicleta, y de tal manera que esa planificación es merecedora de premios a nivel internacional, como muestran las conocidas “Vías verdes”. Falta la voluntad o, tal vez, la demanda por parte de la ciudadanía a este respecto.
Es necesaria una estrategia que articule, potencie y coordine todas las actuaciones necesarias
Todo ello, dentro del marco de una estrategia global a nivel nacional que articule, potencie y coordine todas las actuaciones necesarias, incluyendo las que ya se están llevando a cabo desde las diversas esferas administrativas. Un punto de partida para todo ello puede ser el Plan Estratégico Estatal propuesto por la Mesa Española de la Bicicleta.
En ello hemos de involucrarnos todos los ciudadanos, empezando por nosotros mismos: los ciclistas urbanos.