Es miércoles por la tarde y estoy expectante por ver con quién me encuentro al otro lado de la pantalla. Durante semanas he indagado en su obra, y el aire de misterio que la envuelve me hace pensar en que entrevistaré a una especie de Banksy, a un oscuro e irreconocible rostro de distorsionada voz. Pero no. Eddie Colla no es así. Es cierto que no se deja ver en la web y las redes sociales, pero ante mí se muestra como alguien real, muy real y, por cierto, encantador.
Lo que quiero
Colla nació en New Jersey hace unos cincuenta años. Ahora vive en Oakland, soltero y sin hijos, pero con novia. Estudió arte y cine y, hace tres décadas, empezó a trabajar como fotoperiodista en Nueva York. "Fue muy divertido", recuerda, "porque hacía reportajes de todo tipo, desde un evento cultural a una manifestación. Nueva York era más inestable, barata y divertida que ahora, y yo vivía bastante bien. Pero entre 2005 y 2007, cuando tenía unos 35 años, me aburrí. Me sentí vacío. Me dirigían, me mandaban lo que tenía que hacer, y eso nunca me gustó demasiado. Así que, como me encantaba la serigrafía, empecé a diseñar y vender mis propias camisetas, y vi que eso me hacía más feliz. Hacia lo que me daba la gana, solo estaba comprometido conmigo mismo… Y eso era lo que quería".
Así se escribe la historia: los amigos de Eddie empezaron a comprarle camisetas, las usaban y aquellos con los que se cruzaban empezaron a comprarlas también. "Las camisetas me permitieron ganarme la vida", cuenta Colla todavía sorprendido, "y empecé a hacer también street art. Es barato, me encantaba… Todo se unió. Me gusta pintar en la calle, en espacios públicos, porque la gente que entra en una galería o un museo sabe lo que va a ver. Pero, cuando recorres el camino a tu casa, el mismo camino de todos los días, y de repente te encuentras en la pared con algo que no estaba… Nace la sorpresa. La magia. La de estar, frente a frente, con algo que desconoces, que no sabes quién lo ha hecho ni por qué se encuentra ahí".
"'Bike Girl' nació en 2008, como una de esas muchas cosas que uno no puede explicar de forma racional o consciente"
Ese algo, ese alguien es, muchas veces, Bike Girl. En las calles de París y Londres, Bangkok, Hong Kong, Playa del Carmen, Hawaii o Shenzhen. "Bike Girl nació en 2008", cuenta su creador, "como una de esas muchas cosas que uno no puede explicar de una forma racional o consciente. Porque cuando creas un personaje, y eso es lo que yo hago en mis obras, pasas mucho tiempo pensando en ellos. Lo que empieza a ser un apunte, un boceto, termina casi convirtiéndose en un amigo real. Ella nace en Hong Kong como un fruto de su entorno, por el mundo en que vivimos. Me imaginé a una chica joven, con problemas inmunológicos, tremendamente frágil al exterior. Hace casi quince años, cuando empecé a pintarla, ni tú ni yo ni casi nadie se preocupaba por lo que pasaba a nuestro alrededor. Sí, podíamos coger frío, tener alguna enfermedad, pero no pensábamos que nuestro entorno y, en particular, la gente, fuese una amenaza. Pero eso era lo que le pasaba a Bike Girl: para ella, la gente es el peligro. Y vive precisamente en Hong Kong, una de las ciudades más pobladas del planeta. Por eso siempre está sola". Y así la vemos: sola, inquieta, atrapada en una pared de la que, en cualquier momento, en cuanto la descubramos, sin duda intentará escapar.
La enfermedad del mundo
"Antes de Bike Girl tenía otra obra recurrente, y que me sirvió de inspiración", cuenta Eddie, Goldfish Market. En Hong Kong hay un lugar insólito, Goldfish Market, donde se venden miles de carpines dorados. La historia de ese pez es increíble: es doméstico porque es una especie irreal, creada por los humanos hace casi dos mil años en China. Juntaron y seleccionaron carpas mutantes y hoy siguen explotándolas, hasta el punto de llenar un mercado callejero con peces encerrados en diminutas bolsas de plástico. Sí, los hombres que crearon esa especie, y los que las siguen vendiendo y comprando, hicieron las cosas mal. Hacen algo malo. Y el mundo, la naturaleza, la enfermedad del mundo, se materializo ahí. Bike Girl es fruto de esa enfermedad del mundo. Es su víctima. Todos lo somos. Pero, al mismo tiempo, nos obstinamos en luchar, en navegar frente a esa enfermedad. La gente se empeña y logra encontrar la manera de vivir y de flotar. Y eso hace Bike Girl que, además, tiene una bicicleta con la que alejarse, con la que mantener una distancia social de seguridad. Con la que huir y, al mismo tiempo, encontrar la libertad".
"Bike Girl es fruto de esa enfermedad del mundo", dice su creador. "Es su víctima. Todos lo somos. Pero, al mismo tiempo, nos obstinamos en luchar, en navegar frente a esa enfermedad"
¿Cuántas Bike Girls hay en el mundo? "Cientos", contesta sin dudarlo su creador. "Durante los últimos años, antes de la pandemia, me hice el propósito de pintar una Bike Girl en cada lugar que pisara. Y así fue: en todas las ciudades que visito dejo una Bike Girl. Es una plantilla muy fácil de reproducir y, aunque tenga muchas obras, creo que analizadas de manera individual esta es la más importante".
¿Por qué street art?
"Cada vez que piso una nueva ciudad", cuenta Eddie, "salgo a pasear. Y, andando, voy dándole vueltas en la cabeza a mis cosas. A veces, elijo donde pintar por la luz del lugar. O porque en esa plaza hay siempre mucha gente, y sé que tendré asegurado un público. Entrar a los museos es caro, las exposiciones no son para todo el mundo, y existe una frontera entre la gente y el arte. Al estar tu arte en la calle… Lo unes a la gente. El entorno es parte de tu obra, y viceversa. En el museo, el arte dura para siempre: en la calle, tu obra estará un día. Pero habrá otro día en el que deje de estar ahí. Justo lo mismo que le pasa, que nos pasa, a las personas que estamos mirando".
"Antes de pintar algo le doy muchas vueltas. El proceso empieza de cualquier forma: por la letra de una canción, la escena de una película… O la memoria. Porque la memoria se divide en dos: las cosas que queremos olvidar y las que, incluso después de décadas, nos siguen interesando. Las que queremos volver a revivir, que no nos cansan, que no resolvimos en su momento y que nos siguen revolviendo por dentro. Sea lo que sea, cuando tengo decidido qué pintar me pongo con ello lo antes posible, y no me detengo hasta que esté terminado".
El mundo de Eddie
"Hasta los cuarenta no empecé a viajar. Fue en 2013, cuando me separé de una novia, cuando decidí pararlo todo y viajar, a veces solo y otras con amigos. Recuerdo, en especial, mi primer viaje a París. Fueron unos tres meses, contacté antes con artistas locales, alquilé un apartamento y le dije a mi gente que ahí iba a estar, que vinieran cuando quisieran a verme. Y así fueron llegando uno, dos… Me encantaba. No era el simple hecho de descubrir París viviendo en ella, sino encima poder hacerlo con amigos, compartiéndolo. Por cierto, también visité España: Barcelona, Valencia, el sur… A Madrid no fui. Pero me encantó tu país".
"Me encanta, por encima de todo, Asia. Amo el contraste, lo distinta que es de EE UU. Cuando volví a Estados Unidos, después de recorrer lugares como Camboya… Para mí, el problema de vivir en EE UU es que, en general, pronto todo me resulta demasiado familiar. Todo se convierte en previsible, sientes que tienes todo bajo control y eso, para un artista, es terrible. Sin embargo, llegar a Asia, absorberlo todo, no saber lo que puede ocurrir a la vuelta de la esquina… Es muy inspirador".