Parecía una idea perfecta. La firma automovilística Nissan decidió apostar por una original campaña publicitaria consistente en decorar, con una estética propia del grafitti, varios cierres de comercios del barrio madrileño de Malasaña con la imagen de uno de sus coches. Craso error. A los pocos días, las obras habían sido vandalizadas. Sobre el dibujo de un flamante Nissan, un grupo de activistas había pintado bicicletas junto a eslóganes como “Hate all cars”.
Pasó hace ya ocho años, pero se repite constantemente en todos los rincones del planeta. Desde Brasil, donde los activistas también pintan bicicletas en los coches que aparcan irregularmente en los carriles bici, hasta Italia, donde aprovecharon la oscuridad de la noche para marcar, con sus propia pintura, el carril bici que el Ayuntamiento prometió y no llegaba.
Pero el cicloactivismo no es sólo cuestión de spray, ni tiene que ver necesariamente con la nocturnidad o las acciones anónimas impactantes. Cicloactivismo, cicloactivista, es quien organiza o participa en una Masa Crítica. Quien imparte una charla sobre el papel de la bicicleta en la emancipación de la mujer. O quien presiona a las administraciones públicas, al poder, para que atiendan las demandas de los colectivos ciclistas.
Son cicloactivistas quienes utilizan las redes sociales para visibilizar una causa. Quienes organizan, reúnen, apoyan o publican y leen una revista como Ciclosfera. De hecho, yendo un poquito más allá… ¿No es usar la bicicleta, en sí misma, una forma de activismo?
El proceso natural
“Creo que el cicloactivismo es, en realidad, el deseo de contagiar a los demás la alegría que sentimos al desplazarnos cada día en bicicleta”. Quien así opina es Juanítez G. Alberdi, autor de las tiras cómicas de El Gato Peraltez y autor del libro Manual ilustrado del Ciclista Urbano. ¿Un activista de papel? Sí, y del día a día, implicándose en casi cualquier iniciativa que sirva para que más gente se mueva en bicicleta. “Nadie decide de la noche a la mañana convertirse en activista”, explica, “sino que es un proceso natural. Creo que, en mayor o menor medida, muchos acabamos involucrándonos por inercia”.
Parece claro que tal compromiso con la causa es pues, ante todo, una cuestión de necesidad. Una llamada interior, el momento en el que uno toma conciencia de una situación de desequilibrio o injusticia y decide actuar. “La inmensa mayoría de la ciudadanía vive de espaldas a la bicicleta, ignorando sus ventajas como medio de transporte”, apunta Juanitez. “Aún queda mucho trabajo por hacer para arrancar estereotipos: la bici como instrumento de ocio y deporte, o como símbolo de pobreza asociado a una ideología de izquierdas”. Estereotipos. Ideas. El activismo, en este caso el biciactivismo, como una forma de militancia… ideológica.
Todo suma. Para el creador de El Gato Peraltez, “cualquier medio que utilicemos es un instrumento. Publicaciones, documentales, programas de radio, asociaciones que organizan actividades… ¿Sabes lo mejor? Ni siquiera hace falta militar en un colectivo para ser cicloactivista. Cualquiera, en su centro de trabajo, en su universidad o colegio o incluso en su entorno más cercano, entre familiares y amigos, puede realizar esa tarea con un poco de voluntad y un mucho de paciencia”.
Mojarse no es una opción
Carlos Rodríguez es un tipo afable, con una educación y simpatía que le convierten en una persona dulce, encantadora. Pero Rodríguez, cuando toca hablar, pensar, actuar con bicis, se transforma. Impulsor en España de 30 Días en Bici, iniciativa premiada que lucha por fomentar el ciclismo urbano, Rodriguez está convencido de que ser un activista probici “no supone nada distinto a serlo en cualquier otro campo de lo social, ecológico o incluso político”. Para él, ser activista “es actuar, hacer cosas, mojarse. Es lo contrario de algo que abunda: el quietismo”.
Para Rodríguez, y dado el panorama actual de fuerzas contrarias e incluso hostiles a la movilidad ciclista, es fundamental unirse y hacer lobby. “Hay que encararse con fuerzas muy poderosas, y para contrarrestarlas hay que sumar todo el talento, la creatividad y la capacidad de trabajo que podamos. Es esperanzador ver cómo empiezan a surgir colectivos probici que, huyendo de cierto estilo trasnochado de activismo anclado en la protesta, generan proyectos e iniciativas que enriquecen el panorama de forma propositiva. Es lo que necesita el movimiento ciclista: salir de la cueva, e inundar de cultura ciclista las ciudades”.
Isabel Ramis, autora del blog Muévete en bici por Madrid, reivindica la amplitud del término. “Ser cicloactivista va más allá del moverse en bici y dar ejemplo”, opina. “Consiste en reivindicar la bici como medio de transporte difundiendo sus ventajas frente a otros medios. Me da rabia que el término activismo se relacione con la ilegalidad, la provocación, o los que hacen ruido para molestar. Para mí es moverse para cambiar la situación”.
Una forma de vida
Andrea María Navarrete, del colectivo colombiano Mujeres Bicibles, va un paso más allá: viaja, vive, allá donde la inviten a hablar de bicicletas. “Para mí, el cicloactivismo es una forma de vida”, dice tajante. “En general, el activismo es una suerte de motor ideológico que hace que nuestro cuerpo, que es también lenguaje y territorio, se movilice hacia una manera de habitar el mundo”.
Según Navarrete, “cada ser humano debe preguntarse sobre el espacio que habita, para luego decidir si se siente cómodo o si, al contrario, puede transformar esa realidad. Tiene que ver con el dolor: si nos duele la desigualdad, si nos duele el otro o la otra, si nos duele gozar de unos privilegios y de otros no, debemos movilizarnos. La bicicleta, además de los beneficios que conocemos, es también un vehículo de acceso y conquistas. Una forma de habitar un territorio. Y, por supuesto, un arma de resistencia frente a unas formas salvajes que no han funcionado para vivir en sociedad”.
Furiosos ciclistas
En Latinoamérica, la movilización de colectivos como Mujeres Bicibles ha cosechado frutos. “Nos hemos organizado, y seguimos haciéndolo”, explica Navarrete. En su caso, generando redes para subir a más mujeres a la bicicleta y pensar las ciudades con perspectiva de género. En el de otros, organizándose (la organización es clave en el cicloactivismo) de manera horizontal para hacer más bicible Chile. “No conocemos jerarquías”, nos dicen desde Furiosos Ciclistas, “sino que formamos grupos de trabajo independientes que apuntan a una tarea o área específica”, explican. “Nos reunimos en asambleas para acordar temas en común, coordinar actividades, destinar recursos y colaborar mutuamente con acción e ideas”. ¿El resultado? Ojo: en su caso, más de 80.000 personas repartidas por todo el mundo con el mismo objetivo, fomentar la bicicleta.
“Aunque la presión directa a las administraciones públicas juega un papel importante”, aseguran los Furiosos Ciclistas, “no es algo determinante. Nuestra misión es hacer del ciclismo una actividad digna de ser tomada en cuenta por la mayor cantidad posible de personas y, sobre todo, mostrarla como una opción de transporte válida y conveniente”. Mauro Mesa, líder de SiClas, el principal colectivo ciclista de Medellín (Colombia) y uno de los movimientos ciclistas más fascinantes del mundo, sí se enfrenta a las autoridades. “Hemos dialogado en mesas institucionales con mucha formalidad”, recuerda, “expresando claramente que las cosas no están bien. Hemos pedido, solicitado, rogado participar en el cambio. ¡Pero no nos atienden!”, lamenta. “Al final, terminamos exasperándonos. Las marcas de bicicletas tampoco nos apoyan, la prensa hace lo que le da la gana… Nos queda el activismo. Lo que ellos ven como una crítica es, para nosotros, una simple llamada de atención”.
Como Mesa contaba personalmente a nuestro director, “a los políticos se les olvida que también son ciudadanos. Que el riesgo de ser atropellados, de respirar este aire contaminado, también lo corren ellos y sus hijos. La presión económica, el poder de las inmobiliarias y la industria del automóvil, han terminado construyendo un modelo de ciudad invivible. La economía es más importante que el bienestar general. Y el activismo ciclista está ahí, también, para señalarlo”.
Cuestión de género
Más allá de acciones concretas, Andrea María Navarrete y sus Mujeres Bicibles ponen el foco en las distintas formas de violencia que sufren las mujeres que se mueven en bici, caminan o usan el transporte público. Algo que experimentan todos los días, según denuncia: “Ya no tenemos vergüenza de decir que nos acosaron, que nos violaron, y apuntar con el dedo a los violentos. Más allá de denunciar, algo necesario para reconocerlo como un problema estructural, también generamos redes de apoyo. Nos estamos encontrando y uniendo, transformando realidades”.
Una lucha con aliadas a este lado del océano. Con el colectivo zaragozano Bielas Salvajes, por ejemplo, desde el que cuentan cómo “el activismo y las luchas sociales y feministas serán necesarias siempre y cuando en este mundo siga existiendo la desigualdad. El mundo de la bici está en constante evolución, y también ha evolucionado para llamar la atención sobre repartos injustos, reconocimientos o tomas de responsabilidades no equitativas”.
La lucha de la calle
Pocas iniciativas encarnan mejor la (deseable) unidad entre todos los ciclistas que Biciclot, la cooperativa ciclista barcelonesa que hace unos meses cumplió 30 años de vida. Pere Serrasolses, uno de sus fundadores, guarda silencio durante unos segundos al ser preguntado por la naturaleza e importancia de la batalla cicloactivista. “El cicloactivismo es la lucha de la calle. Es una manera activa de reclamar los derechos de los ciclistas en las ciudades. Hay muchas formas de hacerlo, pero el objetivo suele ser el mismo: quitarle espacio a los coches para dárselo a las bicicletas”.
En esa lucha, Serrasolses resalta la importancia de iniciativas como la Masa Crítica o la Ciclonudista. “Convocan a mucha gente y son muy populares: eso las hace muy válidas. Pero hay otros tipos de activismo: el nuestro, sin ir más lejos, por trabajar día a día por la bicicleta”. De cara al futuro, Pere considera esencial seguir presionando a la administración pública, quien tiene en su mano “provocar los cambios y hacerlos efectivos”. Pero, en su opinión, “hace falta un apoyo popular más grande para trascender. Los ciclistas siempre denunciamos que los coches nos están matando, y es cierto… ¿Pero no se da cuenta, cada vez más gente, de que la contaminación del aire nos afecta a todos los ciudadanos? Es una preocupación transversal, muy apoyada desde múltiples ámbitos de la sociedad. Relacionemos el cicloactivismo con otros asuntos: la peatonalización. El uso del transporte público”. Sumemos más necesidades, más urgencias, más gente, porque al final todos seremos necesarios para construir ciudades más habitables.