En persona, varias cosas llaman la atención de Alain Prost. La primera es, por supuesto, su apariencia física: con 69 años cumplidos y extremadamente delgado o, mejor dicho, fibroso, ‘El Profesor’ exhibe un aspecto que firmarían muchos veinteañeros. Tantos años practicando un deporte tan exigente como el automovilismo y un carácter inquieto han cincelado un cuerpo en el que, a simple vista, se reconocen infinitas horas de trabajo.
Pero, quizá, al conocer a Prost todavía es más llamativa su afabilidad. Durante mucho tiempo, cuando yo era pequeño, los aficionados al automovilismo reconocíamos en él a un piloto gélido, a un competidor implacable, lo que proyectaba una figura controladora, casi maquiavélica. Frente a la sonrisa y el sex appeal de Senna, o la ternura del deformado y superviviente Lauda, Prost venía a ser una especie de villano perfecto, un depredador de colmillo retorcido siempre dispuesto a hincárselo en la yugular al mínimo despiste de sus rivales.
Sin embargo, en persona, Prost transmite algo muy diferente. Su mirada es tímida. Su voz, de tan baja, casi inaudible. Y, lejos de los monosílabos o respuestas evasivas que podrían esperarse de un súper campeón de vuelta de todo, el francés abre todas sus contestaciones con una encantadora sonrisa, que llena su rostro de arrugas y dulzura. No: en una conversación, Prost es cualquier cosa menos un encarnizado rival, ¡pero estoy convencido de que sobre una bicicleta, al igual que le pasaba en un monoplaza, ‘El Profesor’ no debe tener piedad con sus enemigos!
A dos ruedas
“Empecé a montar en serio durante mi año sabático de la competición, en 1992, y no he parado desde entonces”, explica Prost en un bucólico paisaje en Lleida, Cataluña, donde al día siguiente participará en la Ranxo Gravel, una carrera ciclista donde recorrerá más de 160 kilómetros y, como lamenta, se ve obligado a competir en categoría senior, y no frente a los jóvenes rivales a los que le gustaría derrotar. “En esa época tenía muchos dolores físicos, sobre todo en la rodilla, y la bici apagaba esos dolores. He tenido épocas de montar más y de montar menos, casi siempre dependiendo de temas físicos o de calendario, y a la vez que practicaba otros deportes, pero, ahora mismo, tengo tres bicis, todas Trek: una de gravel, otra gravel algo más de carretera y una Madone para el asfalto. ¿Lo que más me gusta? El gravel, porque tiene un componente de aventura, de explorar, que me lleva a descubrir alucinantes pueblos y paisajes en la Provenza, que es donde más kilómetros hago con ella. El gravel también me gusta por otro motivo: los neumáticos, la suspensión... ¡puedes hacerle muchos ajustes a la bici, y eso me recuerda un poco a la Fórmula Uno!”
Un refugio físico y, probablemente, mental: eso parece ser la bici para Prost. “Empecé jugando al fútbol con ocho años”, recuerda, “y siempre he tenido necesidad de hacer mucho deporte. Ahora por suerte tengo menos viajes de negocios, y aprovecho ese tiempo libre para salir a pedalear cuatro o cinco veces a la semana, aunque si pudiera hacerlo aún más sin duda lo haría. El ciclismo es, ahora mismo, mi deporte favorito: necesito pedalear para respirar aire fresco, para despejarme y pensar, y cuanto más puedo hacerlo, mejor”.
La Bici es Bella
Nacido en Lorette (Loira) en 1955, le pregunto a Prost por quién le enseñó a montar en bici- cleta y cuál es su primer recuerdo al respecto, pero con una pequeña sonrisa parece querer proteger en la intimidad ese inolvidable momento y salta a su adultez, a ese momento de “enganche” definitivo a la bici. “Me lo aconsejó mi osteópata para mis dolores de rodilla, y la primera vez que salí a rodar, con un grupo de amigos expertos, estaba en muy buen estado físico pero me sentí perdido, y eso me obligó a superarme por mi mentalidad ganadora. Después, me recuerdo comprando una bici muy especial: fue una Trek, en Biarritz, y la elegí porque era preciosa. Para mí, el ciclismo combina dos bellezas: la del deporte, la competición en sí, que es muy hermosa, y la de las propias máquinas, que son maravillosas”.
La pasión de Prost por la bici no es excepcional: en Francia el ciclismo ha crecido enorme- mente en estas décadas y, sobre todo, se ha transformado en un objeto cotidiano en vez de en una simple herramienta deportiva. “Es una evolución natural”, explica Prost. “Todo empuja a movernos de una forma más sana, aunque es cierto que la infraestructura en ciertas ciudades no acompaña ese cambio, y pone en peligro al ciclista. Hay muchas carreteras, incluso calles, donde circular en bici sigue siendo peligroso, y eso es lo que hace que me guste tanto el gravel. Es una pena, pero me sigue pareciendo arriesgado pedalear por determinadas carreras o, incluso, ciudades, y hay algo más: además de infraestructura hace falta respeto. De los automovilistas hacia los ciclistas, pero también de los ciclistas hacia el resto, y no dejando sus máquinas tiradas por la calle o no respetando las normas de circulación”.
Mundo ciclista
Concentración y deleite se funden en la cara de Prost en cuanto se sube a una bicicleta. “Es un enorme placer”, reconoce, “y lo es de dos formas muy distintas. Me gusta pedalear muy tranquilo, incluso a veces con mi perro o escuchando música, pero también, a veces, necesito competir. Entrenar y competir. Debe ser por mi pasado, pero es algo que me hace falta”. Y, cuando toca perderse y recorrer el paraíso en bici... ¿Dónde ir? “Francia es el país más bonito del mundo para montar en bicicleta”, asegura. “Y lo es por su variedad: no paro de descubrir nuevos lugares, nuevas regiones, y la diversidad es fascinante. Yo vivo en dos zonas, y en las dos me encanta pedalear: la Provenza, muy soleada y agradable, y los Alpes, que son fascinantes. Y también aprovecho el ciclismo como deporte, para competir y recorrer el mundo, y seguir descubriendo lugares increíbles en el extranjero”.