
Pero no. Esas luces no duran siempre. Sin previo aviso ni justificación racional, tarde o temprano se apagan. Se transforman en sombras donde lo vemos todo muy negro. Antes, teníamos que domarnos para reprimir el entusiasmo y no avasallar a los demás con nuestra energía positiva. Y, de pronto, hemos de domar a otra fiera. También surgida de nuestro interior, pero negativa. Quizá más poderosa, incontrolable y ajena. ¿Miedo, inseguridad, abatimiento, pesimismo, desesperación? Llámalo como quieras.
"Sin navegadores ni aplicaciones. Sin medir desplazamientos ni tiempos. Sin distraerse con música, podcast ni audiolibros. Sin otra ocupación que no sea otra que, simplemente, el moverte en bicicleta"
Procesos naturales, intrínsecos al ser humano. Pero, quizá, también alimentados, acelerados, por una forma de vida donde las gratificaciones son inmediatas, pasajeras y triviales y las decepciones están a la vuelta de la esquina. Donde prima el ego y el materialismo y reinan las comparaciones y lo exterior, generando una eterna sensación de insatisfacción y envidia. Al incitarnos a estar siempre conectados, compitiendo, aparentando, nos despistan y alejan. De la realidad. Del presente. De nuestro interior.
Hay muchas formas de intentar combatirlo. Pero, tratándose de Ciclosfera, está claro cuál proponemos nosotros: pedalear. Sin navegadores ni aplicaciones. Sin medir desplazamientos ni tiempos. Sin distraerse con música, podcast ni audiolibros. Sin otra ocupación que no sea otra que, simplemente, el moverte en bicicleta. Trayectos en los que parece no cundir. Donde el tiempo se antoja desaprovechado. Viajes en los que no aprendemos. Ratos carentes de lecciones, consejos o promesas. Instantes repletos de algo: de Ahora. A solas. A solas contigo. O, como mucho, a solas con una silenciosa y fiel compañera: la bici.
(ILUSTRACIÓN: ÁLVARO VALIÑO)
