El skyline infinito se abre paso bajo un cielo nublado, de forma casi perenne, por culpa de la contaminación. Ubicada en la confluencia de los ríos Han y Yangtsé, el más largo de toda Asia, Wuhan es una ciudad rebosante de vida. Un importante centro político, económico y cultural que a menudo recibe el sobrenombre de “la megaciudad de la China central”. Los datos hablan por sí solos: 1.528 km2, 13 distritos y 156 subdistritos. Una sola ciudad, aunque con tres municipios: Wuchang, Hanyang, and Hankou, de cuya contracción surge el nombre de la urbe: Wuhan, pronunciado u-han, y no bu-han, como acostumbran a hacer los medios españoles.
Pese a que los datos pueden resultar tan abrumadores como intentar pronunciar correctamente el mandarín, lo cierto es que la capital del estado de Hubei apenas pasa por ser una urbe de tamaño mediano en la escala que toca emplear cuando se habla del gigante asiático. Sus 11 millones de habitantes podrían parecer muchos a ojos europeos, pero palidecen frente a los 23 de Shanghai, los 21 de Pekín o los 14 de Chengdu. De hecho, Wuhan ni siquiera está entre los cinco núcleos urbanos más poblados del país. Y aun así, quedan pocas personas en el mundo que no hayan escuchado su nombre durante los últimos meses: aquí, o más concretamente, en el Mercado Mayorista de Mariscos del Sur de China, se originó el brote de coronavirus que ha llevado al planeta a la peor crisis sanitaria desde la Segunda Guerra Mundial. Millones de infectados. Centenares de miles de muertos. Y unas consecuencias que, a medio y largo plazo, aún son un misterio.
La vida sigue
Aparentemente, nada parece perturbar el ánimo y las ganas de seguir adelante de esta ciudad, donde las cosas han ido volviendo poco a poco a la normalidad. Una normalidad que pasa, claro está, por el tráfico rodado. El citado cielo gris plomizo dio paso, durante los meses más agudos de la pandemia, a un azul que hacía lustros que no disfrutaban sus habitantes. Pero ahora, los coches han recuperado la calzada. La actividad ha regresado a las calles y plazas, y los comercios han vuelto a levantar la persiana. Y aunque la ciudad aún no ha recuperado su frenético bullicio habitual, desde que se empezara a levantar el confinamiento el 8 de abril sus habitantes han retomado sus vidas: el 26 de ese mismo mes, cuando otros países sufrían el peor momento de la pandemia, Wuhan daba de alta a los últimos pacientes infectados por el Covid-19.
El coronavirus cortó de raíz toda la actividad económica, pero no impidió a los habitantes de Wuhan disfrutar de buena parte de la que es, de largo, la estación más agradable del año; la primavera. Y es que el lugar soporta algunas de las temperaturas más elevadas de toda China. Si a eso se le suma una humedad extrema, fruto del paso de los dos caudalosos ríos por el centro de la ciudad, el resultado durante los meses de estío puede ser insoportable. Pero eso no parece afectar a los ciudadanos de Wuhan, que pese al sudor se mueven incesantemente de un lugar a otro.
A la ofensiva
Ese movimiento no es sólo en coche: como en todas las ciudades chinas, grandes y pequeñas, las bicicletas juegan un papel importante en la movilidad. Aunque el coche se ha convertido en el símbolo de estatus social por excelencia desde la abrupta transición del país hacia una economía de mercado, las bicicletas siguen estando muy presentes en las calles. Abriéndose paso entre el mar de coches y motocicletas. Desafiando al caótico tráfico que se mueve en todas direcciones.
¿Hemos dicho caótico? Quizá no sea la palabra más apropiada: bajo el aparente caos que parece reinar en el tráfico de cualquier megalópolis china existe algo parecido a un orden, en forma de acuerdo no escrito de respeto entre todos los actores de la vía. Nadie respeta las normas, pero todos permanecen atentos al resto. Como si, de cierta forma y aunque suene paradójico, todos cuidasen de todos sin pensar más que en sí mismos.
“Aquí se conduce a la ofensiva, a diferencia de como se hace en Europa, que es a la defensiva”, explica Gonzalo Gregori, español que lleva 14 años viviendo en China. “Todo el mundo se salta los semáforos, y en las incorporaciones a las autopistas es el que está dentro el que tiene que apartarse: el que accede simplemente se echa encima”. ¿Crea eso una hostilidad extrema y una tensión que se puede cortar con cuchillo? Sorprendentemente, no: los conductores están relajados y parecen llevar con total naturalidad la posibilidad de que se produzca un golpe en cualquier momento. Sí: estos son frecuentes, pero debido a que la velocidad es moderada, rara vez pasa de lo anecdótico. Nada que no se pueda solucionar con una airada conversación con el conductor del otro vehículo implicado que, a menudo con la mediación de un policía, acaba con un acuerdo económico que se cierra sobre el terreno.
Vive, ama, pedalea
Pero, si al volante se conduce a la ofensiva, ¿cómo se pedalea en Wuhan? Poca gente lo sabe mejor que los responsables de Live Love Wuhan by Bike, un proyecto social que nació en 2013 para fomentar las relaciones culturales y la amistad entre estudiantes internacionales y residentes en la ciudad con la bicicleta como pretexto. Lo que comenzó como un club ciclista entre amigos es hoy un colectivo con actividades de lo más diverso. “Organizamos excursiones, eventos deportivos y sociales, con el objetivo de fortalecer el intercambio cultural en un momento en que abundan los estereotipos y los prejuicios”, explica Renato Peneluppi, brasileño que vive en la ciudad desde hace una década.
La bicicleta, vehículo universal donde los haya, es perfecta para romper cualquier barrera. Y las condiciones ayudan. “La mayor parte del territorio es plano, lo que la hace especialmente apropiada para dar largos paseos en bicicleta”, apunta Alejandro A. Maestro, otro de los miembros de Live Love Wuhan by Bike y el único español del grupo, al que la pandemia encontró en España, donde sigue a la espera de poder regresar a China. “La ciudad, que también se conoce como la ciudad de los lagos, cuenta con más de 200 de ellos distribuidos por toda su geografía, la mayoría con un parque para proteger sus aguas y grandes ciclovías a su alrededor”, añade Alejandro. Entre ellos destaca el parque alrededor de Donghu, el lago del este y el mayor ubicado dentro de una ciudad china, con 33 kilómetros cuadrados de extensión y una ruta ciclista de más de 37 kilómetros.
Pero si disfrutar de un paseo a orillas del lago en bicicleta es un placer, la bici aquí no está limitada a la actividad puramente recreativa. Conviene recordar que la bicicleta era, junto al reloj de pulsera, la radio y la maquina de coser, uno de los cuatro tesoros que todo chino debía poseer, según Mao Zedong. Y aunque las cosas han cambiado mucho desde la desaparición del fundador de la República Popular China, los pedales siguen jugando un papel importante en la sociedad del país. En Wuhan hay una importante comunidad fixie, pero también es frecuente ver miles de bicis de carretera -las más populares entre los estudiantes- y de montaña, junto a bicicletas clásicas de paseo con más de medio siglo de antigüedad que siguen funcionando a la perfección para repartir mercancías adquiridas por tiendas online como Tao Bao o Ali Baba. Sí: comprar absolutamente de todo es una de las actividades favoritas de los chinos desde que el país se abrió al capitalismo.
Montañas de bicicletas
Aunque todas esas bicis, ya sean de ciclistas que se desplazan al trabajo, de quienes hacen deporte o de repartidores de pedidos, se mueven por todas partes y en todas direcciones, la infraestructura acompaña. En 2016 se inauguró el llamado “Green Way“, por el que se añadieron más 2.200 kilómetros a las redes existentes, fundamentalmente en los numerosos parques de la ciudad. En el asfalto, los carriles bici están por todas partes, y son también utilizados por decenas de miles de motos eléctricas. “Wuhan tiene carriles bici por toda la ciudad”, apunta Alejandro, “por lo que moverse en bicicleta por sus calles es práctico y seguro. Si tienes que cruzar alguno de los lagos, puedes hacerlo en los pequeños ferrys que admiten bicicletas. Y si por lo que sea no tienes bici o no quieres usar la tuya, siempre puedes pedalear en alguna de las miles de bicicletas de alquiler que encontrarás en las calles, tanto eléctricas como convencionales”.
Conviene detenerse en este punto. Si algo asombra al visitante de Wuhan, como ocurre en cualquier otra ciudad del gigante asiático, es la presencia masiva de estas bicicletas compartidas sin estación. El llamado ‘free floating’, que también dio su salto a España aunque de manera infructuosa, se ha convertido en este lugar del mundo en un auténtico estilo de vida, aunque también en un grave problema público. Las bicicletas de marcas como Ofo o Mobike se amontonan -literalmente- en cualquier esquina, formando un colorido y caótico mosaico que los peatones esquivan con desdén, cuando no con la mayor de las indiferencias: aquí todo el mundo va a lo suyo, y la situación de estas bicicletas es, quizá, la mayor y más clara expresión de ello. Si a ello se le suma que antes de la llegada de estas empresas, en 2014, Wuhan ya contaba con el mayor sistema de alquiler de bicis del mundo con más de 90.000 unidades repartidas por la ciudad, el resultado es obvio: mires donde mires hay una bicicleta.
Colores para una desescalada
Cuando, el pasado 8 de mayo, las autoridades chinas decidieron relajar el confinamiento extremo que habían sufrido los habitantes de Wuhan, todos ellos sabían que tenían por delante un proceso largo y tedioso. A través de una app, a cada ciudadano se le asigna un color (verde, amarillo o rojo) según el lugar donde se encontraba cuando estalló la pandemia y el riesgo de infección de las áreas que visitó. En virtud de ese color, tendría permitido realizar actividades como tomar el transporte público o salir de la ciudad.
“Los que volvimos a la ciudad a partir de aquel día nos encontramos algo parecido al escenario posterior a una guerra”, recuerda Maxim, ruso residente en Wuhan al que el confinamiento pilló en Shanghai por motivos de trabajo. “La gente salió a la calle con sensación de orgullo y la cabeza bien alta por haber superado un desastre. Los ciudadanos tomaron los parques para disfrutar del aire libre y para relajarse”.
Pero las guerras suelen tener más de una batalla: a los pocos días cundió el pánico a un rebrote, y el gobierno tomó la drástica decisión de realizar test masivos a 6 millones y medio de ciudadanos y aislar a los infectados (una treintena) para eliminar de raíz cualquier riesgo. Una medida que tranquilizó a la población, aunque no tanto como la adoptada el pasado 12 de junio, cuando se eliminó la obligatoriedad del uso de mascarilla en la vía pública. “Todo eso contribuyó a incrementar el estado de ánimo de la gente, que empezó a centrarse en intentar recuperar la actividad económica”, señala Maxim. “El objetivo ahora es recuperar la vida, no la que teníamos antes, sino una mejor, y las bicicletas están formando parte de ello”.
TRAS LA SENDA DE MULAN
Tanto para el turista que visite Wuhan como para los locales, no hay nada mejor que una buena excursión pedaleando. Y en ese sentido, la oferta que ofrecen los alrededores de la ciudad es tan vasta como variada. Los montes Yunwu, Luojia, Hong o Yujia son lugares perfectos para perderse a pie o en bicicleta. Pero si de algo se enorgullecen los habitantes de Wuhan, como los de toda la provincia de Hubei, es de la histórica montaña Mulan, apenas a 50 kilómetros del centro de la ciudad. Con una historia que se remonta más de 1.500 años en el tiempo, se trata de un lugar sagrado con templos budistas y taoístas. De allí proviene la leyenda de Mulan, basada en un poema del siglo VI que cuenta la historia de una joven que va a la guerra en lugar de su padre para luchar contra los hunos, en compañía de un dragón llamado Mushu y un grillo de la suerte. Una historia tan atractiva que llevó a Disney a estrenar en 1998 una película de animación con el homónimo título de ‘Mulan’, y que precisamente en 2020 tendrá, como ya sucediera con ‘Aladdin’, un remake con actores de carne y hueso.