¿Qué te resulta más interesante de los bicimensajeros como modelos para tu trabajo?
Cuando llegué a Toronto empecé a fotografiar a mis amigos. Me gusta captar momentos íntimos entre gente que conozco. Trabajaba en un laboratorio fotográfico, pero mi amor a la bicicleta me llevó a convertirme en bicimensajero y concentrarme en mis propias fotografías. Cuando conocí a varios, empecé a fotografiarles en ese tipo de instantes íntimos. Encontré a la gente relajada y me integré en el grupo, lo que me permitió documentar la sensación de pertenencia que se da en la comunidad de mensajeros. Son una subcultura única en Toronto, que me atrajo por su camaradería, su estatus ‘outsider’, su orgullo por sus habilidades en biciceta y su lealtad entre ellos.
¿Por qué crees que se produce esa camaradería tan especial entre los trabajadores de este gremio?
Porque siendo mensajero experimentas un estilo de vida muy singular, y pasas por situaciones similares a las del resto de compañeros: pedalear bajo condiciones climáticas extremas, rodar entre conductores y peatones erráticos, trabajar largas jonadas, a menudo sin garantías… Todo ese tipo de condiciones son únicas para los mensajeros y nos unen como grupo. Concretamente en Toronto no importa para quién trabajas: si eres bicimensajero, formas parte de la comunidad.
Tus fotos fueron tomadas a mediados de los 90. ¿Crees que ha cambiado mucho este trabajo desde entonces?
Sí, mucho. Se ha pasado de las bicicletas de montaña a las fixies, de los walkie talkies a los teléfonos móviles… Cada generación de bicimensajeros tiene su propia forma de ser, pero la camaradería sigue siendo la misma.
¿Sigues manteniendo contacto con tus fotografiados?
De todo un poco. Muchos de ellos han buscado otros trabajos, algunos se fueron de Toronto, y con otros sigo manteniendo una gran amistad. Lo bueno es que muchos otros mensajeros se han pasado por mi Flickr y me han contactado a través de esa vía para dejarme comentarios sobre las fotos y lo mucho que significa para ellos ser bicimensajero.